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Araya: la sal del desierto Por Helena Carpio

Bancamiga

Las salinas de Araya fueron las más importantes de Venezuela por quinientos años. En 2020, el sistema de lagunas funciona otra vez como lo hacía durante la colonia. Los avances industriales se perdieron y la producción es mínima. Un grupo de jubilados trabaja para recuperar la producción. También lucha contra el olvido.

Frente al cristal de sal más grande del pueblo, Aníbal Núñez recordó al turco que visitó Araya diez años atrás.Nunca supo cómo ni por qué un comerciante viajó más de 9.500 kilómetros desde Turquía hasta el estado Sucre, pero un día le tocó la puerta y preguntó por el gran cristal blanco. Era una mole translúcida formada por miles de pequeños cubos de cristal.Pesaba más de veinte kilogramos.

Lo sacaron del centro de la Laguna Madre, llamada así porque parió la sal que dio origen al pueblo. Aníbal, al ver el asombro del turco, se adelantó: no está a la venta. El turco insistió con un precio. Era muy bajo: el cristal era un recuerdo de la mejor época de su vida. Le regatearon toda la tarde, pero ningún precio fue suficiente.

El cristal era invaluable para Aníbal. Al no poder comprarlo, el turco se despidió y no regresó a la Península de Araya.Aníbal Núñez es un arayero de sesenta años, poeta y cronista, jubilado de las salinas. Ha escrito más de diez poemarios sobre Araya y al menos dos libros que recopilan mitos y leyendas de la península. Vive en una casa colonial de más de cien años de antigüedad, en la avenida principal de Araya.

La sala es amplia y tiene ventanas largas que dan a la calle. Las conversaciones de los transeúntes se cuelan y las de la sala se escuchan en la calle. Algunos caminantes se asoman a saludar.

En Araya todos se conocen

Todas las mañanas, un grupo de extrabajadores de las salinas se reúne en la sala para compartir la vida en Araya, los avances sobre sus reivindicaciones laborales y recordar mejores tiempos. Intercambian ideas sobre cómo recuperar la producción de sal.

Aunque están jubilados y muchos bordean los setenta, creen que pensar en el futuro les alarga la vida.Jany Vásquez, un señor de lentes redondos, se recuesta de una pared mientras lee un viejo periódico.

Alí Frontado, de piel curtida y arrugas pronunciadas alrededor de la boca y los ojos, se arrima en el sofá.Las salinas de Araya fueron las más productivas del país desde su descubrimiento en 1499. La Laguna Madre era la gran salina: el agua entraba directamente del mar, se evaporaba y se formaba la sal, todo en una misma laguna.

A partir de 1915, en la península se producía más de la mitad de la sal que se consumía en Venezuela. Era considerada sal de alta calidad. En los años sesenta se construyó un sistema de lagunas que alimentaban a la Laguna Madre, aumentando la productividad de la salina.

Hoy la producción es mínima

En 1998 se produjeron 441 mil toneladas de sal para diferentes usos. Pero en los últimos años se abandonó el sistema de lagunas y ahora la Laguna Madre, una masa de agua rosada y marrón con más de 800 metros de diámetro, se alimenta como lo hacía en la colonia: directamente del mar.No hay cifras oficiales sobre producción de sal en Araya desde 2001, pero trabajadores de las salinas que pidieron protección de su identidad, aseguran que entre 2008 y 2018 no se produjeron 300 mil toneladas. Cincuenta años de avances industriales se perdieron.

El día que jubilaron a Aníbal de las salinas en el 2008, asumió la dirección de la asociación de jubilados de las salinas de Araya. Representaría a 77 extrabajadores.

Esa semana, sus compañeros de trabajo fueron a las salinas y sacaron un gran cristal del centro de la Laguna Madre. Lo cargaron con payloader y lo transportaron hasta la puerta de la casa de Aníbal. No tenían otra forma de pagarle por su trabajo.

El gran cristal blanco brillaba bajo el sol. Aníbal pensó que parecía valioso, porque las cosas preciadas brillan. Jany dijo que era oro blanco.

La sal común que usamos para cocinar o salar alimentos es cloruro de sodio, pero no es la única que existe. Hay miles de sales. Cada una tiene propiedades distintas, varían en colores, usos y sabores, y no todas son comestibles o solubles.Por ejemplo, el cromato de sodio es una sal amarilla, el permanganato de potasio es morado y el disulfuro de hierro es metálico y brillante, a veces llamado oro de tontos. Cuando se queman sales coloridas, se producen los colores brillantes de los fuegos artificiales.

El sabor “salado” que asociamos a las sales es el del cloruro de sodio, pero hay sales que tienen sabores dulces como el diacetato de plomo (que es venenoso), y otras con sabores ácidos o amargos.

Las sales nacen cuando dos opuestos se unen: cuando un ion con carga positiva (catión) se pega a un ion con carga negativa (anión). Un ión es un átomo que perdió o ganó electrones: cuando pierde es un catión y cuando gana es un anión.

