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Héctor Navarro se excusa: Yo no participé en el desmantelamiento de las instituciones culturales

A 20 años de la revolución cultural, el exministro aún considera que las instituciones culturales eran “sumamente elitescas”. El deterioro de los museos y los teatros se lo atribuye a la mala gestión de Nicolás Maduro, quien, insiste, se desvió del camino socialista de su predecesor y asumió una política “neoliberal”

22 de enero de 2001. El fallecido presidente Hugo Chávez tiene dos años en el poder. Todavía no existen las comunas, los consejos comunales, los CLAP, las cifras alarmantes de pobreza y desnutrición que mostró la Encovi el año pasado. Las instituciones funcionan sin la bota militar que hoy día las somete, incluidas las culturales, ahora destruidas y abandonadas.

Chávez, en su mejor momento, en su programa Aló, presidente anuncia la llamada revolución cultural bolivariana “creadora y liberadora”. Así la llamó. Los primeros destituidos son figuras referenciales de la cultura venezolana, entre ellos Sofía Ímber, Oscar Sambrano Urdaneta, José Ramón Medina, Clementina Vaamonde, María Elena Ramos, Alexis Márquez Rodríguez, Mary Ferrero, Pilar Romero.

La excusa: la cultura se había vuelto “elitesca”.

“Esto lo veníamos preparando. Hemos arrancado con algunos proyectos, pero qué difícil es este mundo de cultura. ¡Cómo se ha manejado! Claro, ahí ha habido un gran aporte al país. Eso no lo vamos a negar, pero la cultura se vino elitizando al ser manejada por élites. Como dice el viceministro: un principado. Príncipes, reyes, herederos, familias, se adueñaron de instituciones, de instalaciones que le cuestan miles de millones de bolívares al Estado”, dijo Chávez.

Héctor Navarro era en ese momento ministro de Educación, Cultura y Deportes, tiempo después será ministro de Energía Eléctrica y en 2014 es suspendido de la dirección nacional del PSUV por defender al exministro Jorge Giordani sobre sus críticas al gobierno.

Hoy día, profesor jubilado de la UCV, es un duro crítico de la gestión de Nicolás Maduro, quien, a su juicio, se desvió del camino de Chávez y ha implementado políticas neoliberales y capitalistas que van en contra del lenguaje chavista.

—20 años de la revolución cultural. ¿Qué queda hoy de aquella idea que comenzó con la destitución de las directivas de las principales instituciones culturales del país?

—No estoy seguro de que eso sea rigurosamente así desde el principio. Abreu estuvo dirigiendo las orquestas juveniles muchísimo tiempo. Sofía Ímber también estuvo muchísimo tiempo. Eso no fue una destitución de llegando y tumbando. No fue así. Por lo menos no en los primeros dos o tres años. Lamentablemente creo que el golpe de Estado de 2002 produjo una serie de variables allí que no era necesario introducir. Las introdujeron por la fuerza. Creo que eso marcó de alguna manera el rumbo de las cosas, precipitó algunas decisiones.

—¿Pero usted recuerda que un día Chávez apareció en televisión diciendo que la cultura se había vuelto elitista y entonces destituyeron a una serie de personas, entre ellas Óscar Sambrano Urdaneta, Sofía Ímber, José Ramón Medina, Alexis Márquez, Mirla Castellanos?

—Sí, sí, pero, como te digo, eso es parte de toda una situación. Eso seguramente iba a venir. No estoy diciendo que el presidente Chávez lo tuvo en mente desde el principio. Pero el ejercicio mismo de la Presidencia de la República lo obligó a tomar algunas decisiones. Y sí, bueno, tenemos que entender que de verdad las llamadas instituciones culturales eran sumamente elitescas. El pueblo no participaba.

El tema de la cultura es importante. ¿Qué es la cultura? Primero hay que definirlo. Uno a veces piensa que fulano de tal es un hombre muy culto o que esa es una mujer culta porque sabe comer bien con los cubiertos o porque sabe conversar de tal autor, de tal filósofo, teatro.

Es mucho más que eso, la cultura es lo que hace la gente, lo que hacen los colectivos. Incluye el deporte, la pintura, incluye todo lo que es la hechura del ser humano. Y que puede estar circunscrita a un colectivo. Por eso se habla de una cultura organizacional. Los partidos tienen su propia cultura organizacional. Las empresas tienen su cultura organizacional.

