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La responsabilidad de China en la Pandemia Por Patricia Janiot

El mundo vive la angustia de sucumbir ante una pandemia. La emergencia en hospitales, la escasez de suministros y equipos médicos, los peligros que enfrenta el personal de salud, incluso, en los países más poderosos del mundo; el temor al contagio de la población y la paralización económica que augura una recesión global sin precedentes, nos ha puesto frente a la mayor crisis que ha vivido el planeta desde la Segunda Guerra Mundial. Lo insólito es que estábamos avisados. Basta mirar hacia dónde todo comenzó.

En un estudio de la Universidad de Hong Kong titulado publicado en 2007, hace más de 10 años, especialistas en enfermedades infecciosas concluyeron que “la presencia de grandes depósitos de virus como SARS-CoV en murciélagos de herradura, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, es una bomba de tiempo. La posibilidad de un resurgimiento del SARS u otro virus nuevo de animales o de laboratorios y la necesidad de estar preparados, no debería ser ignorada”.

(página 683 “Should we be ready for the reemergence of Sars?”)

Además, destacados epidemiólogos venían advirtiendo que lo peor podría pasar si no nos preparábamos. Es el caso del médico Larry Brilliant, que ha combatido brotes de viruela, gripe y polio alrededor del mundo, y viene insistiendo desde hace años en la necesidad de un sistema de alerta global y abierto (no dependiente de la burocracia y la poca transparencia de algunos gobiernos) que identifique las enfermedades a tiempo y así evitar una epidemia.

Hace tres años alertó de lo poco preparado que estaba el mundo para enfrentar una pandemia y del recorte de fondos para el sistema de respuesta rápida por parte de la Casa Blanca.

El doctor Brilliant aseguró: “Los brotes son inevitables, pero las pandemias son opcionales”. Anticipó que si el planeta vive en nuestros días una pandemia, como la fiebre o la influenza española, entre 75 millones y 300 millones de personas se contagiarían. “Pondría a la Humanidad de rodillas, no habría un avión volando por 6 meses, mientras no haya una vacuna o un tratamiento antiviral”. Sus declaraciones están resultando proféticas.

En otra investigación sobre los coronavirus transmitidos por murciélagos en China, publicada en el primer trimestre de 2019, epidemiólogos chinos alertaron que era “altamente posible que futuros brotes de coronavirus como SARS o MERS tendrán su origen en murciélagos, y hay una creciente probabilidad de que el brote ocurra en China. Por eso la investigación de coronavirus provenientes de murciélagos, se convierte en un asunto urgente para la detección de señales de alertas tempranas, cuyo resultado minimizan el impacto de futuros brotes en China”.

Acallaron la primera alerta

Hace apenas tres días y después de la indignación y el repudio de millones de chinos hacia sus dirigentes, las autoridades del país asiático le pidieron “solemnes disculpas” a la familia del doctor Li Wenliang, el oftalmólogo que murió por contagio con coronavirus tras sufrir la humillación de una reprimenda de la policía de Wuhan, por su “osadía” de alertar sobre una rara enfermedad pulmonar que estaba causando la muerte de varios pacientes y el contagio de sus familiares en el hospital donde trabajaba.

El gobierno central chino se lavó las manos y trasladó la responsabilidad a las autoridades locales a quienes acusó de no actuar adecuadamente y no seguir los debidos procedimientos legales antes de amonestar al médico.

La dictadura china exaltó la labor de Wenliang por ayudar a crear conciencia sobre la crisis e informó que los dos policías involucrados en el incidente recibieron medidas disciplinarias.

Las disculpas llegaron demasiado tarde. A finales de diciembre de 2019, el doctor Li Wenliang escribió sobre varios casos detectados a partir del 8 de diciembre, una alerta que lanzó en un chat donde intercambiaba información con varios colegas. Advirtió sobre una misteriosa enfermedad que presentaba síntomas parecidos al SARS, otro coronavirus mortal que dejó 774 muertos en 2003, y provocó una epidemia que se extendió por varios países.

A los cuatro días después de publicada su alerta, la policía acusó al doctor Wenliang de haber “perturbado severamente el orden social” al diseminar rumores. Lo amonestaron y la Oficina de Seguridad Pública lo obligó a firmar una confesión según la cual sus comentarios eran falsos. Lo amenazaron de que si seguía “con esta actividad ilegal, sería llevado ante la justicia”.

Después de informaciones de la prensa oficial que abordaron la muerte de Li Wenliang y desmentidos de las autoridades de salud, finalmente el hospital central de Wuhan confirmó la muerte del médico el pasado 6 de febrero en medio de su cuarentena. Tenía 34 años de edad. Dejó huérfana una niña de 4 años y su esposa embarazada de su segundo hijo.

El dolor de algunos ciudadanos chinos por el fallecimiento de Li, se convirtió en una condena colectiva contra el gobierno por ocultar la gravedad del brote que se contagiaba entre humanos, y desató severos cuestionamientos sobre la falta de libertad de información en la China comunista.