Estos compuestos positivos buscan juntarse con uno negativo para equilibrar la carga y estabilizarse. Y los negativos buscan los positivos para lo mismo. Todos los compuestos iónicos son sales. Convertirse en sal los estabiliza.

El cristal de Aníbal está en el piso, detrás de la nevera, entre la pared y el olvido. Con el tiempo se le incrustó polvo, arena y telarañas. Ahora está marrón. Aníbal no lo mueve. Como a los recuerdos distantes, decidió no tocarlo por miedo a que se desmoronase. Pero esa mañana insistió en trasladarlo al jardín para verlo brillar. Aníbal y Jany pidieron ayuda a un señor más joven

.Con la espalda encorvada, el hombre lo cargó y lo llevó al jardín. El cristal tenía rasguños y rastros de insectos por debajo.

Los animales necesitan sal para vivir y los animales silvestres, especialmente los herbívoros, buscan fuentes de sal en la naturaleza. Una de las primeras formas que usaron los humanos para encontrar sal fue seguir huellas animales; muchas llevaban a manantiales o lagunas saladas.

Cuando el hombre los domesticó, los animales perdieron la capacidad de encontrar sal y el hombre debió proveerla.

Aníbal tomó una escoba y su esposa una manguera y comenzaron a limpiar el cristal. Los jubilados contaron que el imperio romano a veces pagaba a sus soldados con sal. De allí vino la palabra “salario”.

Según Mark Kurlansky, autor de Una historia mundial de la sal, los romanos también salaban sus vegetales y de allí viene la palabra “ensalada”.

Hoy se conocen más de 14.000 usos diferentes para la sal. Van desde la industria de la belleza, pasando por la farmacéutica, petroquímica, agricultura, tratamiento de aguas, hasta materiales de construcción, según la Enciclopedia Ullmann de Química Industrial.

En Sahara Occidental, hay registro de una ciudad completamente hecha de sal. Taghaza era una ciudad blanca construída con bloques tallados y resplandecientes, incluyendo una elaborada mezquita, pero poco a poco las arenas del desierto la ensuciaron hasta volverla gris. Ibn Batuta, un viajero árabe que había atravesado África, Europa y Asia, escribió sobre el lugar en 1352. Era hogar de esclavos. La sal era el único material que tenían para construir.La sal también se usa para preservar.Los egipcios pueden haber sido los primeros en emplear sal para preservar alimentos a gran escala, según la investigación de Kurlansky. Todas las grandes civilizaciones humanas de la antigüedad salaban el pescado.Como los egipcios vivían rodeados por el desierto del Sahara, dependían de las fértiles y angostas orillas del río Nilo para cultivar alimentos. El Nilo se desbordaba, dejando materia orgánica sobre la tierra, como algas y restos de peces, los cuales funcionaban como fertilizantes naturales. Pero cuando no había inundaciones, no había cosechas.

Para prepararse contra estas catástrofes y evitar el hambre, comenzaron a preservar comida. Esto los llevó a desarrollar conocimientos sobre la salazón y la fermentación.

Los egipcios comenzaron a usar la sal para preservar las momias. Primero extraían el cerebro y los órganos internos del abdomen. Luego cubrían el cuerpo con una sal llamada natrón por setenta días.

Al terminar, lavaban y secaban el cuerpo y lo envolvían con tiras de lino. En Egipto también hay cadáveres de cinco mil años, más antiguos que el uso de jeroglíficos, que todavía tienen piel. No son momias, pero están increíblemente preservadas, porque el desierto salado los protegió.La sal preserva porque absorbe la humedad, la cual permite el crecimiento de las bacterias.

La sal (cloruro de sodio) también es esencial para la vida.El cuerpo necesita sal para mantener el balance de fluidos extracelulares, contraer y relajar músculos, incluyendo los del corazón, venas y arterias, y absorber nutrientes.

El sodio es más importante para la salud que el cloruro, por eso las etiquetas nutricionales señalan el contenido de sodio (expresado en miligramos), no de “sal”.

La falta de sodio puede producir dolores de cabeza, estados mentales alterados o de confusión, náuseas, vómitos, fatiga, debilidad, espasmos musculares, convulsiones, comas y la muerte.

Aníbal pasaba el cepillo de escoba por los recovecos cristalinos y su esposa dejaba correr el agua encima del cristal. Pero no se disolvía. Los cristales de sal son difíciles de disolver porque el nexo entre moléculas es fuerte y organizado, requiere mayor energía para romperse.

La sal fina que se usa en la cocina, llamada sal amorfa por los químicos, es más fácil de disolver porque las uniones entre moléculas son más inestables y débiles.

La sal se cristaliza con el tiempo. Cuando el agua salada se evapora lentamente, con una fuente de calor estable como el sol, le da tiempo a los iones de organizarse.

