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Opinión

El juramento Por el sociólogo Ender Arenas Barrios

Por vainas de mi poca pericia en el manejo de las redes, un día sin siquiera haber apretado un botón de mi móvil, totalmente ajeno a mi voluntad, empezó a aparecer reiteradamente en la pantalla, como si yo fuera unos de sus fans mas radicales un joven, quien, recorriendo el mundo, señala que es descendiente directo del libertador Simón Bolívar y encargado de los asuntos de la familia Bolívar.

Y debe ser así, no voy a juzgar cuál es su objetivo de llevar a las redes la diaria cantaleta: “Les habla…el único, el reconocido, el encargado, el más legitimo portador de la sangre del más grande hombre de América bla bla bla” ( de verdad no exactamente así, pero eso es lo que se puede leer entre líneas) Cosa que no es de extrañar, pues en el país abundan los sobrinos lejanos del libertador, empezando por Henrique Capriles y Leopoldo López, ambos sobrinos del libertador. Ellos lo dicen. Claro sobrinos lejanos, por supuestos, pero, dado que el joven, fanático de los “Reels” patrióticos, dice que él es único reconocido, se supone que Capriles y Leopoldo deberán pedirle prestado a los que hurgaron en el ataúd del libertador, un hueso, una uña o un mechón de pelo de Bolívar para el examen de ADN de rigor y así alcanzar el debido reconocimiento de la mas noble estirpe del venezolanismo.

Tampoco es de extrañar la increíble y constantemente diaria (hasta dos y tres veces al día) la aparición del joven en cuestión en las redes, pues de todo es conocido que la narrativa chavista al apropiarse de la memoria de Bolívar lo convirtió en actor político de la Venezuela contemporánea y probablemente en el más manoseado de todos.

¡Bolívar! siempre Bolívar, como nos han jodido en su nombre. Yo he sido víctima de él desde mis días de escuela primaria. ¡Carajo! como me costaba aprenderme de memoria el juramento del Monte Sacro, ese que Chávez sacaba a relucir, cuando se dirigía con semblante de redentor a las masas venezolanas sedientas de venganza: “Juro delante de Ud. (estaba acompañado de Simón Rodríguez) juro por el dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo al alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”, acto seguido después de tartamudear la primera frase recibía el reglazo en la palma de mi mano que me daba la maestra Haideé Pirela (ni seña, de la LOPNA para denunciarla por mal trato), también me jalaba el pelo, carajo, tanto castigo a mí, pensaba yo a mis 10 años, que me iba hasta sin desayuno, porque no podía recitar ese juramento que Bolívar hizo subiendo un cerrito de apenas 50 metros de alto, me decía yo para mis adentro, es decir, que Bolívar no fue que subió una vaina como el c erro “El Ávila” ( ese si es un cerro de verdad) o el Pico Espejo, y ni hablar del Pico, que después llevó su nombre.

Pero les digo que esa experiencia me marcó para toda la vida, los palmetazos, la burla de mis compañeros de salón (todavía no se llamaba bullying) me han perseguido desde entonces y me terminé aprendiendo el bendito juramento y lo recito hasta en mis sueños.

Ahora estoy en un país que no es el mismo y estoy buscando un cerrito, que no encuentro, para recitar el juramento. No se si ese mismo intento lo harán los 6 millones de venezolanos que deambulan por el mundo buscando una vida mejor que el que tenían en un país que se volvió catatónico gobernado por una cáfila de ladrones y violadores de los derechos humanos que se ha enriquecido en nombre de una revolución cuya nomenclatura dice que es bendecida por Bolívar.

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