Es innegable que el hermetismo y la censura del Partido Comunista chino, específicamente en la etapa crucial del inicio del brote, nos ha costado miles de vidas humanas. Y los siguientes hechos parecen confirmarlo.

China ocultó información vital

Algunos informantes de medios independientes indicaron que al inicio de la crisis, las autoridades chinas comunicaron a enfermeros y doctores que no había mayores riesgos.

En las primeras semanas de 2020, las autoridades en Wuhan insistían en que solo aquellos que entraban en contacto con animales infectados podían contraer el virus.

La propaganda del gobierno era repetida por los medios de comunicación oficiales para no crear el pánico entre la población, mientras en la ciudad de Wuhan se organizaban eventos a los que asistían multitudes.

Según la revista financiera Caixin, fundada por Hu Shuli (una de las periodistas más respetadas de China), a principios de enero la dictadura comunista prohibió a varios laboratorios del país compartir y divulgar los resultados de las muestras de varios pacientes que desde diciembre de 2019 padecían de una inexplicable neumonía viral. Wuhan, además, es la sede de un avanzado laboratorio de investigación de enfermedades epidémicas.

La revista Caixin, así como otros medios de comunicación, ha sido censurada por difundir artículos críticos contra el gobierno, precisamente por la falta de transparencia durante el brote de la epidemia. Al menos tres periodistas que cuestionaron el pésimo manejo de la crisis sanitaria, han sido detenidos y no se tiene claridad sobre su paradero. A otros se les ha confiscado sus cámaras, han sido obligados a borrar sus grabaciones, y también se conoce de casos donde algunas publicaciones periodísticas han sido eliminadas de internet.

El gobierno chino esperó hasta el 20 de enero para admitir que el virus se transmitía de persona a persona. En ese momento, las autoridades finalmente declararon la emergencia. Transcurrieron 21 días desde que el doctor Li había publicado su alerta.

Fue entonces cuando la dictadura informó sobre la epidemia a la Organización Mundial de la Salud y a la Casa Blanca, entre otras entidades, y el pasado 23 de enero anunció la cuarentena total en la ciudad de Wuhan, con 11 millones de habitantes, y pronto la medida se extendió a otras urbes importantes como Beijing, imponiendo un confinamiento obligatorio a 60 millones de personas.

Para el 14 febrero, más de 1.700 trabajadores de la salud habían contraído el virus y 6 fallecieron, para un total de 1.523 muertos y unos 66.492 infectados en China, según reportó WorldoMeter.

Crecimiento exponencial

¿Qué hubiese pasado si China, al conocerse los primeros casos, hubiera tomado las medidas que adoptó varias semanas después cuando ya estaba desbordaba la epidemia?

Perdieron días cruciales para contener la propagación del virus. Por su irresponsabilidad y absoluta negligencia han puesto en riesgo la vida de millones de personas en 188 países y territorios del globo terráqueo.

El confinamiento en la provincia de Hubei y otras regiones ocurrió siete semanas después de que comenzó el brote en Wuhan, y esas siete semanas de inacción le abrieron las compuertas a la pandemia.

Basta observar el crecimiento exponencial de infectados por este virus tan contagioso y lo que puede suceder, no en siete semanas, sino en apenas tres días.

Transcurrieron 3 meses para que las primeras 100.000 personas se contagiaran, 12 días para duplicarse a 200.000 casos y 3 días para superar los 300.000 contagios a nivel mundial.

Cifras reales

Mientras Europa, Latinoamérica y Estados Unidos no habían visto lo peor del brote, para sorpresa de muchos, el pasado 13 de marzo las autoridades en China informaban que el pico de contagios en su país ya había llegado a su fin. De 2.000 casos diarios, informaron una disminución a 6 casos por día y otros pocos llamados “importados” de personas que habían llegado contagiadas procedentes de otros países. Incluso, se hablaba de como poco a poco la vida regresaba a la normalidad. Para la fecha China registra 3.270 muertes y 81.093 infectados, de acuerdo a los datos estadísticos de Worldometer.

Nadie niega que la nación asiática ha hecho un gran esfuerzo en controlar la epidemia, que hasta le ha valido los elogios de la OMS, organismo que -por cierto- recibió del gobierno chino una donación de 20 millones de dólares para combatir la epidemia. Sin embargo, las cifras de sus logros generan suspicacias sobre si reflejan toda la realidad.

Muchas casos y muertes, según el portal Caixin, no fueron reportados porque un indeterminado número de personas, especialmente ancianos, no fueron sometidos a la prueba del coronavirus y los enviaron a cumplir cuarentena en sus casas, donde se cree pudieron haber contagiado a sus familiares.