Por eso se forman grandes cristales en el centro de la laguna, porque al ser más profundo, el sol tarda más tiempo en evaporar el agua. En cambio, la sal que se forma en las orillas es amorfa porque hay poca agua: se evapora rápido y no da tiempo para que se formen cristales.

La forma del cristal —pirámide, cubo, pentágono— la define el tamaño de los iones que lo forman. En el caso de las sales siempre cristalizan como cubos, pero cuando hay impurezas mezcladas, pueden formarse octaedros o dodecaedros.

Mientras lavaban el terrón, Jany contó que el poder de la laguna para cristalizar es impresionante. Los arayeros hacían figuras o escribían nombres con alambre y los lanzaban a ella. En una semana los sacaban y cientos de cristales de sal se habían formado sobre el metal, contorneando las figuras. En el pueblo se regalaban corazones de sal.

***Cristóbal Colón pisó el Golfo de Paria, a 200 kilómetros de Araya, en 1498.

Era la primera vez que llegaba a la plataforma continental y su tercer viaje al hemisferio. Los españoles descubrieron las salinas al mismo tiempo que el continente americano. Pedro Alonso Niño y Cristóbal Guerra, que viajaban con él, exploraban la costa oriental de Venezuela en busca de perlas y otros recursos valiosos.

Avistaron las salinas de Araya en 1499. Llevaron la noticia a España de una salina gigante, pero a la corona no le importó. Tenían salinas propias que abastecían su mercado interno y daban para exportar. Lo que sí resultó atractivo fueron las perlas en Margarita, Coche, Cubagua y Araya.

La costa oriental de Venezuela pasó a conocerse como “La costa de las perlas”. Cuarenta años después comenzaron a agotarse los ostiales y dejó de ser atractiva por la baja productividad.

Antes de la llegada de los españoles había asentamientos humanos en Araya. Los guaiqueríes eran expertos pescadores y buzos que vivían entre esa península, Margarita, Coche, Cubagua y Cumaná. Extraían perlas y sal, y elaboraban pescado salado para intercambiar.

La Península de Araya está en el oeste del estado Sucre. Es árida. No tiene ríos de agua dulce. Después de Chacopata, el punto más cercano a Nueva Esparta, la tierra apenas logra soportar la vida de unos pocos dividives, cardonales y yaguareyes. La costa norte es un barranco continuo de tierra naranja, roja y amarilla que se yergue frente a las olas.

Son montañas ásperas, sin vegetación, tumultos de pliegues que frenan el mar. En Araya las olas no abrazan la costa, la relación se invierte. La península se le impone al mar Caribe, que la azota tratando de recuperar lo perdido. Araya es una tierra terca, donde los pocos árboles que crecen lo hacen torcidos.

El pueblo de Araya está en el extremo oeste de la península, entre dos serranías cardinales, el Cerro Macho que indica el norte, y un cerro sin nombre, coronado por antenas telefónicas, al sur. El mar Caribe al oeste y la salina al este. Es un punto de encuentro. Después de los guaiqueríes y españoles, llegaron los holandeses.Los océanos, especialmente el Báltico, son poco salados. Llueve frecuentemente, hay poca incidencia solar y cientos de ríos desembocan cerca, aumentando la cantidad de agua que disuelve la misma cantidad de sal.Entonces el agua tiene menor densidad y salinidad.

Sobre el ecuador y en los trópicos sucede lo contrario: llueve poco, hay fuerte incidencia solar todo el año y hay corrientes calientes de viento. Esto evapora más agua y deja la sal atrás. Menos agua disuelve la misma cantidad de sal; entonces el agua tiene mayor salinidad y es más densa.Los países del norte de Europa necesitaban sal. Con la ampliación de armadas y ejércitos y más viajes de exploración, se necesitó más comida no perecedera para los largos viajes y para el establecimiento en regiones donde escaseaba la carne.

La industria de salazón de pescado también creció, junto con la de quesos, mantequillas y otros productos. Holanda fue uno de los países que comenzó a buscar sal en otras latitudes.

Para los holandeses, Araya era atractiva porque la sal era de fácil acceso, alta calidad, gratis y aparentemente inagotable. La distancia entre Europa y Venezuela se compensaba al aprovechar el viaje de venida para traer mercancía de contrabando, la cual se vendía en las costas cercanas. También se llevaban perlas. El viaje generaba ganancias de ida y vuelta.Cada año, entre 1600 y 1606, por lo menos 100 naves cargaron sal en Araya. A veces había 40 a la vez, según el gobernador de Cumaná, Diego Suárez de Amaya. También había barcos franceses e ingleses, pero en menor cantidad. Eran tantas, que Amaya no pudo visitar las salinas en su primer año de gobierno.

El número de barcos holandeses en Araya se disparó después de 1618 porque Holanda y España entraron en la Guerra de los Ochenta Años, y España limitó el acceso de los holandeses a las salinas europeas.

Cuando buscaban sal, peleaban con los locales, se abastecían de agua dulce en Cumaná o robaban mercancía. Los pobladores no tenían cómo defenderse. Cumaná tenía apenas unas 60 casas de bahareque, aunque había hatos y fincas en los alrededores. No había fuertes, artillería ni ejércitos.

