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Estados Unidos: La crisis de Afganistán pulveriza la imagen de “eficacia” de Joe Biden

Foto Joe Biden da una rueda de prensa sobre Afganistán. REUTERS

La popularidad del presidente de EEUU se hunde del 55% al 41% en solo una semana

“Volver a construir mejor”; “Escuchar a los expertos”; y “América ha vuelto”. Ésos eran los tres eslóganes sobre los que Joe Biden llegó a la Casa Blanca. Eran un resumen de las que iban a ser las líneas maestras de su gestión. El presidente iba a centrarse en la lucha contra el Covid-19, al que debía su victoria electoral, y en un masivo plan de infraestructuras y de expansión de la cobertura social.

Su prioridad iba a ser la política interna. En política exterior, Biden llevaría a EEUU de regreso a la que había sido la estrategia del país desde la Segunda Guerra Mundial, basada en alianzas multilaterales como la OTAN y en la promoción de los valores democráticos y liberales de Occidente. Para ello, dejaba ese terreno en manos de dos colaboradores de confianza: Tony Blinken, secretario de Estado, con una enorme experiencia en esa área, y Jake Sullivan, el ‘niño prodigio’ del ‘blob’, que es como se conoce a la comunidad de expertos en política internacional que habita y pontifica en la franja de terreno que va desde Washington hasta Boston. En el nuevo equipo no había sitio para personajes como el yerno de Donald TrumpJared Kushner, que había jugado un papel clave en la política exterior de EEUU.

Y es que el show de Trump se había acabado. El presidente iba a ser firme en su oposición a los dictadores del mundo, empezando por el ruso Vladimir Putin y continuando por el chino Xi Jinping. Se había acabado la improvisación. Biden era un tipo serio. Y duro. Había sido vicepresidente, había dirigido el Comité de Relaciones Internacionales del Senado, y había votado a favor de la invasión de Irak. No le iba a temblar el pulso. Los hechos, y no los ‘tuits’, iban a marcar su gestión.

Siete meses después, los talibán controlan Kabul, y EEUU les ha pedido que garanticen la seguridad de sus últimas tropas en Afganistán después de que Biden dejara que el régimen proccidental de ese país se colapsara en 11 días, estropeando así el final de una guerra que, en la mejor tradición del electoralismo más populista (¿pero eso no era el estilo de Trump?), iba a concluir oficialmente el 11 de septiembre.

Es la mayor debacle de EEUU en política exterior en décadas. El mundo al revés. EEUU fiando su seguridad a los anfitriones de Osama bin Laden. Un rótulo en un informativo de la cadena de televisión CBS el viernes dejaba clara la imagen de seriedad de Biden en esta crisis: “El presidente promete represalias y se mantiene firme en la fecha del 31 de agosto para concluir la evacuación”. Firme en el 31 de agosto, como han ordenado los talibán. Si esa firmeza requiere dejar a estadounidenses en Afganistán (no digamos ya decenas de miles de afganos que cometieron el error suicida de confiar en EEUU), mala suerte. La seriedad de Biden queda clara cada vez que habla. Siempre dice que la responsabilidad es suya, y acto seguido echa la culpa del desastre a los afganos y a Donald Trump.

La Casa Blanca quiere que el debate político se centre de nuevo en asuntos domésticos, en especial la expansión de la red de asistencia social que está avanzando aprobada por el Congreso. Pero las noticias de Afganistán le impiden lograr ese objetivo. En las últimas dos semanas, Biden, que es alérgico a hablar con la prensa, ha tenido que aceptar preguntas de los periodistas tres veces.

Su popularidad se ha hundido. Hasta finales de junio, Biden contaba con el respaldo de entre el 53% y el 55% de los votantes. Entonces empezó a caer, al mismo tiempo que los positivos del Covid-19 volvían a aumentar. El 1 de agosto era todavía del 51%. Esta semana, según un sondeo del diario ‘USA Today’, ha caído al 41%. En la web SportsBetting, las apuestas en favor de una victoria de Donald Trump en las elecciones de 2024 han pasado de 1 contra 8 a 1 contra 3 en solo cuatro semanas.

La clave de esa catástrofe demoscópica es la imagen de debilidad de EEUU en Afganistán. Aunque los votantes (en especial, las minorías negra e hispana, claves para Biden) siguen apoyando la retirada, pero creen que ésta ha sido llevada a cabo de manera increíblemente chapucera. La imagen de seriedad y eficacia de Biden se ha hundido. El presidente de EEUU puede sr muchas cosas, menos una: un tipo débil, del que se ríe el resto del mundo. Y Biden corre el peligro de convertirse en eso.

Pero el problema es más profundo, y afecta a su imagen de seriedad. El ejemplo más obvio es el Covid-19. En mayo, Biden calificó de “hito” el anuncio, por las autoridades sanitarias, de que las personas vacunadas contra el virus no necesitaban llevar mascarilla. En julio, cambió el mensaje. “Sean patriotas. Lleven mascarillas”, dijo. El objetivo de tener al 70% de la población vacuna el 4 de julio pasado queda ahora para marzo de 2023, si todo va bien.

Así, la Presidencia de los expertos se ha desvanecido. Aunque eso no ha afectado a la base de Biden. Los fans del presidente han reaccionado como lo hicieron los de Trump durante la Presidencia de éste: atrincherándose. Los mismos que celebraban el regreso de los personajes con experiencia en la gestión de las políticas públicas a la Administración dicen ahora que no hay que prestar atención a los ex generales y ex altos cargos de la CIA, que critican la gestión de la crisis afgana, porque fueron ellos quienes metieron a Estados Unidos en esa guerra. La fidelidad ideológica es lo mas importante para el votante.

Tomado de Diario El Mundo de España

PABLO PARDOCorresponsal @PabloPardo1 Washington

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