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Opinión

Columna Alzando La Voz: Deshumanización por Rafael Díaz Blanco

En estos tiempos tristes, pero también llenos de esperanza, sueño con la reconstrucción de la patria. Complejo problema humano lleno de implicaciones éticas, políticas, económicas y sociales. No obstante, lo que más nos preocupa es cómo revertir el proceso de deshumanización que vivimos y que se refleja en la diatriba política.

En la Venezuela de finales del siglo XX observábamos como la confrontación de ideas y propuestas a menudo era reemplazada por la pelea estéril. Veíamos como el debate orientado a la búsqueda del bien común, a la determinación de los puntos de encuentro necesarios para acuerdos y consensos, se substituía por el enfrentamiento. Lo importante era vencer, destruir, eliminar al otro. Así lo político cedía ante lo electoral y lo electoral se reducía a triunfar. Afortunadamente, la institucionalidad democrática hizo que esas disputas fueran verbales, sin embargo, abonaron el terreno de la antipolítica y de la violencia.

A partir de 1999 este tipo de discurso se usa desde el poder. Se hace cotidiano y mentiroso. Los promotores de la revolución imposible emplean un soez lenguaje de odio y descalificación contra quienes los adversan o discrepan. La disputa se torna lucha feroz y violenta. Tanto Chávez como Maduro se atribuyen el monopolio de la ética, una autoridad moral que obviamente no tienen. Pretendían decidir quién es bueno y quién malo, quién corrupto, quién no, quién patriota o vendepatria. Por supuesto, forma parte de la estrategia del miedo orientada a implantar un proyecto totalitario que exigía socavar los valores democráticos. En esta óptica era necesario convertir todo adversario en enemigo. Considerar los acuerdos y consensos, convenios subalternos, conspiraciones antipopulares. Ante la carencia de ideas y argumentos se utiliza el insulto y la descalificación del otro. Finalmente, cuando el apoyo popular desaparece la represión selectiva se torna general e ilimitada, la violación de los derechos humanos permanente.

Lamentablemente, este proceso deshumanizador se ha expandido. Se refleja en la intolerancia, en olvidar la presunción de la buena fe, en ver en la motivación ajena motivos deleznables, en creer solo moralmente correcta la propia opinión, en valorar que todo y todos se mueven por dinero, que nadie sirve, que quién piensa distinto es un traidor, en considerar a todos, especialmente los políticos bandidos y corruptos. Es la antipolítica en ascenso siempre aprovechada por el régimen. Es expresión de un sistema intrínsecamente inmoral y corrupto de cuya influencia es difícil escaparse.

No obstante, quienes nos oponemos a Maduro debemos entender que las diferencias son propias de quienes libremente pueden expresarse. La lucha fraterna y solidaria por nuestro pueblo exige la comprensión del otro y particularmente del compañero y del aliado. Si distinto piensan, pueden estar equivocados, pero no por ello son traidores, vendidos, corruptos o estúpidos, para emplear solo algunos de los calificativos muy propios del chavismo que también con demasiada frecuencia se emplean dentro de la oposición.

Presumir la buena fe es necesario, indispensable para la convivencia y el funcionamiento armónico de la sociedad. La vida y el ejercicio de la libertad puede hacernos mejores personas, pero también ocurre lo contrario. En definitiva, de nosotros dependerá humanizarnos o deshumanizarnos, contribuir o no a revertir el proceso de deshumanización creciente.

Valencia, España 13/09/2020.

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