En las salinas, los extranjeros bajaban de los barcos y arrastraban artillería hasta la laguna por si los cumaneses se presentaban. Cuando había barcos de distintas nacionalidades extrayendo sal al mismo tiempo, usaban las armas para defenderse. Con tanto poder de artillería cerca, los vecinos de Cumaná, Cumanacoa y Cariaco abandonaban sus cultivos de tabaco y de otros rubros para hacer guardia.

Las autoridades locales estaban desesperadas. No tenían cómo ahuyentar los cientos de barcos que anclaban en sus costas ni cómo defenderse en caso de un ataque.

Se sentían rodeados. Suárez de Amaya, el gobernador, pidió a la corona española estacionar galeras artilladas en las costas de Margarita, Cumaná y Araya. Propuso envenenar las salinas, para que causara daños consumir la sal. Pedro Suárez Coronel, sucesor de Amaya, propuso cegar la salina, interrumpiendo su comunicación con el mar para secarla.

Otros propusieron anegarla, construyendo un canal para que entrara agua a la Laguna Madre. Sin salinas, no vendrían los holandeses. Pero la corona española no autorizaba estas medidas.

Como España no necesitaba sal, la decisión estaba entre conservar las salinas con miras a explotarlas en el futuro, exponiendo a la población a continuos asaltos y ataques, o eliminarlas, ahorrando los costos de defensa.

En 1622, se aprobó la construcción del castillo

“La Real Fuerza de Santiago de Arroyo de Araya”. Tomó 20 años. El castillo tenía 200 fusileros, 20 artilleros. El resto, oficiales y empleados. Era costoso de mantener. En 1684 hubo un fuerte terremoto que causó graves daños a la estructura, y en 1725 un huracán anegó la laguna e inhabilitó el cuajo de sal.

Las salinas dejaron de ser productivas. Cuando los holandeses dejaron de buscar sal en Araya, no necesitaron más el castillo. Al Consejo de Indias llegaron solicitudes de provincias limítrofes pidiendo las armas, cañones y los hombres. Hacían falta en otros lugares.

El 6 de enero de 1762, la Corona pidió que se demoliera el fuerte. A pesar de los explosivos, no lograron destruirlo por completo.

Las ruinas del castillo se levantan sobre una loma que marca el final de la playa. Los kioscos que sirven comida y bebida se acumulan cerca. Es el sitio más turístico de la península. Las fundaciones de la fortaleza parecen intactas, pero las columnas de piedra están retorcidas y las paredes tienen cráteres. Los muros de roca miden más de veinte metros y nacen en el mar. Es la edificación más alta de Araya. Nadie pudo o nadie quiso construir algo más alto desde entonces.

Los kioskos son el único lugar abierto para almorzar. Las mesas están en la orilla del mar y las olas rompen contra las sillas.Son las tres de la tarde, y la cumbia y el reguetón suenan tan alto que las olas no se escuchan. Una familia llega caminando. Una mujer embarazada carga un bebé en un brazo y una botella de ron en el otro. Su pareja trae un niño más grande agarrado de la mano izquierda. La mujer sienta al bebé en la mesa y pone la botella al lado. Mientras saluda a sus amigos, el bebé gatea hasta el borde y se balancea. El hombre lo ataja. La mujer canta adelantándose al vocalista. Abre la botella, sirve y reparte. Uno para su pareja, uno para ella, otro para el bebé. La madre se ríe viendo al bebé tomar. Sigue cantando.

***Francisco Marvar, uno de los jubilados que se reúne en la sala de Aníbal, dice que la vieja refinería de las salinas parece más antigua que el castillo de Araya. La visitó en 2019. Apenas entró al edificio de tres pisos, subió al segundo buscando el tablero de control de la planta donde trabajó como operador.

Desde allí veía a todos los trabajadores y máquinas: los molinos, lavaderos, centrífugas, secaderos, elevadores, mezcladores, tamices, silos y empacadoras. Recuerda que se encendían luces en el tablero para indicar máquinas operativas y alertar fallas. El diagrama de flujo ilustrado en el tablero le permitía sentirse conectado con cada paso del camino de la sal: desde que llegaba de la laguna hasta que salía empaquetada y la montaban en gandolas y barcos. Se sentía orgulloso de su trabajo.

Francisco trabajó 36 años en las salinas y recuerda con exactitud el primer día. Lo emplearon en la Empresa Nacional de Salinas (ENSAL) el 19 de agosto de 1976. Fue un día soleado como la mayoría en Araya. Varios amigos comenzaron a la vez y aquello parecía una fiesta. Primero trabajó montando sal en un elevador, pero quiso aprender más. Al final de su turno, aprendía sobre otras máquinas y otras partes del proceso. Al cabo de unos años lo ascendieron a supervisor del tablero de control.

