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Opinión: “El eterno dolor de los desterrados de la guerra”, Por Coromoto Díaz

Amanece… Un día más… Otro día más… Los primeros rayos del sol, pasan a través de mi ventana, se introducen en los diminutos huecos que dejan mis pestañas, y me obligan a despertar, sin preguntarme tan si quiera que es lo que quiero. Estiró mi cuerpo con desgano, estoy consciente que ha terminado una noche más, y con lentitud termino de abrir las persianas. Un profundo suspiro, me recuerda que nuevamente debo enfrentarme a la rutina, a una vida sedentaria y desmotivada. Trato de ver el lado bueno, pero con lágrimas descubro que ese lado, tiempo atrás fue arrebatado. No quiero mirar atrás, sin embargo por una fuerza que no controlo, el pasado vuelve, una y otra vez hasta desgarrarme el alma sin piedad. Mis sueños tan cercanos han desaparecido están tan lejos que apenas los reconozco como los míos. El tiempo no se detiene, sentenciándome a una tristeza que no quiero. Está amarga tristeza que me acecha como cual verdugo, asustando mi quebrado espíritu, me susurra al oído, que vaya donde vaya, me esconda dónde me esconda, SIEMPRE me encontrará. Decido al final no salir de mi pequeño muro de protección, evadiendo el llamado de los que me aman, porque consciente estoy que ya no hay marcha atrás. Busco la puerta que me da la libertad, pero al abrirla de nuevo, la cierro con desesperación, llegó inevitablemente a la única conclusión, de que esté es mi presente, un infierno sin calor. Me encuentro esposado con cadenas invisibles; una fuerza superior, me clava su tridente hasta el fondo sin contemplación en mi despedazado corazón. Grito con la esperanza de que alguien me ayude y solo recibo el eco de un silencio desgarrador. Aquí donde mi alma se encuentra, no hay camino que recorrer, tan sólo resignarme a esperar a que una ventana de esperanza aparezca en mi nido protector e inunde con los rayos del sol este triste y harapiento cuerpo, lleno de las heridas de una inútil guerra sin razón. Y tal vez algún día, no muy lejano, recupere, mi sinónimo de felicidad. Me tumbó nuevamente en
mi cama, me quedo dormido pensando en aquellos paisajes, repletos de árboles: Pinos, Robles y Álamos, con alegres pájaros que danzaban a la sombra del Arco-iris… Podré volar para alcanzar los sueños que alberga mi alma?… En qué lugar del mundo reposa mi Esperanza, la Candidez y la ternura de los hijos de mi patria?… Anhelo volver, regresar a la tierra que me vio nacer y pase mi infancia, dónde para mí existían las hadas buenas la que no hacían diferencia entre el pobre y el rico. Uno no escoge el país dónde nace, pero ama el país dónde ha crecido. Uno no escoge el tiempo para venir al mundo, pero debe dejar huellas de su tiempo. Anhelo un abrazo, un apretón de manos, de mis amigos de la adolescencia hechos hombres de trabajo para ganar el pan de cada día, mi tierra está llena de ellos, aquella tierra donde no existían dudas ni temores, y si existían, eran disipados, por la palabra de aliento del amigo, con la sonrisa del vecino, con el apoyo de primos y demás familiares. Quiero estar ahí aunque sea solo instante, en la tierra que me vio nacer, para soñar e imaginar cómo fui en ese lugar sin la sombra de la guerra, dónde me movía con libertad, dónde me sentía importante con mi familia y mis amigos, “tan importante como ellos lo eran para mí”. Me conocían por mi nombre, no por un número, dónde vales por lo que eres… Nadie puede evadir su responsabilidad. Nadie puede cerrar los ojos, taparse los oídos y enmudecer, ante los Lord’s de la Guerra, traficantes de armas y de almas, cuántas vidas deberán sacrificarse para seguir llenando las arcas de tales depredadores. Todos tenemos un deber que cumplir, una historia que hacer. No escogimos el momento, ni tampoco el lugar para nacer, pero podemos mejorar el MUNDO, en que nacerá y crecerá la semilla que trajimos con nosotros.


Coromoto Díaz
Abril 2022

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