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Opinión

Espacio de sonrisas rotas y corazones apretujados Por Antonio José Monagas

Bancamiga

(In memoriam de José Miguel Monagas. A 34 años de su partida) 

Por esencia y definición, la privación de libertad es condición de imposibilidad para disfrutar de algunos estadios de libertad y garantías. En correspondencia con alguna supresión de derechos fundamentales. En el caso a que refiere el concepto acá tratado, en cuanto a lo que constituye la privación de libertad,  debe reconocerse que el lugar destinado a la reclusión de personas por disposición gubernativa o judicial denominado “prisión” o “cárcel”, es generalmente un espacio susceptible a vulneraciones de derechos. Y hasta de sentimientos. Por tan penosa razón, muchos problemas ocurren en sus ámbitos.

Problemas relacionados con el aislamiento, la tortura, enfermedades contagiosas, coacciones, violencia sistemática y discriminaciones, se combinan con seguidas humillaciones. Especialmente,  en el cacheo a familiares al momento de la visita de rutina.

Es la vida de toda cárcel. Por especial o colmada de insuficiencias que pueda ser. Aunque el mayor problema no reside en lo que remite su estructura física. Fundamentalmente, es lo que su ambiente suele incitar en la vida de cada recluso. Y es un problema que lo vivencian todos los centros penitenciarios. Independientemente, donde se encuentren. Aun cuando sus dinámicas dependen del Estado, en términos de los sistemas políticos que ostentan.

No es lo mismo hablar de una cárcel en tiempos de dictadura, que en democracia. Es la razón que explica el papel que cumple una prisión como determinante social del individuo que en sus espacios debe desenvolverse.

Otro problema que se superpone a la diversificación y diferenciación de los delitos que pueden conducir a una persona a prisión, es su ideología política-militante. Esto sucede sin que de por medio primen derechos, libertades y garantías que otorgan privilegios civiles y de ciudadanía.  Y que las actitudes y aptitudes encauzan en el comportamiento de toda persona encarcelada. 

Este prolegómeno, vale para llegar al punto de partida de lo que esta disertación busca motivar. Y tiene que ver con los momentos de prisión que padeció José Miguel Monagas, mi padre, a consecuencia de su pasión política.

Además. porque lo identificó con la causa que enarbolaba el partido político Acción Democrática en el ocaso de la Junta Militar de Gobierno, que sin mayor unidad de criterio, era presidida por el coronel Carlos Delgado Chalbaud. Y que luego transitó hacia la dictadura del militar Marcos Pérez Jiménez.

Para situar al lector en el contexto político de la Venezuela de 1950, debe señalarse que dicha Junta Militar de Gobierno saltó a la palestra política como resultado del derrocamiento del gobierno constitucional de Rómulo Gallegos acaecido el 24 Noviembre de 1948. Azuzada dicha Junta, por la perversión que, casi siempre, instiga el poder político.

A pesar de la gestión de esa Junta de Gobierno por paliar los conflictos que venían dándose durante la segunda mitad de la década de los cuarenta,  debe aceptarse que 1950 fue un año de duras intrigas y conspiraciones. Las mismas fueron en contra de la pretensión de esa Junta, de instituir el régimen político que ejercía el poder nacional. Pero todo terminó con el magnicidio del referido coronel y presidente de la Junta Gubernativa, Carlos Delgado Chalbaud. Tiempo éste en que Acción Democrática era acusada de cuantas confabulaciones se daban. Y entre ellas, fue injustamente inculpado, el grupo de maestros que acompañaba el trabajo político de quien ejerció como ministro de Educación del gobierno de Gallegos. El maestro Luís Beltrán Prieto Figueroa.

Desde el derrocamiento de Gallegos, los cuadros políticos juveniles formados particularmente por maestros y estudiantes liceístas, normalistas y universitarios, se dieron a la tarea de actuar en contra del régimen militar. 

En la población de Puerto La Cruz, del estado Anzoátegui, se encontraba el maestro de Educación Primaria Urbana, José Miguel Monagas, ejerciendo el cargo de director de la escuela del Campo Petrolero de Guaraguao. 

Inspirado en el pensamiento pedagógico del reconocido luchador político y educador por excelencia, Dr. Luís Beltrán Prieto Figueroa, Monagas encendió la flama política de cuanta muchachada pudo enrolar. Así, organizó en Barcelona, un movimiento de apoyo a las protestas que se dieron en todo el país. En contra la opresión del susodicho régimen militar. 

Fue razón para que la Seguridad Nacional o Policía política de entonces, lo apresara y lo condujera a la Cárcel Pública de Barcelona. En 1950. Como preso político, no fue condenado a purgar prisión por un tiempo específico. Pero los titubeos y convulsiones del régimen por causa de la rivalidad que se daba entre el coronel Delgado Chalbaud y el teniente-coronel Marcos Pérez Jiménez, en contubernio con el también militar, General Rafael Simón Urbina, lograron que el encarcelamiento de José Miguel Monagas fuera a discreción de las autoridades públicas de Barcelona. 

Sin embargo, según contaba José Miguel, su estancia carcelaria fue tiempo en que soportó las inclemencias que recibe todo preso político.

Mi padre, vivió los tormentos y violencia de la tortura. Relataba José Miguel, que luego de despojarlo de su ropa, lo sometían a estar de pié sobre inmensos bloques de hielo. Asimismo, sobre rines de automóviles cuyas orillas eran previamente afiladas para causar cortaduras en las plantas de los pies. También lo obligaban a apuntar la mirada hacia reflectores, cuya luz excedía su resistencia visual. De esos martirios propios del maltrato de todo encarcelamiento político, no escapaba las humillaciones que recibía su amada esposa Dulce María, mi madre. En la revisión por la cual debía franquear todo familiar de preso político, previo a cada visita.

Casi un año estuvo preso mi padre. Sólo porque sus ideas no concordaban con las del sistema político represivo que dominaba el poder en el país. De tan crudos meses, sólo ganó la resiliencia que le permitió luego, salvar las dificultades que configuraron su travesía por la vida. 

Por esa forma que hace  sufrir a cualquier persona sin razón judicial alguna para estar privado de libertad, derechos y garantías, es por la que podría inferirse que José Miguel Monagas, mi padre, vivió el año de 1950 en la mengua y en el horror de un espacio de sonrisas rotas y corazones apretujados.

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