Sin duda que hacía falta, estoy convencido de eso, de que la revolución entrara a espacios donde simple y llanamente el pueblo estaba vetado.

—¿Entonces cómo empieza esta idea y en qué momento?

—Hugo Chávez no venía pensando en eso. Te voy a poner un caso: las universidades, que son un factor importantísimo en la cultura de un pueblo. Las universidades tienen su propia cultura organizacional. Una de las primeras cosas que hizo Hugo Chávez fue ir a la Universidad Central de Venezuela. Yo fui con él. No había una predisposición de ninguna manera, pero sí, por ejemplo, sabíamos que teníamos una gran deficiencia en el tema educativo. La última encuesta que habíamos hecho decía que había 600.000 bachilleres sin cupo. Eran aspirantes y no tenían acceso a eso. ¿Bueno, y cuál es la oportunidad, la justicia cultural, en un pueblo donde había 600.000 bachilleres sin cupo y millón y medio de analfabetas?

—La idea entonces de crear la revolución cultural empieza ya estando Chávez en el poder y estuvo relacionada con el tema político porque me mencionó el golpe de Estado.

—Tú me estás hablando de revolución cultural y nunca se lanzó un proyecto con ese nombre.

—Fue la manera en que se le conoció, Chávez la llamó revolución cultural.

—Muchas veces, para deteriorar la imagen, se le asociaba con la revolución cultural china, que fueron unos locos, entre otros la señora aquella de la Banda de los Cuatro. Muchas veces la califican de una manera porque eso te trae recuerdos históricos de hechos que ocurrieron alguna vez. Es para deteriorar la imagen de cualquier proyecto.

—Al revisar cómo se encuentran nuestras instituciones actualmente, uno infiere que la revolución cultural no solo fue un fracaso sino que cumplió un solo objetivo: minar los espacios culturales con un pensamiento único, el chavismo y el socialismo. ¿Qué opina?

—Varias cosas, lo que está ocurriendo en este momento no tiene nada que ver con socialismo ni con chavismo. A mí me gusta llamar las cosas por su nombre. Si esto fuera socialismo, por ejemplo, no se permitiría el deterioro del salario de los trabajadores, como está ocurriendo en Venezuela, que beneficia exclusivamente a los banqueros, a los propietarios de las unidades de producción. Las medidas que están tomando son medidas neoliberales estrictamente. El trabajador en Venezuela, que es el sueño dorado de cualquier capitalista, no negocia su contratación colectiva. Yo soy profesor universitario y mi salario en este momento es de unos 10 dólares, eso hace una semana, no sé ahorita.

—Pero el gobierno culpa a las sanciones.

—No, porque las sanciones comenzaron en 2017. Este desastre viene yo diría que un poco antes de la muerte de Hugo Chávez. Uno se pregunta: cuando a una persona se  le desarrolla el cáncer y este se hace evidente ¿cuánto tiempo el cáncer venía afectando a la persona? Porque, te voy a decir una cosa: Chávez tuvo que alejarse del Consejo de Ministros porque físicamente no podía. Durante el tiempo que estuvo en La Habana hospitalizado, a él lo visitaban cuatro o cinco personas. Entonces tú preguntas: ¿y las decisiones que tomaba Hugo Chávez en ese momento eran las de él o de esas cuatro o cinco personas?

Por ejemplo, el deterioro de la producción petrolera viene de antes, en 2008 ya empieza a verse el problema. La muerte de Chávez marca entonces la estampida, quien ponía orden allí era él. Con la muerte de Chávez instantáneamente deja de reunirse la dirección nacional del Partido Socialista Unido de Venezuela, de la cual yo formaba parte. Y siete miembros de esa dirección le escribimos una carta a Diosdado Cabello, que fungía como vicepresidente del partido, exigiéndole que se reuniera la dirección nacional. Él no convocaba. Simplemente se burló y nos dijo “vean a ver qué hacen”. La carta la tengo. Siguió sin reunirse la dirección nacional.

