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Opinión

De la civilidad a la brutalidad Por Antonio José Monagas

No es fácil dejar atrás los demonios. El hombre político no ha dejado de aferrarse al oscurantismo. Aunque muchas reticencias parecieran haberse superado. Sin embargo, habrá que pensar que dicha renuncia no ha sido del todo demostrada. Eso, por si las dudas. 

En todo caso, las realidades siguen dando de qué hablar. Sobre todo, en países donde el ejercicio del autoritarismo o del totalitarismo, subsiste a pesar de vivir el siglo XXI. O sea, de haber dejado los siglos ocupados por la Edad Media. Es decir, desde el siglo V hasta el ocaso del siglo XIV cuyo período fue escenario del llamado “oscurantismo” cual espacio preparado para cercenar la cultura que brinda la información y el conocimiento. 

La condición sine quo nonde la política, sobre la cual descansa la pluralidad humana, tal como lo asienta la teoría política, no siempre es comprendida como razón. Ni tampoco  como cualidad. Mucho menos, como resultado del ejercicio de la política. Aunque sí tiene cabida como actitud contraria a lo que implica la difusión de la información. O sea, en un ámbito de opacidad u oscuridad.

Es ahí donde las pasiones se desbordan convirtiéndose en causas del mal que aviva conflictos, revanchismos e ironías (políticas). A partir de estas, se propaga el resentimiento y la soberbia como fundamentos de los tantos problemas que frenan el desarrollo de la sociedad. Así como el avance de las técnicas y ciencias humanas. 

En cualquier lado, ocurren golpes de estado que afectan el devenir institucional. Para entonces, la envidia y el egoísmo, se han juntado como cómplices silentes para atentar contra el discurrir de gobiernos o direcciones constituidas al amparo de la legitimidad y la legalidad. Siempre buscando la rotura de algún elemento de los que configuran la estructura cuya dinámica es molesta a la vista del oponente. Aunque el tamaño del daño, no repara en excusas de ninguna índole.

Desde el inicio del conflicto, el agresor busca el daño a todas luces. O la reducción del objetivo. Para ello trabaja a expensa de algún plan que fumigue o aniquile el objetivo mismo. Sobre todo, aprovechándose de la desmovilización y desorientación infundida por algún problema creado o de incidencia coyuntural. Ello, con el propósito de inducir el mayor golpe posible capaz de abolir la realidad del objetivo en consideración.     

Pareciera que la realidad tal como se percibe, es retroceder el tiempo. Es un modo de calificar lo que acontece actualmente en buena parte del planeta. Es volver al oscurantismo dado que el autoritarismo imperante actúa en contrario a la expansión del libre pensamiento. En síntesis, en contra del avance del desarrollo humano.

A decir por lo que está aconteciendo en distintos países, podría considerarse estar regresando a una época de hambre, represión, opacidad, falta de libertad y de violación de derechos fundamentales. O sea al mismo oscurantismo que hace más de quince siglos comenzó a dar muestras irrebatibles de actitudes contrarias a la difusión de la cultura en las sociedades de entonces.

En consecuencia, distintos regímenes políticos actuales han invertido el curso de la dirección acordada por significativos lineamientos de desarrollo económico, cultural y social. 

El problema dio como resultado, la pérdida de criterios que acuciaba el Estado de Derecho como bastión del ordenamiento jurídico, El problema alcanzó al pluralismo político, como pauta del ejercicio de la política. Incluso, la ciudadanía sobre la cual pivota una gestión de gobierno apegada a valores y principios asociados al ejercicio de la democracia. La relación marcada por la conjunción entre Estado de Derecho, pluralidad y civilismo, configuraba el indicador que mejor representaba la gestión político-administrativa realizada.

Esto produjo una separación de razones que conjugaba los tiempos en que la política adquiere fuerzas para lograr sus propuestas. En medio de dicha brecha comenzaron a darse oportunidades para disfrazar y confundir problemas entre sí. De ahí derivaron indicadores que no permitieron la transparencia necesaria bajo cuya sombra se abrigaban conflictos que terminaron abriéndole espacio a la represión (activa), crímenes de lesa humanidad y violencia estatal. Por consiguiente, de ello surgieron problemas relacionados con la corrupción y sus implicaciones. Así como con la restricción de libertades, derechos  y garantías. 

 ¿Cómo devinieron los cambios?

Aunque luce contradictorio, fue así como comenzó a limitarse la información entendida como recurso que provee el conocimiento en torno a lo que, en tiempo real, acontece. Y que si bien en la actualidad se cuenta con las llamadas tecnologías de información y comunicación, el autoritarismo busca reducirlas al máximo para que así poco o nada logre rebasar sus espacios de poder. 

Dada esta situación, el autoritarismo comenzó a perder el contacto con las realidades. Es la razón que explica cómo ha buscado constreñir las universidades para así cercarlas y convertirlas en meros centros de adoctrinamiento ideológico. Luego, vino el hambre, las enfermedades, leyes sin asidero jurídico. 

Por consiguiente, la intolerancia del autoritarismo permitió que se revirtiera lo que la socialización había fraguado para entonces. Así logró dar con las bases para un trabajo devastador que debilitó física, emocional y espiritualmente al ciudadano. Sin rutas que condujeran hacia ámbitos de aceptable racionalidad. 

No obstante, de continuar afianzándose tan lúgubre tendencia de opacidad en países de ortodoxo desarrollo político, el problema en cuestión se convierte en una hinchada crisis. Crisis ésta, capaz de urdir los peores desastres sociales y económicos imaginados. 

De sembrarse una cultura de la desesperación frente a la oscuridad en ciernes, podría devenir tal intención de poder en una progresiva sustitución de percepciones con la fuerza necesaria para cambiar el brillo de las realidades por el oscuro imaginario residente en el sometimiento a que induce el miedo y el terror. Así, cualquier sociedad pasaría rápidamente de la claridad a la oscuridad. O sea, de la civilidad a la brutalidad.

Comments (1)

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