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Opinión

Los controles del Dictador por Antonio José Monagas @AJMonagas

Antonio José Monagas

Toda dictadura, en tanto que forma autoritaria de ejercicio de la política y de abusivo mecanismo para apropiarse de espacios políticos, económicos y sociales desde el poder encarnado en el gobierno de una comunidad nacional o regional, se apuntala sobre constructos hechos a la medida de la verticalidad que pretende la ideología política sobre la cual se depara la gestión pública a ser consumada. 

De ahí que la intención autoritaria, casi siempre encubierta por una retórica disfrazada de “demócrata”, plantea desde su inicio cambiar la naturaleza del Estado sometido. Sobre todo, de aquel Estado cuyo sistema político es la democracia entendida como forma de organización social. En consecuencia, el proceso político que articula los estamentos sobre los cuales habrá de descansar un modelo estatal de dictatoriales características, apela a las excepciones posibles, legalizadas por las instancias judiciales cómplices. Ello, a fin de valerse subrepticiamente de todo signo de violencia que asegure el enquistamiento al poder de quienes asumen el liderazgo político de la crisis política en curso.

El caso Venezuela es expresión fehaciente de lo arriba expuesto. Así que la presente disertación habrá de tomar la crisis venezolana con el definido propósito de explicar lo que para un país que, con denodado esfuerzo, se adelantó al resto de los países vecinos en darle sentido a un esquema de desarrollo económico y social apostado en la concepción de un “Estado democrático”. Para ello, la Constitución Nacional sancionada en 1961, luego del derrocamiento de la dictadura militar encabezada por el Gral. Marcos Pérez Jiménez, fue pivote de lo que luego comenzó a asentirse en el plano político, económico y social. 

Pero si bien la inercia que avivó la antipolítica, a finales de la década de los noventa, del siglo XX, determinó en buena lid la insurgencia de la candidatura de un militar “golpista”, asimismo tal fenómeno produjo la ascensión de ese personaje a la presidencia de la República. Sin duda que la disociada compasión del último presidente del período democrático, Rafael Caldera, facilitó que el populacho lograra sintonizarse con la engañosa oferta electoral lo cual le dio el triunfo político al referido militar, expulsado de las filas del Ejército, para escalar a la presidencia del país en los comicios de diciembre de 1998. 

Tan desalineada realidad, desde los inicios del militarismo mutante en 1999, fue escenario para que el régimen militarista, con el cuento raro de establecer una relación cívico- militar que comenzara a borrar la democracia como fundamento político del Estado venezolano, instaló mecanismos administrativos gubernamentales que justificaran dispositivos de control, de disciplina, subordinación y represión. 

De esa manera, el régimen se hizo de la fuerza necesaria para emprender la imposición de un modelo de apropiación de todo lo que era posible y rápido confiscar. Al mismo tiempo, se armó de artilugios jurídicos para expandir su ámbito de opresión con la idea de asegurar o crear relaciones políticas que le proveyeran de la resistencia necesaria para proferir y hacer sus escándalos en el momento que mejor le pareciera. No por eso, dejó de argumentar razones suficientes para fomentar la presunción de que de no lograr sus objetivos de castración ideológica, la economía nacional y la calidad de vida del venezolano estarían en riesgo de verse devoradas por las mandíbulas feroces de un capitalismo salvaje y arrollador. Comienza a manipular la población con el invención del “socialismo del siglo XXI”.

El problema que padece Venezuela como resultado de los controles que busca ejercer la dictadura a manera de dominar al país (a sus anchas), no es distinto de la grosera expresión de lo que el concepto de “dominio” contiene en su esencia. Por eso, la dictadura que subsumió a Venezuela en un grave trance de serias complicaciones y carencias, se afinca y afianza en la crisis (orgánica) que devino en caos. También, en la arbitrariedad de la cual se alimenta la represión (bolivariana). Requiere del ímpetu que le otorga el recurso del autoritarismo, de la coerción de la cual se ha valido para eliminar o reducir a grupos sociales adversarios.

Por consiguiente, no es difícil inferir que en medio de esta situación de penuria que en todos los sentidos vive Venezuela a causa del autoritarismo, casi siempre rayando con el fascismo ataviado de totalitarismo, se impone como derivación funcional del solapado régimen usurpador venezolano la necesidad de asistirse de todo cuanto es posible en la dirección de atestarle al pueblo en resistencia los mayores golpes a su economía, su cultura, y a su pensamiento político democrático. Para eso, el régimen se vale de todo lo que puede estar contenido en lo que expone los controles del dictador.

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