Ese proyecto, que no venía con Hugo Chávez, era diría que inocente. En 1999, cuando Chávez llega al poder, fui designado como ministro y otros 12 o 13 colegas que estábamos ahí. Hay elementos que se fueron definiendo en el transcurso del tiempo. Hugo Chávez no hablaba de socialismo en ese momento, yo sí hablaba de socialismo, soy socialista, pero era en conversaciones con él o Jorge Giordani. Pero no como parte de un proyecto que él hubiera estado maquinando. La evolución es lo que lo hace pensar de esa manera. El tiempo, las relaciones, sus estudios. Todo eso es parte de la cultura de la que estamos hablando.

La única instancia en el año 98 que hacía alfabetización formalmente era Fe y Alegría. Recuerdo que finalizando el año 99 me llama Hugo Chávez y me pregunta cuántas personas habían sido alfabetizadas. Yo tenía la cifra de Fe y Alegría, recuerdo que eran 98.000. Me preguntó cuántos analfabetas había, y nosotros pensábamos que era 1 millón. Él me preguntó en cuánto tiempo vamos a lograr nosotros alfabetizar a la gente si lo hacemos a 100.000 personas por año. La cuenta daba para 10 años. Había que hacer algo profundo en ese tema, que es un tema cultural.

—En su momento se pensó que la revolución cultural venezolana iba a ser algo parecida a la china, cuyo objetivo era imponer el pensamiento de Mao Zedong. ¿Hoy día piensa que es así? ¿Usted lo imaginó de ese modo?

No, de ninguna manera. Ese no era el pensamiento de Chávez. El pensamiento de Hugo Chávez no era imponer las cosas, era convencer. Eso es lo contrario al fascismo. Hay una frase famosa de la Guerra Civil de España: venceréis pero no convenceréis. Cuando el general José Millán-Astray se alzó creo que fue Miguel de Unamuno quien se lo dijo. Hay que lograr la hegemonía  ideológica, pero convenciendo, no imponiendo por las armas. El que acude a las armas y la violencia para imponer su cultura es un fascista. Ese es un Donald Trump cualquiera.

—Justamente hoy día hay temor porque si no estás subordinado al gobierno no puedes tener muchas cosas.

—Eso no tiene nada que ver con socialismo y tampoco tiene que ver con Chávez ni con chavismo, si es que el chavismo existe como concepto.

—¿Y como ministro en esa área qué tan responsable fue del surgimiento de este proyecto?

—Yo fui ministro de Educación, Cultura y Deporte durante 1999, 2000 y 2001, pero después de la aprobación de la Constitución se empezaron a crear otros ministerios. Las instituciones siguieron funcionando, el Conac siguió funcionando, ahora, con otras personas, claro. Yo recuerdo que Sofía Ímber estuvo mucho tiempo en su museo y estuvimos incluso con Hugo Chávez en el museo.

—Claro, pero después la destituyeron, al igual que a Óscar Sambrano, José Ramón Medina, María Elena Ramos, entre otros. ¿Qué consecuencias trajo esa decisión? Ellos son referencias culturales.

—Sí, pero no necesariamente el que esté o no enfrente administrando la institución le quita o le pone al sector mismo. Por ejemplo, Óscar Sambrano, muy buen escritor, estaba frente a una institución, pero lo que no se podía afectar era su carácter de escritor. El que está administrando tiene que tomar decisiones en función de la administración, que es otra cosa.

—¿Por qué tomaron esa decisión? ¿Consideraban que no estaban capacitados? ¿No estaban bien administradas las instituciones?

—No, no, no. Te diría una mentira si dijera que conozco las razones. La memoria no me da mucho para recordar las decisiones mismas. Yo guardo unos recuerdos muy gratos de esa gente que estás mencionando. Y claro, en esas instituciones siempre hay conflictos.

—Algo que se criticó mucho fue que Chávez anunció esas destituciones de manera repentina y por televisión.

—Como te digo, me cuesta mucho recordar el hecho. ¿Tú recuerdas el año en que fue eso?