También denunciaron que el gobierno chino presionó a comerciantes para que mantuvieran abiertos sus negocios, a algunos les subsidiaron la electricidad y a otros les impusieron cuotas de producción. Según las fuentes de Caixin, el gobierno central está mintiendo sobre el aumento de la productividad y ha mostrado cifras falsas, al punto que gobiernos de algunas provincias se han visto obligados a mantener las maquinarias y las luces de ciertas fábricas encendidas todo el día, aunque los empleados no vayan a trabajar.

Campaña de relaciones públicas

La Casa Blanca recibió como un golpe bajo la versión que escribió en Twitter, una red social bloqueada en China, Zhao Lijian, el portavoz de la cancillería china, cuando afirmó que la epidemia era fruto de una enfermedad que habrían traído militares estadounidenses al visitar la ciudad de Wuhan en octubre pasado.

No fue una coincidencia que pocos días después el presidente Donald Trump empezó a referirse al COVID- 19 como “el virus chino”. Muchos, incluyendo la OMS, hicieron llamados para evitar esta referencia, porque estigmatizaba a las personas de origen chino, algunas de las cuales fueron atacadas y acosadas tanto en Europa como en Estados Unidos.

En una poco usual declaración, publicada por la agencia oficial de noticias Xinhua, China reconoció “deficiencias en la respuesta al brote del coronavirus” y admitió que deben “mejorar el manejo del sistema nacional de emergencias, así como también la habilidad para atender tareas urgentes y peligrosas”. En la nota agregaron: “Es necesario fortalecer la supervisión de los mercados y prohibir y desmantelar el comercio ilegal de animales”.

La campaña de relaciones públicas de China comenzó después de la condena nacional por el manejo de la crisis y las críticas de muchos ciudadanos alrededor del mundo. Como una manera de resarcir el daño, aplacar los cuestionamientos y fortalecer lazos con aliados, China está enviando millones de mascarillas, suministros médicos y centenas de respiradores a países como Italia, Turquía, Serbia, República Checa, Liberia, Filipinas y Camboya. Y pronto comenzará sus envíos a América Latina. Pareciera que la ayuda humanitaria está dando sus frutos diplomáticos.

¿Por qué hasta ahora China ha sido tratada con guantes de seda por organismos multilaterales y la comunidad internacional cuando tiene una responsabilidad directa en el inicio de la pandemia del coronavirus y su correspondiente debacle económica?

Esta tragedia global nos ha dejado una importantísima lección. Es imperativo que los gobiernos y los ciudadanos condenemos a las dictaduras y su repudiable censura, que en este caso ha tenido un costo incalculable en vidas humanas y daños económicos para todo el mundo. El futuro y los sueños de millones de seres humanos han quedado en el limbo.

La falta de transparencia en asuntos de salud pública tendría que ser un crimen de lesa humanidad. Esto nos demuestra que los regímenes autoritarios y herméticos son un peligro para la salud y la paz mundial.

La crisis nos debería dejar otra enseñanza: terminar de una vez con nuestra dependencia de la manufactura china barata, de la que, incluso, depende una buena parte de la industria farmacéutica. Esta epidemia en China puso en peligro la respuesta hospitalaria y de salud a nivel mundial al no contar con suficientes suministros básicos que, en gran medida, son elaborados en China.

Muchos de mis seguidores en redes sociales han coincidido en que China debe asumir serias consecuencias por sus acciones y omisiones. Piden un boicot a sus productos o expulsar al país asiático de la ONU donde tiene poder de veto; otros hablan de indemnizaciones multimillonarias por los daños causados; algunos aseveran que el régimen chino debe ser juzgado por la Corte Penal Internacional, incluso, hubo quien sugirió organizar protestas frente a las embajadas chinas alrededor del mundo, cuando se levante la cuarentena.

Si los mercados de animales vivos son “una bomba de tiempo”, así como sucedió con el programa nuclear iraní, los gobiernos y la comunidad internacional tienen que exigirle al gobierno chino la presencia permanente de científicos y epidemiólogos de la OMS e instituciones independientes para que inspeccionen y prohíban los mercados que son focos de infección y representan una grave amenaza tanto para la vida de millones de personas como para la salud de la economía mundial.

Hay que repensar si la fórmula de libre comercio con el gigante asiático es la mejor manera de hacer negocios sin restricciones, sobre todo con un socio tan poco confiable, tal como quedó demostrado en el manejo de la crisis del coronavirus. Hoy constatamos con horror cómo el modelo chino de apertura económica, por un lado, pero de totalitarismo, por el otro, nos ha conducido a una crisis sanitaria global cuyos efectos aún son impredecibles. Los países deben exigirle a China transparencia en términos de flujo de información, libertad y democracia.

Lo mínimo que podemos esperar es que así como la dictadura china ofreció disculpas póstumas a su nuevo héroe, el doctor Li Wenliang, es hora de que el gobierno de Xi Jinping empiece también por dar una explicación a la comunidad internacional y pida perdón al mundo. Hoy más que nunca nos hemos percatado de que China con su abuso, autoritarismo y oscurantismo ha empujado a la Humanidad al borde del colapso.

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