Cuando se dañaba algo, Francisco y sus compañeros buscaban repuestos hasta en el basurero. Una vez se dañó una rejilla. Tardaban 3 meses en traerla de Estados Unidos.“

Había una gandola esperando la sal y teníamos que cumplirle. La sal de la Unidad 3 era la más valiosa, y con dos o tres gandolas llenas, prácticamente nos pagaban a todos”.

Entonces trabajó todo el fin de semana sin pago para reparar la rejilla. El lunes la planta estaba funcionando.

Otro fin de semana se ofreció para lavar la secadora y el lunes amaneció limpia. Cualquier cosa que se parara en la refinadora, los trabajadores la reparaban. “Se trabajaba bonito”, dice. Cuando lo jubilaron, no quería dejar de trabajar.

Doce años después

Francisco todavía habla con los empleados y a veces los ayuda con averías. Siente la misma hermandad. “Si me llaman para trabajar, regreso. Hay amor todavía”.

Ese día del 2019, dentro del edificio abandonado, el guardia le preguntó si estaba loco. “¿Qué pasa? ¿Quieres seguir trabajando aquí?”, le preguntó con ironía. Francisco no sabía qué responder. Se rió. Claro que quería volver. Quería regresar a la refinería, al edificio blanco de cerámica que los trabajadores llamaban “chíser” porque era difícil pronunciar Escher Wyss, el nombre de la empresa suiza que la construyó. No a ese cadáver de edificio.

Esa visita fue difícil. Francisco sintió que el trabajo de toda su vida se había perdido. “Con mi salario pude tener por lo menos dos casas. Todos mis hijos se graduaron. ¿A base de qué? De la empresa. Por eso me duele”.

La sal era uno de los productos principales para el Estado venezolano desde 1830. Santos Michelena, ministro de José Antonio Paéz, bajó los impuestos de exportación para hacerla competitiva en las Antillas. Creía en exportar para generar valor a la nación. Pero no funcionó: el contrabando de sal venezolana era mayor y la sal antillana no pagaba impuesto por su exportación; entonces se vendía más barata que la sal venezolana.

Para 1882, había 1.500 salinas, salinetas y pozos donde se formaba sal en Venezuela, según un informe del Administrador de Salinas, Sección Cumaná, José María Lárez. Las más importantes y rentables eran las de Araya.Foto Archivo Fotografía Urbana.

En Araya se organizó y masificó la extracción de sal a partir de 1915, cuando el gobierno de Juan Vicente Gómez otorgó las salinas de Araya al Ministerio de Hacienda. Ese año se promulgó la Ley de Minas, que daba control al Estado de todas las salinas del país.

Los jubilados hablaron de Juanchú, un pariente que trabajó durante la administración del Ministerio de Hacienda, que duró 53 años hasta 1968. Juanchú trabajaba en las salinas con su familia: los hombres extraían sal y las mujeres empaquetaban.

Un día, el celador, sentado en la cúspide del pillote o pirámide de sal, pesó su mara (cesta) y le dijo que no servía: le faltaba un kilogramo para completar los treinta. En vez de dejarlo completar la mara y entregarle su ficha de bronce que luego canjeaba por pago, desechó la cesta. Juanchú respiró profundo y trató de nuevo.

Bajo la ley, los celadores eran la autoridad. Por eso tenían la pesa de un lado de la silla y la escopeta del otro. Juanchú escaló la montaña de sal en alpargatas, esta vez con 30 kilos sobre la cabeza. El celador agarró la cesta y la volteó. Entonces Juanchú entendió que era a propósito. Por tercera vez cargó sal de la laguna; más de noventa kilos recolectados esa tarde y ni un bolívar.

Cuando el celador fue a voltear la mara, Juanchú le pegó un puñetazo en la cara y corrió. El celador agarró la escopeta y se deslizó del pillote. Juanchú esquivó los disparos y, al ver un barco saliendo del puerto, sin pensarlo dos veces saltó al agua y nadó hasta encaramarse. No volvieron a ver a Juanchú.

Aunque las condiciones eran duras, el padre de Aníbal, también llamado Aníbal, dice que se vivía bien. El trabajo daba sus frutos, especialmente después de 1969 cuando las salinas pasaron a la Empresa Nacional de Salinas (ENSAL), creada por el Instituto Venezolano de Petroquímica. ENSAL administró, explotó y comercializó todas las salinas de Venezuela hasta 1994. Por 25 años una empresa estatal tuvo el monopolio de la sal en el país.

