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Opinión

Nicol-Ases Por Luis Velázquez Alvaray

El hijo del tirano en tierra asaltada, y el del Presidente de Colombia, ambos llamados Nicolás, se han constituido en un azote con bandas de delincuentes a su mando.

Uno, el as de oro, conocido como Zar Minero, comanda generales, guerrilleros y trúhanes, afianzado en Venezuela y en sus riquezas mineras, extraídas ilegalmente, que se las llevan del país, por la pista presidencial de Maiquetía, donde la Fuerza Militar servil le rinde honores de Zar.

Junto al oro, el cobre, el níquel y el uranio, van las toneladas de cocaína de “los soles”, “los miraflores” y demás carteles de todo el mundo que encontraron un paraíso, como los dados del póker, con el rojo en el centro, imagen chavista de la sangre derramada de indígenas y barreadas como la de Tejerías, que sufrieron las inundaciones por el bombardeo de las minas. Los pobres pusieron los muertos y “Nicolasito” el bolsillo, para bañarse con los billetes de dólares en los saraos con la mafia.

El Nicolás de Colombia, es como una copia del vecino: ignorantes, ambiciosos, amorales: sinvergüenzas, abusadores, opresores.

Hay una diferencia en esta grave situación. El tratamiento de las instituciones del Estado. En Colombia, el Presidente ordenó una investigación a fondo y de resultar responsable su hijo pague por la fechoría. El tiempo dirá.

En Venezuela, del zar minero nadie se atreve a señalar nada, los generales le dicen Jefe y el Tirano sonríe e impulsa al magnate de oro. De tal padre tal astilla.

Ambos llevan una vida de lujo, de sueño dorado; celebran con narcotraficantes y contrabandistas. El Colombiano a escondidas de su padre, según prestigiosos medios informativos.

El de acá, con todo el apoyo de la estructura de la delincuencia organizada dueña del poder, que rinde cuentas semanalmente en el Palacio de Miraflores.

No importa, la sangre derramada por inocentes.

No importa, la destrucción ambiental de buena parte del país.

No importa, la presencia de los narcos diseminados en el país y que el zar protege bajo la sombra de su padre.

Esta situación marca una época bizarra y rocambolesca, donde Venezuela es convertida en un casino de malhechores.

Las cartas del póker Venezolano están marcadas para la historia con sus rostros: la baraja cuesta millones de dólares y son comunes las caras del tirano y su hijo el Zar, y los generales con la vergüenza al revés.

En el caso de los Nicol-ases, es preciso observar el comportamiento de dos sistemas de justicia, de un Presidente y un tirano, de funcionarios que se respetan, y de funcionarios aduladores y mequetrefes, que venden el alma por un puñado de dólares.

Que la justicia impere en Colombia. Es una esperanza.

En Venezuela, sabemos que no existe.

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