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Opinión

Del mito del culto a Bolívar al mito antibolivariano por @PedroAranguren

Pedro Francisco Aranguren Gualdrón @PedroAranguren

Bolívar se ha constituido en el gran amor-odio de los venezolanos, lo amamos y lo vituperamos; fuimos anti-bolivarianos por allá en los tiempos aciagos de la Cosiata, cuando Páez tejía con maña la conspiración contra el gran proyecto bolivariano de la Gran Colombia; cuando en las grandes capitales de los países que su espada libertó se pintaban grafitis llamándolo tirano y otros denuestos semejantes, porque no fue solo Páez, también fue Santander que apuñalaron su gran proyecto gran colombiano.

Después, muerto Bolívar, ya él bajo tierra, una vez que su espada no ofrecía ningún peligro, emprendimos la gran tarea de resucitarlo bajo el modo más fácil que han tenido los hombres de reencontrarse con sus emociones más ancestrales: emprendimos la tarea de idolatrar su figura.

Al tener poco que decir y sobre todo, que hacer, en 1842, nuestro quehacer principal se volvió culto a Bolívar, una buena manera de ganarnos el favor de unos pueblos hundidos en la miseria y en el ostracismo más abyecto.

Luego descubrimos por vía del pensamiento crítico- muy plausible- ese culto a Bolívar como instrumento útil a diversas ideologías del poder que se escudaban en la adoración del gran hombre americano, hasta para encubrir mediocridades, para que muchos no se les viese sus pies de fantoche, y de esa crítica plausible, pasamos al otro mito, al mito de que Bolívar ha sido el culpable de nuestras lacras históricas, rastreando hasta allá el origen del despotismo y militarismo actual y endosándole las fallas y culpas de cuanto falso líder hemos tenido.

Simón Bolívar
Hemos llegado a la desmesura de atribuir a Bolívar un bolivarianismo idolátrico, muy propio de los pueblos salvajes, con mucha hondura emocional y muy poco de raciocinio.

Pasamos del mito del culto a Bolívar al mito de anti-Bolívar, es decir seguimos nadando en el mito de las emociones baratas, las que sustentamos sin mayor esfuerzo intelectual, cayendo en lo más sabroso que nos sustenta en el facilismo y en el populismo ramplón, hablando para conquistar a otros, no por respeto a la verdad histórica, del mito del Bolívar idolatrado al Bolívar vituperado.

Pero todos los países viven de mitos, la cuestión es averiguar qué rentas producen esos mitos en su presente histórico, o si por el contrario, lo que producen esas narrativas es el reforzamiento de debilidades que se han incrustado en la conciencia nacional como grandes trabas a la grandeza colectiva de una Nación.

El culto a Bolívar es además de ser idolátrico, y por serlo, deviene en crasa inutilidad porque te hace vivir de espaldas a un presente, bajo la nostalgia y la huerfandad y el resentimiento que produce de no contar con Bolívar para este tiempo que nos agobia, porque si Bolívar viviese otro gallo cantaría…

El mito de anti-Bolívar nos deja sumergido en el pasado, echándole la culpa a un Bolívar por lo que hemos sido después que él hubo expirado; una tamaña insensatez, tan pueril como la primera.

Pero resulta que los pueblos toman a sus héroes y los reviven en doctrinas que sirvan como acicates de superación a los problemas del presente, que sirven de pivotes de grandeza y no de una pasiva adoración que vuelvan a los pueblos flojos de espíritu y les inculque la más pasiva de las ignominias, la añoranza del tiempo ido.

Lo que Bolívar hizo, la grandeza de su tarea, podemos convertirla en doctrina resiliente tal cual él lo expresó: “Si mil veces me derrotan, mil veces comenzaré de nuevo”, porque de sus acciones se puede desprender una doctrina viva que nos impulse a grandes acciones en el presente; de su ejemplo vivo de trabajo duro, constante, perseverante, podemos esculpir un gran espíritu nacional, pero es necesario que los líderes del presente encarnen vivamente esa doctrina para que los pueblos emulen esa grandeza de espíritu y se propague como contagio nacional en cada rincón del alma venezolana.

Pero en cambio los líderes fantoches que hemos tenido han reforzado el facilismo y el populismo, de obtener las cosas con el mínimo esfuerzo, porque es más fácil ofrecer cosas materiales al compás del chorro petrolero que dar luz bajo el templado ejemplo de todos los días, haciendo que las cosas se hagan con perfección y mejoramiento continuo, cumpliendo las leyes a cabalidad para que los ciudadanos sigan ese ejemplo, batallando duramente en los grandes proyectos y haciéndose que se cumplan, para que los ciudadanos sigan esos pasos, cuidando cada recurso del país para enseñar a valorar cada recurso con que los ciudadanos cuenten y cuente la Nación.

Simón Bolívar

Es más fácil, pues, ofrecer recursos materiales que ofrecer la luz de un liderazgo que eleve la conciencia de los pueblos para que entre todos, a cuya cabeza esté el gobierno, podamos crear las grandes cosas, y de esa manera no tener nostalgia por Bolívar ni por su grandeza, porque habremos aprendido como pueblo a ser grande y a crear cosas grandes, y de paso habremos hecho que Bolívar reviva en nosotros con nuestro mejor esfuerzo de hoy, incluso haciendo cosas más grandes que Bolívar hizo.

Eso es lo que nos reclama el espíritu de Bolívar hoy, olvidarnos de su adoración, dejar de ser pasivos y volvernos activos con los valores de grandeza con que él hizo la gran obra independista. Esforzarnos al máximo, nunca darnos por derrotados, desechar el nefasto miedo que nos paraliza, soñar y pensar en grande y acometer las acciones con sabiduría y amor a una patria, patrimonio común de todos hoy y de los que vienen.

Convertir la grandeza de Bolívar en una doctrina de grandeza nacional para practicarla, no para ensalzarnos en la nostalgia de su ausencia ni en la recordación de lo mucho que sufrió.

Es la única manera de salir del charco de los mitos fraudulentos de un culto inútil a Bolívar y de un antibolivarianismo tan igual de inútil, para encarar el presente con su gran espíritu de lucha indomable y de esa manera vencer las grandes dificultades que hoy nos agobian como país.

A eso estamos invitando hoy, en estos tiempos de 2019. Cuando los tiempos del Apocalipsis tocan las puertas de la conciencia para hacer justicia a diestra y siniestro.

Los que quieran oír, que oigan.

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