Lo que miró el almirante (1992)

.Aníbal padre recuerda que llegaron televisores giratorios, bicicletas y patines a los mercados del pueblo. Había hasta cines: uno dentro de la casa del señor Comas, que tenía un televisor a color en su sala y cobraba “un medio” (un cuarto de bolívar) para entrar a verlo, y otro que llamaban el “cine frío” porque era a la intemperie, cerca de la cancha de fútbol, donde pegaba brisa en la noche. El cine frío lo organizaba ENSAL, y pusieron un proyector, una caseta y una lona blanca guindada de dos postes. Pasaban westerns americanos y películas mexicanas. Pero duró poco. Un año después, se dañó el proyector, habían cambiado la gerencia de ENSAL y nadie lo arregló.Comer pollo en Araya era un lujo, cuenta Aníbal padre. Y en ese pueblo de mar comía pollo casi todos los días. Cuando ENSAL pagaba los aguinaldos, los arayeros viajaban a Margarita a comprar. Aníbal padre construyó dos casas y crió diez hijos con su salario. Nunca les faltó nada.

Lo que miró el almirante (1992)

.Aníbal hijo, Alí, Francisco, Jany y José, entraron a trabajar en las salinas con ENSAL. La empresa abastecía las farmacias del pueblo, construyó el colegio, pagaba el sueldo de los profesores, entregaba útiles a los hijos de los trabajadores y hacía donaciones frecuentes al hospital, cuentan.

Pero el trabajo seguía siendo duro, incluso con la mecanización del proceso. El sol sacaba lágrimas, y la sal, llagas, cuenta Alí. El reflejo de la luz arayera sobre la sal hacía daño a la vista. Los cristales cortaban los pies, brazos y manos, la temperatura de la sal quemaba, y el constante roce con la ropa mojada sacaba ampollas. La sal de las salinas cura toda herida, excepto las hechas en la salina. Según los jubilados, entonces usaban la mata de guayaba para curarlas.

En la sala de Aníbal enseñaban sus cicatrices con orgullo.Producción industrial de sal en los setentas (ENSAL).

Aunque las condiciones eran duras, el padre de Aníbal, también llamado Aníbal, dice que se vivía bien. El trabajo daba sus frutos, especialmente después de 1969 cuando las salinas pasaron a la Empresa Nacional de Salinas (ENSAL), creada por el Instituto Venezolano de Petroquímica. ENSAL administró, explotó y comercializó todas las salinas de Venezuela hasta 1994. Por 25 años una empresa estatal tuvo el monopolio de la sal en el país.A finales de los años ochenta bajó la venta de sal arayera. El Fondo de Inversiones de Venezuela decidió liquidar ENSAL en 1994. Ese año, bajo la Ley de Descentralización, Delimitación y Transferencia de Competencias a los Estados y Municipios, el gobierno otorgó todas las salinas del país a las gobernaciones.

En 1995, la gobernación del estado Sucre le dió una concesión a Tecnosal, un consorcio entre la empresa venezolana Tecnored (55%) y la empresa israelí Salt Hiram Process (45%), que luego se llamó Salinas de Araya C.A.

Un trabajador actual de las salinas, que pide proteger su identidad, vivió cinco administraciones entre 1997 y 2020. Para él hay dos etapas: antes y después de PDVSA.

En Tecnosal se premiaba al trabajador del mes y se daba un bono en premio a la labor. Cuando se dañaba algo se reparaba rápido. Los materiales llegaban a tiempo, la empresa entregaba uniformes y equipos a los trabajadores, los jefes iban a toda hora a la empresa, eran puntuales y no dejaban esperando a nadie. “Los gerentes preguntaban si los trabajadores necesitaban algo, se preocupaban por uno y eso motivaba. Provocaba trabajar. A todos nos importaba lo que pasaba en la empresa”.

En 2001, el gobierno de Hugo Chávez revocó la concesión de Tecnosal y estatizó la empresa, creando el Servicio Autónomo Complejo Salinero de Araya (Sacosal), un “servicio autónomo sin personalidad jurídica”.

Cuando llegó PDVSA en 2009, las cosas cambiaron. Los gerentes convocaban asambleas de trabajadores a las ocho de la mañana, llegaban a las doce y no daban explicaciones ni ofrecían disculpas.

La directiva prometía invertir, reparar maquinaria, comprar equipos y traer materiales para trabajar, pero no lo hacían.“

Ni siquiera traían el gasoil o el aceite, y había operadores que no estaban pendientes de que las máquinas tuvieran aceite. No revisaban porque igual cobraban. ¿Y qué pasaba? Se dañaban”.PDVSA Industrial, una filial de PDVSA, creó la Empresa Socialista Salinas de Araya S.A., adscrita a varios ministerios durante los nueve años que la filial explotó las salinas.

Unidad 2 en el 2019.Después de PDVSA, la gobernación de Sucre tomó control. El trabajador ve la administración actual de la gobernación como la de PDVSA. A los jefes tampoco le importan los trabajadores.“

La máquina de empaquetar sacos tiene un problema y el trabajador tiene que agacharse y le salen hernias en la espalda, pero en vez de repararlo, lo dejan así porque todavía empaqueta”.

Ve a los trabajadores sin zapatos y se pregunta por qué van si saben que no pueden trabajar así. La gobernación no ha dado uniformes.“

Los trabajadores firman asistencia en el laboratorio o en la planta, ven que no hay nada que hacer y se van. Después de PDVSA, la gente no tiene amor por el trabajo, ¿cómo va a tenerlo?”.