—Año 2001

—Ese fue un año bastante turbulento. Por ejemplo, recuerdo que en junio de 2001 las federaciones de maestros hicieron una huelga. Unos tipos que venían siendo dirigentes sindicales de los maestros de toda la vida y eternizados allí, que tenían tiempo para jubilarse. Yo todavía era ministro. Esa huelga no tenía ninguna razón de ser porque acabábamos de firmar lo que yo titulé en ese momento la mejor convención colectiva de toda la historia del sector. Y, sin embargo, llamaron a una huelga. Chávez me dijo que invitara a quienes se conocían como de izquierda. Los invitamos a Miraflores Chávez, yo y tres o cuatro dirigentes que uno suponía pudieran estar cerca de la revolución. Resulta que salió muy bien, nos tomamos fotos, fue agradable. Pero al día siguiente anunciaron la huelga. Yo le dije al presidente que esa huelga iba a fracasar. Empezó el lunes y el jueves estaban reventados completamente. Me acuerdo que le dije a mi secretario que mandara a preparar los expedientes de todos los dirigentes sindicales que tenían ya su tiempo para jubilación. Cuando fracasó la huelga, le dije a la secretaria que me sacara la resolución de que estaban jubilados. No los agredí. Los jubilé. Era una huelga política.

—La intención de Chávez era llevar la cultura al pueblo, pero hoy, más que nunca, el pueblo parece estar alejado de la cultura: museos vacíos, un Teatro Teresa Carreño sin programación y usado como sede del partido de gobierno, entre tantas otras cosas.

—Es lo que te digo, eso era el proyecto de Chávez, el proyecto del socialismo, esto que estamos viendo no tiene nada que ver con Chávez ni con el socialismo. Esto es un desastre. ¿Es que son malos administradores o hay un proyecto para destruir a Venezuela? Yo no creo que se pueda ser tan mal administrador, porque a lo que le ponen la mano lo destruyen.

—¿Pero usted no cree que el chavismo es siempre el mismo?

—¿Lo mismo que qué?

—Maduro es el heredero de Chávez, él fue quien lo eligió.

—Mira, en cuanto a los herederos, ¿cuántas fortunas no has visto despilfarradas por un heredero parrandero, desordenado, delincuente? El padre no tiene la culpa.

—Usted insiste en la tesis de que Maduro se desvió del camino de Chávez.

—Absolutamente. Lo puedo demostrar. Mira, la mayor demostración es que cuando Nicolás Maduro habló de los izquierdistas trasnochados se confesó. Esa fue su confesión. Nicolás Maduro usó el mismo lenguaje que usó Rómulo Betancourt en los años 60. Estaba naciendo Nicolás Maduro cuando Rómulo Betancourt estaba usando esa terminología, ese tratamiento hacia la izquierda.

—Uno de los argumentos de Chávez para crear la revolución cultural fue que a su juicio la cultura se había vuelto elitista y que una suerte de séquito se había adueñado de las instituciones. ¿Hoy día no cree que pasa eso mismo?

—Claro, pero con una diferencia importante: que estos no tienen el currículum que tenían los otros. En eso Chávez fue cuidadoso. Por lo menos hasta 2008 o 2009. No ponía a cualquiera en cualquier institución. Fíjate, después de que se va Rafael Ramírez, a quien no defiendo para nada pues el desastre de Pdvsa viene de su época, han nombrado a un conjunto de militares en Pdvsa, uno detrás del otro. Han puesto la torta. Uno comete errores y ponen a otro para que cometa más errores. Lo que pasó en Corpoelec es escandaloso, de Jesse Chacón en adelante.

—Estaba entre mis comentarios: las instituciones culturales están en manos de personas que, de lejos, se nota que no están preparadas para ejercer los cargos. Por ejemplo ¿qué hace Nicolás Maduro Guerra en la directiva del sistema de orquestas o Roque Valero como presidente del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía?

—A eso me refiero. Eso es dañino para las instituciones. Cuando Chávez me nombró ministro de Educación yo tenía toda la vida en educación. Ahora, eso era un Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, pudo haber puesto a alguien de la cultura. Pero puedes preguntar quiénes me rodearon a mí: todos eran de los sectores que correspondían. Toditos. Eso es importante. Cuando vas a Pdvsa encuentras al capitán fulano, el mayor fulano, que no tienen que saber de eso porque no se formaron para eso. No hablo solo de ministros, porque a lo mejor el ministro puede ser un buen gerente, aunque sea del área que sea, en el área de salud no tiene que ser un médico, ojalá así sea, pero ¿de quién se va a rodear? ¿Del compadre, del amigo de la infancia, el compañero de los palos? Eso no sirve. Y eso es lo que está pasando. El desastre de Corpoelec fue causado por Jesse Chacón y compañía.

