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Opinión

¿Insultar, humillar o atropellar? Por Antonio José Monagas

Cuánta desgracia concentra un mensaje formulado sobre estructuras dialécticas que redundan en el desconocimiento de las realidades.

Hay discursos, opiniones o expresiones que no cuidan el sentido de lo expresado Es aventurado y hasta riesgoso, lanzar o liberar palabras e intenciones que no se corresponden con el momento. Tampoco con las circunstancias. Menos, cuando son dominadas por la tragedia o la ausencia de humanitarismo.

Ante la ira o cualquier sentimiento de disgusto o desagrado hacia alguien, o por causa de alguna afrenta o crítica recibida en palabras o hechos, no es propio arrojar la primera piedra que dispone el camino. Aunque en el ejercicio de la política, es un tanto común asomar esa desagradable emoción que emana del odio, del resentimiento o rencor.

En el fragor de la política, muchas veces es fácil toparse con sentimientos que pueden ser adaptativos, como cualquier emoción humana. Sólo que cuando quedan atrapados en el subconsciente de la persona, se convierten en conflictos que buscan endilgar a otros. Es ahí, cuando la política pareciera un abismo sin fondo del cual es difícil salir.

Es lo que sucede cuando la política (de calle) se practica apoyándose en criterios de vida groseramente confundidos con postulados políticos diseminados precariamente por razones electorales. Es lo que ha sucedido en la Venezuela del siglo XXI. Peor aún, por efecto del mal llamado “chavismo”. 

Esto da cuenta de una tesis que viene explicando el desastre que, la injerencia del absurdo y resabiado “chavismo”, asumido como política gubernamental, ha causado a nivel nacional, regional y local. Ningún contexto en que tan repelida política haya sido causa y efecto del desacomodo y crisis padecida en lo que va del siglo XXI venezolano, particularmente, se ha librado de problemas de todo orden, magnitud y medida.

Ejemplo de infinitud dictatorial

Es imprescindible saber que la política no se aprende en la calle, entre los resquicios de una habitación embadurnada de basura populista. O aplaudiendo cualquier discurso de precaria inspiración, o verborrea de esquina. Mucho menos, se aprende a gobernar. Es el problema que padecen muchos dirigentes de partidos políticos al presumir que el sólo hecho de detentar el poder, le otorga la capacidad necesaria para disponer lo que su ignorancia y soberbia determinen.

Tristemente, vale reconocer que la universidad venezolana, contrariamente a lo que debería ser, produce profesionales ciegos a la política. Asimismo, políticos sordos a la economía. En fin, cabe alegar que las realidades nacionales crean venezolanos que poco o nada se inquietan por la incomunicación que se da entre la economía y la política. O entre lo social y lo cultural. 

Con ofensivas declaraciones de altos funcionarios del régimen venezolano, se evidencia un problema de cultura política. El verbo no advierte que en política, un mismo sentido cambia según las palabras expresadas. Sobre todo, en medio del espantoso laberinto formado por la fatídica sucesión de precariedades, improvisaciones y equivocaciones. Propio del populismo rampante. Es calamitoso el estado de descomposición al cual se ha llegado. Más por exceso de capacidades, que por defecto de las pocas acciones emprendidas. 

Nada más acusa la extremada flaqueza ideológica que reviste cada discurso de estos dirigentes políticos militaristas y fascistas, que el hecho de no reconocer el tamaño de su incompetencia. Tanto como la desfachatez para denigrar lo que a bien es propio de demandar y exigir. 

Nada más pusilánime que dárselas de jactancioso. Es el caso de muchos gobernantes que se revisten del poder de una autoridad sin concienciar que la misma está cuestionada por represiva e irreverente. Más, ante libertades y derechos humanos.

Ejercer la política sin conocimiento de causa

En política, las palabras tienen un alto vuelo. Pero tan alto como suben, asimismo caen y generan los problemas de todo ser vivo apegado a vivir arrastrado. Para este género de personajes recostados al ejercicio de la política, la tierra constituye el ámbito más expedito para demostrar su calaña de esquiroles, usurpadores y eunucos políticos. Donde ni siquiera pueden juntar lo necesario con lo suficiente. 

La vida en la política, es meramente un tránsito que conduce a comprender que lo que la política deja vivir, no es más que “un mientras tanto”. Así que no hay razón alguna que contradiga la fuerza de la naturaleza cuando es dominada por las libertades.

Cuánta desgracia concentra un mensaje formulado sobre estructuras dialécticas que redundan en el desconocimiento de las realidades. Sin embargo, en lo que va de siglo XXI, Venezuela ha sido el teatro “negro” de una realidad que se contradice frente a otra por verdadera que parezca. Sobre todo, cuando el país -acicalado por medios gubernamentales- se utiliza como burda excusa para proyectar una imagen disfrazada de democracia. Y así ha venido ocurriendo con el consentimiento del ejercicio de la usurpación perpetrada en menoscabo del desarrollo nacional. Para que al final, se tenga una república desprendida del mapa geopolítico latinoamericano toda vez que esa misma república ya no existiría.

El fundamento ideológico de la acusada “revolución bolivariana” ha incitado a actuar según la paradoja que argumenta: “la destrucción es una forma de creación”. Quizás, eso explica la ocasión que deja ver cuando un gobernante recurre a la amenaza, la humillación o al sarcasmo, como recurso para imponer un proyecto de país retrógrado. Eso permite inferir que todo lo sucedido en esta Venezuela del siglo XXI, sobre todo ahora, es representativo de una especie de espasmo que resulta de razones como: 

  1. El quiebre de la legitimidad para gobernar.
  2. El apoyo popular comienza a debilitarse.
  3. La falta de responsabilidad  ante lo que comprometen las funciones de gobierno.
  4. Síntomas de ingobernabilidad que ven venirse.
  5. Fracturas a lo interno del partido de gobierno.
  6. Desconocimiento de los procesos de gobernar. Y más aún,  en democracia.

Son todos síntomas inequívocos de cuando un gobierno comienza a preocuparse porque su gestión política está bamboleándose a causa de la desesperación y el miedo que vive el gobernante. Particularmente, cuando el curso normal de los tiempos se encoge apresuradamente hasta que las realidades se convierten en un espantoso enredo. O será que gobernar, en su esencia etimológica, social y política, se ha confundido con acciones tan ruines y violatorias de libertades y derechos, como ¿insultar, humillar o atropellar?

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