Unidades 3, 4, 5 y 6, en el 2019

En la antigua refinería de la Unidad 3, el guardia advierte que la estructura está inestable y los escombros caen sin aviso. El suelo acumula medio metro de basura, bolsas para empaquetado de sal, arena, papeles del antiguo laboratorio químico y excremento de caballo.

El guardia dice que no hay nada que hacer ahí, no queda nada de valor. Las tuberías y los rieles que sostenían las máquinas guindan del techo como ramas de un árbol seco. La sal hinchó el sostén de metal del edificio quebrando las paredes y revelando vigas deformes y endebles. Lo poco que queda se desintegra.Hoy los únicos que visitan el edificio son caballos vagabundos, traídos a la península para cargar peso. Y extrabajadores que tratan de reconciliar el pasado con este presente.***Guaranache parece un codo pronunciado en la carretera peninsular. Es el punto más importante de alimentación para la Laguna Madre. Allí el mar entra en la tierra para poco a poco convertirse en sal.En 2015, una tubería salía de una caseta de bloques en la costa y se enterraba en el mar, succionando agua del Caribe y depositándola en una laguna con forma de “S”. Arrastraba algas, peces pequeños, arena y sedimentos. El mar y la laguna estaban separados por una carretera y una playa angosta.Dos empleados uniformados de rojo, con el logo de PDVSA en el pecho, cuidaban las bombas. Había muchos robos en Araya. Extrañaban al gobierno del general Marcos Pérez Jiménez aunque no lo vivieron. Preferían a Pérez Jiménez que a Hugo Chávez porque creían que hacía falta “mano dura” en el país.“

Guaranache mar” se creó en los setenta, durante la era de ENSAL, como parte de la Unidad 1, para aumentar la productividad y la calidad de la sal.

Antes, el agua de mar entraba por la playa de Araya directo a la Laguna Madre. Con Guaranache, el agua de mar pasaba primero al “evaporador”, una laguna donde el agua alcanzaba cierta salinidad por acción del sol y del viento.

Luego se bombeaba al “concentrador” donde se repetía el proceso, y por último, se pasaba al “cristalizador”, donde se formaban los cristales y se cosechaba la sal.

El sistema de lagunas ayudaba a eliminar compuestos que vienen en el agua de mar, como el sulfato de calcio (que se convierte en yeso), entre otros. Cuando la salmuera o agua saturada con sal aumenta en salinidad, estos compuestos se solidifican y se hunden. Al bombear el agua a la próxima laguna, los compuestos sólidos se quedan en el fondo y no pasan.En Araya, cuando la salmuera llegaba al cristalizador, precipitaba cloruro de sodio con 98% de pureza. Sal de excelente calidad.Hace ocho mil años, los chinos cosechaban sal de una laguna en la provincia de Shanxi. Con el tiempo, los gobiernos entendieron la importancia de este mineral.En China, durante la dinastía Qi, el Estado creó un monopolio con dos productos: el hierro y la sal. Fijaron precios altos. Los ingresos se usaron para mantener ejércitos y, entre otras cosas, para construir la Gran Muralla China. Durante la dinastía Tang, que duró desde el año 618 al 907, la mitad de los ingresos que percibió el Estado venían de la sal. Es el primer caso conocido de un monopolio controlado por el Estado sobre un producto básico, según Kurlansky.Los romanos, aunque no impusieron un monopolio, controlaron los precios de la sal. El imperio también tomó control de las salinas privadas de Ostia, porque consideraba que sus precios eran demasiado altos. Durante la República, el imperio subsidió los precios para asegurar que fueran accesibles. Era una recompensa, como un recorte de impuestos, que usaba cuando necesitaba apoyo popular.El emperador Augusto también distribuyó sal y aceite de oliva gratis para lograr apoyo antes de una gran campaña naval. Durante las guerras púnicas, que duraron casi cien años, manipularon los precios de la sal para levantar dinero para la guerra. Como los chinos, declararon precios artificialmente altos y usaban las ganancias para fortalecer al ejército.Venecia veía la sal como un producto estratégico y construyó una serie de lagunas de agua salada con un sistema de canales con esclusas y bombeo, que las comunicaba. Era un sistema de lagunas de evaporación, concentración y cristalización, que permitía un constante flujo de agua y aseguraba abundante producción de sal. El sistema que tenía la antigua Venecia para producir sal era el mismo de Araya.Las bombas y las tuberías de Guaranache no existían ya para finales de 2019. La laguna tampoco. No había empleados uniformados. No había nada que cuidar.