—Si miramos atrás, encontramos que Caracas fue una de las capitales culturales de América Latina. Este fue un país que atrajo a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Tomás Eloy Martínez, el país de la Concha Acústica,  del Teresa Carreño.  ¿La revolución cultural fue la que arrasó con ese enorme sistema?

—Sigo insistiendo en que no me gusta el nombre revolución cultural. Para mí la palabra revolución es una palabra que me evoca a otros cosas: no vagabundería, no violencia por la violencia misma, no la búsqueda del poder por el poder mismo, sino renovar al ser humano. Metas de otra naturaleza. Esto es un desastre. Hay investigaciones abiertas del propio Estado sobre hechos concretos, en este caso del fiscal general de la nación. Pero por ejemplo no se investigan otras cosas, como el caso Odebrecht. Fíjate esto, que tiene que ver con la cultura, porque se hace parte de ella, Odebrecht ha sido investigada no sé en cuántos países por corrupción y hay presos y todo. Odebrecht tenía muchas obras en Venezuela, están todas inconclusas. En Venezuela no hay investigaciones y en todos los demás países no. ¿O sea que en Venezuela Odebrecht se portó correctamente? ¿O hay otra cosa? Eso hay que preguntárselo.

—Monte Ávila y Ayacucho fueron hitos que nos acercaron a grandes intelectuales. Con el tiempo empezaron a editar libros asociados al pensamiento chavista.

—Nunca tuve una relación directa con eso porque se supone que debían actuar autónomamente. El Perro y la Rana, Monte Ávila, Ayacucho publicaban libros de todo tipo, me consta. Había un margen de autonomía allí, a lo mejor no todo lo necesario, pero lo había. Creo que el ambiente se enrareció porque los preparativos para el golpe de Estado venían moviéndose.

—¿Lo que me quiere señalar es que después del golpe de Estado Chávez se radicaliza?

—Él entendió, interpretó, que definitivamente la vía no era seguir, por ejemplo, alfabetizando a 80.000 personas al año.

—¿Por qué usar la cultura como instrumento político si al final el verdadero arte no se subordina a ningún poder, sea político o empresarial? No funcionó en Cuba, no funcionó en Venezuela.

—La cultura en general, las artes, son sin duda un instrumento político, son instrumentos de política. Si no pregúntale al Vaticano, cuando por ejemplo ordenaron tapar las partes de todas las estatuas. Eso fue una decisión política del Vaticano y de poder. La historia está llena de casos de intervención de la política en el arte.

—Claro, pero, por ejemplo, una pieza artística puede estar relacionada o no con la política, y sin embargo eso no es lo que define si es una obra valorable o no.

—Ese es el deber ser, lo que te quiero decir es que lamentablemente el poder, que es otra cosa, el poder no necesariamente es la política, siempre ha tratado de cuestionar, de influir, de censurar a las artes en general y a la cultura en general, no es propio de este gobierno. Fíjate el ejercicio del poder: ¿quién tiene más poder, Twitter o Trump? Lo censuraron, no pudo decir lo que estaba diciendo. Ahí no tiene nada que ver con política.

—¿Y no se siente responsable por el desmantelamiento de las instituciones culturales?

—Yo no participé en absoluto en nada de eso. Eso lo puedes verificar. Yo respeto mucho ese tema. Y tengo muy buenos amigos en el sector cultural. Cuando llegué de ministro me reuní con un conjunto de destacados actores del sector cultural, incluso estaba Luis Britto García. Les pedí a ellos que me propusieran un nombre para dirigir el Conac, lo hice por instrucciones de Chávez. ¿Sabes cuál fue? Luis Britto García. Bueno, resulta que Luis Britto García aceptó en la mañana y en la tarde me dijo que no, que estaba muy ocupado, y puse de todas maneras a una persona maravillosa: Manuel Espinoza. También venía del sector y fue mencionado en aquella reunión. Yo no fui de los ministros que llegaban tumbando cabezas. Creo que por eso me aprecian en los ministerios en los que he estado.

Fuente El Nacional

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