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¡Azúcar refinado y un anhelo!, Por David Figueroa Díaz


Quienes han seguido mi trabajo de divulgación sobre asuntos lingüísticos por más de veinte años, podrán ser testigos de mis desacuerdos con la Real Academia Española (RAE), los cuales, sin ningún temor, los he expresado en infinidad de veces. Mi criterio no implica desconocer la importancia de su función.

Para saber cómo se escribe una palabra o conocer su significado, es imprescindible el uso de un buen diccionario; pero de ahí a que una palabra no deba ser utilizada porque no aparezca en el registro lexical, hay un abismo, y es a lo que siempre me he referido cuando me ha correspondido mostrar mi inconformidad con la docta institución y con sus defensores a ultranza, sin que eso signifique un menosprecio por su misión, desde luego condensada en el lema que la identifica: «Un crisol en el fuego con la leyenda Limpia, fija y da esplendor» (sic).

La Real Academia Española no es un tribunal para autorizar o prohibir el uso de palabras. Su función es meramente de registro. No soy antiacademicista, lo digo una vez más, y eso también debe quedar muy claro.

Hay dudas de lenguaje que se resuelven, como lo dije antes, con el uso de un buen diccionario; pero hay otras que requieren nociones elementales sobre gramática y ortografía, para lo cual siempre será fundamental el sentido común, que es un recurso insoslayable en esas situaciones. Y cuando hablo de nociones elementales, me refiero a las que se adquieren en la educación primaria, en la secundaria y se repasan en la universitaria.

Pido disculpas por la ausencia de la semana pasada, pues ocupaciones de último momento me impidieron la selección del tema. No me gusta ser repetitivo, y por eso a veces prefiero no escribir, a publicar un texto por salir del aprieto. Cuando por petición de los lectores u otra razón he tenido que volver sobre un tema, lo he mostrado con otro enfoque, con el deseo de disipar las dudas que hayan podido quedar de las entregas anteriores.

Mi compromiso es seguir aportando elementos para el enriquecimiento del lenguaje oral y escrito, siempre convencido de que solo soy un aficionado del buen decir. ¡Gracias!

Siempre ha habido la polémica, por lo menos en Venezuela, sobre si la palabra azúcar es de género femenino o masculino. Los desencuentros se han alimentado por la vacilación que ha existido en el uso de ambas formas. Unos escriben, por ejemplo: «azúcar refinada» y otros «azúcar refinado». Ahora, por su terminación, el vocablo azúcar es femenino, de eso no tengo dudas.

¿Y si es femenino, por qué se escribe «el azúcar» y no «la azúcar»? Bueno, porque las normas del buen uso sugieren que se le coloque el artículo determinado masculino «el», para evitar la cacofonía que produce el choque de las dos aes concurrentes. Caso parecido sucede con «el área» y «el águila». Eso es lo que, a mi juicio, ha privado para que muchos prefieran escribir «azúcar refinado», en lugar de «azúcar refinada», que es la forma que encaja perfectamente con la naturaleza femenina de azúcar, con lo que se haría un inobjetable uso de concordancia elemental.

Para disipar las dudas y resolver la situación, la Real Academia Española, no sé desde cuándo, le atribuye a la palabra azúcar dos géneros (masculino y femenino), y en virtud de ello podrá hablarse y escribirse «azúcar refinado» o «azúcar refinada». Yo prefiero la segunda, y no cuestiono a los que se inclinan por la primera. De todos modos, es una cuestión de gusto y de dulzura, que a muchos les ha tocado saborear. He ahí una de las tantas funciones plausibles y aprovechables de la RAE, y esto lo digo sin el menor asomo de hipocresía.

En cuanto a anhelo, es prudente recordar que la «h», es muda, y así se ha enseñado desde los primeros días en la escuela en todas sus etapas. Hay una canción venezolana llanera, en la voz de Francisco Montoya, titulada Romance en Elorza, que quien la oiga detenidamente, notará que el mencionado cantante, extraordinario exponente de la música criolla, dice claramente: «Hoy an-e-lo tiernamente…», y no «anelo», como sería lo correcto, de acuerdo con la mudez de la «h». Es una pausa forzada que debe evitarse, en aras de que suene como algo hablado normalmente. De la misma naturaleza es la palabra alhelí, de origen árabe, contentiva de esa «h» intercalada, que a muchos induce a pronunciarla de manera afectada.

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