El sistema que modernizó la producción de sal en Araya, las lagunas de evaporación y concentración, ya no estaban. Ahora se alimenta la Laguna Madre como se hacía durante la colonia, directamente del mar. Cincuenta años de industrialización desaparecieron.Montañas de conchas abiertas de pepitona y guacuco cubren la playa. Seis pescadores cocinan su escasa pesca del día en una caldera sobre leña. Tobos rotos y abandonados marcan los lugares de ollas extintas. Dos personas excavan el suelo seco de la laguna, acumulando la sal de un pequeño charco.“Antes, estas lagunas estaban llenas de camarones y uno venía a pescar”, dice Alí al ver las lagunas vacías. “Pero se robaron todo”, agregó Francisco.Guaranache se quedó solo.

La Unidad 2, una ampliación de las salinas que ENSAL construyó cerca de Punta Araya para duplicar la producción de sal, también está sola. El laboratorio químico de control biológico no tiene techo ni paredes. Los vecinos de la zona juegan fútbol en las lagunas vacías. Las arquerías están hechas con tuberías y las mallas con redes de pesca. Algunos se sientan en los divisores de las lagunas que servían para que los técnicos caminaran y midieran la salinidad de la salmuera, y cuentan goles.Después de las lagunas abandonadas se ve una franja arenosa. Le dicen playa Los Muertos.Un grupo de niños juega dentro de la Laguna Madre de la Unidad 1. Son las cinco de la tarde y no hay electricidad en la península. Junior, de once años, persigue a Leomar, pero se corta el pie con un cristal de sal.Otros dos niños recogen cristales en la orilla y los devuelven al centro de la laguna. Antes subían los silos y se lanzaban a las pirámides de sal, deslizándose como un tobogán. La sal amortiguaba sus caídas. Pero con la producción parada, el patio de juego en la Unidad 1 se redujo: solo les queda una laguna salada que les corta los pies.Los abuelos de Leomar aparecen en la película de Margot Benacerraf. Francisco explica los procesos de la extracción y el lavado. Su padre que trabaja allí, le enseñó. Todos tienen un padre o un abuelo que vivió de las salinas. Hoy ninguno quiere trabajar ahí. “Hoy solo sirve para jugar”.***En la avenida principal de Araya no había electricidad. En el mercado solo aceptaban efectivo. Una muchacha pidió una barra de chocolate, un pote pequeño de Nutella, dos paquetes de chicles y harina. Pagó con un billete de cincuenta dólares. Afuera, sentado en la acera, un niño con morral escolar y uniforme de colegio pedía dinero para comprarse unos zapatos. Estaba descalzo.En el mercado vendían sal, pero no de Araya. Los paquetes recorren más de 1.280 kilómetros para llegar a los estantes. Vienen de San Francisco de Zulia. El dueño del mercado dice que cuando le ofrecen sal de Araya prefiere no comprarla.Algunas personas están sacando sal de la laguna, moliéndola en casa, empaquetándola y vendiéndola como sal comercial. Es sal que no está lavada ni procesada adecuadamente. Para evitar vender sal “mala”, compra sal que viene del otro lado del país.Cerca, en la sala de Aníbal, más de veinte fotografías viejas estaban puestas sobre la mesa. En una, un grupo de cuatro personas posaba frente a la Laguna Madre. La laguna era rosada y tenía orillas de sal que parecían espuma. En la foto, Aníbal era irreconocible. “Ahí pesaba casi 120 kilos. Ahora estoy en 68”.En el jardín de la casa, el gran cristal de sal comienza a brillar. Jany, José Boada y Aníbal ven cómo regresa al esplendor original. José recuerda sus 42 años de trabajo en las salinas. Jany, su 45 años y la vida que le dio a su familia.“El cristal cumple doce años pronto”, dice Aníbal. El terrón marca los aniversarios de su jubilación. Sacosal jubiló al grupo en 2008. De 77 extrabajadores de las salinas, han muerto 18. Ninguno ha recibido sus prestaciones, ni los vivos ni los muertos. El año pasado, la gobernación de Sucre los citó a las siete de la mañana para hablar de sus prestaciones. Salieron a las cinco de Araya, sin desayunar, para estar a las siete en Cumaná. El gobernador llegó doce horas después.Tienen doce años haciendo reuniones, protestas, cartas, cabildos, informes y comunicados, para que les paguen sus prestaciones. “Pero lo único que hemos conseguido es la muerte”, dice Jany. Entre varios, levantan el cristal blanco. Por primera vez se ve la parte de abajo. Hay un gran hueco. Se lo habían comido los animales, poco a poco, desde adentro. Se ven rasguños y mordiscos. Hay alas rotas guindando de la cúpula. El cristal es una cáscara. Está vacío.

Agradecimientos A Bolívar Films, al profesor Jesús Pastrana de la Universidad Simón Bolívar, al ingeniero Carlos Toro y a los jubilados de las salinas de Araya.CréditosDirección general: Ángel Alayón y Oscar MarcanoJefatura de investigación: Valentina OropezaJefatura de diseño: John FuentesJefatura de innovación: Helena CarpioDirección de fotografía: Roberto Mata | RMTFTexto: Helena CarpioFotografías: Iñaki Zugasti | RMTF y Archivo Fotografía Urbana

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