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Opinión

Como entender al país: El ocaso de la voluntad política Por Johnny Galué Martínez

Bancamiga

Una tarea ardua pero necesara

Los venezolanos, en épocas anteriores hemos vivido, con un futuro tal vez más sombrío, pero la estabilidad de nuestras condiciones vitales, por muy negativas que fueran nos permitía pensar, que el porvenir no nos iba a deparar demasiadas sorpresas. Podíamos pasar hambre y sufrir la opresión, pero no estábamos  perplejos.  

La perplejidad es una situación propia, en las que el horizonte de lo posible, se ha abierto tanto, que nuestros cálculos acerca del futuro, son especialmente inciertos.

Con la convulsión económica, que ha producido indignación, en épocas anteriores,  estas contribuyeron incluso a reafirmar nuestras principales orientaciones, quiénes eran los malvados y quiénes éramos los buenos, se volvió a categorizar con nitidez entre perdedores y ganadores, entre la gente, quién manda y quién padece definiendo, a los que mandan, al tiempo que las responsabilidades eran asignadas con relativa seguridad. Pero el actual paisaje político se ha llenado de una decepción generalizada que ya no se refiere a algo concreto, sino a una situación en general. Y ya sabemos que cuando el malestar se vuelve difuso provoca perplejidad. Nos irrita un estado de cosas que no puede contar con nuestra aprobación, pero todavía más, no saber cómo identificar ese malestar, a quién hacerle culpable de ello y a quién confiar el cambio de dicha situación.

Pensemos en tres asuntos, pero que se manejan sin el menor índice de asombro, el pueblo, los expertos y la identidad. Cada vez resulta más complejo identificar lo que el pueblo realmente quiere, la autoridad de los expertos es más cuestionada y tenemos una identidad por así decirlo menos rotunda. Pero esto no impide que se multipliquen las apelaciones a resolver nuestros debates por algún procedimiento que deje fuera de dudas cuál es la voluntad popular, los expertos imponen sus recetas económicas con una determinación que parece desconocer sus recientes fracasos y se restablece la divisoria entre nosotros y ellos de manera que no deja lugar a dudas. Los conceptos no nos resuelven definitivamente ningún problema porque es un asunto político.

El objetivo de la política es conseguir que la voluntad popular sea la última palabra pero no la única, que el juicio de los expertos sea tenido en cuenta pero que no nos sometamos a él, que las naciones reconozcan su pluralidad interior y se abran a redefinir y negociar las condiciones de pertenencia. Entender lo que pasa,  es una tarea   improductivamente, equivocarse en la crítica o tener expectativas poco razonables. La política no puede seguir siendo, el arte de hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Hay que comenzar  por desmontar los malos análisis, identificando a quienes prometen lo que no pueden proporcionar, protegiéndonos tanto de los que lo tienen todo, como de quienes no saben nada. Nunca fueron más reveladores el conocimiento, la reflexión, como la orientación, el criterio.

Cada vez tenemos más la sensación de que en política cualquier cosa puede ocurrir, de que lo improbable y lo previsible ya no lo son tanto. Este tipo de sorpresas, tan dolorosas ponen de manifiesto que no tenemos ningún control sobre el mundo, ni en términos de anticipación teórica ni en lo que se refiere a su configuración práctica.

Estamos en una época, que alterna brutalmente entre lo previsible y lo imprevisible, donde acontecen injusticias, estancamiento económico y la ilegitimidad  de las instituciones. Actualmente el cambio no se produce ni por la reforma ni por ninguna revolución,  ese ya no es el debate, sino por un encadenamiento trágico de factores en principio desconectados.

La capacidad predictiva de las encuestas exige valorar mejor las actitudes y comportamiento de los votantes. En una época de menor militancia en los partidos y gran volatilidad los márgenes de error que deben de  tomarse en serio. Que vivimos en tiempos de incertidumbre no es algo que tenga exclusivamente que ver con el conocimiento, sino también con la voluntad. El desconcierto, no solo es desconocimiento, sino también una desorientación que afecta a la voluntad.

El ocaso de la voluntad, se manifiesta en dos actitudes aparentemente contradictorias pero que tienen en común la misma perplejidad. Una voluntad política cedida, detrás de toda esa retórica según la cual lo que debemos hacer es más bien no hacer nada y adaptarnos a lo que hay, pero también en aquellas, que hacen frente a la realidad desconociendo cualquier límite a la voluntad y que en ocasiones se corre hacia el autoritarismo, lo más contrario que hay a la idea de voluntad política.

La globalización cambió al mundo,  invocando  el deseo de enriquecimiento, la comodidad, el instinto de conservación o el miedo.  Quien ofrece una apertura ilimitada pero sin alternativas, que da la palabra a todos, pero rechazando toda referencia crítica, que domestica satisfaciendo necesidades. La focalización del Estado en las cuestiones de seguridad, se acomoda muy bien a la sumisión total a las lógicas del mercado globalizado, territorio especialmente cómodo para los intereses donde el Estado, refuerza su intervención sobre los ciudadanos en términos de seguridad, al mismo tiempo que la restringe en materia económica y social.

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