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Opinión: ¡La presidenta dio mucho de qué hablar! Por David Figueroa Díaz


En varias ocasiones, sin habérmelo propuesto, he tenido que escribir una segunda parte de un artículo, dado que este ha generado opiniones diversas, lo cual impone la obligación de volver sobre el asunto, sin ánimos de polemizar, sino con la intención de ahondar en el caso y de ratificar la posición original.

El de hoy es la continuación de un comentario respecto de la palabra presidenta, publicado la semana pasada, cuando, sin temor a equivocarme y sabiendo que habría reacciones en contra, dije que esa es la forma adecuada para referirse a la mujer cuya función es presidir.

Pese a que es un asunto que desde hace mucho tiempo ha quedado resuelto, muchas también son las personas que aún no lo admiten, y en tal sentido se basan en el hecho de que el sufijo ‘ente’ no es de género masculino ni femenino, y se refiere a la persona que ejerce la presidencia de algo, sin importar el sexo o género, tal como lo expresó José María Lujan Morillo en este medio de comunicación, quien fue uno de los que dio una opinión diferente de la que emití el sábado pasado, y a quien le agradezco la gentileza de haberme mencionado en su publicación.

Se ha hecho frecuente en las redes sociales, lo digo una vez más, la aparición de una especie de cátedra con la que se pretende dejar claro que es improcedente, inadecuado e incorrecto decir que, por ejemplo, «la presidenta de la Junta de Condominio convocó a una asamblea de propietarios», pues como lo sostiene Lujan Morillo, el sufijo ente es genérico. Nunca he dicho que el argumento que se muestra en el aludido contenido esté equivocado, dado que, a todas luces, evidencia que quien lo concibió, maneja con relativa facilidad el tema gramatical y lingüístico; pero sostengo está fuera de contexto, obsoleto e inadecuado para la realidad actual, y eso es otra cosa.

¿Por qué considero que está fuera de contexto, obsoleto y es inadecuado para la realidad actual? ¡Bueno, porque sencillamente la dinámica del momento impone que a las damas debe dárseles el trato que se merecen, que en el pasado y aún en el presente ha sido y es discriminatorio. No es un asunto de política gubernamental de un Estado, como pudiera pensar la mayoría de los que todavía se resisten a aceptar que la dama que preside es presidenta, sino de trato justo, que desde hace muchísimo los movimientos por la liberación femenina han procurado, en virtud de «nivelar la balanza».

Lo que también es cuestionable en el caso planteado, es que los partidarios de presidente no tienen otro argumento que no sea la misma cantaleta en la que se ha convertido el razonamiento mediante el cual se pretende convencer a tirios y troyanos de la impertinencia e impropiedad de decirle presidenta a alguien cuya feminidad no deja lugar a dudas. Repito: ese criterio no está equivocado, sino anticuado y por ende, desactualizado, con el perdón de los que aún lo defienden. Es el mismo caso de la abogada, la concejala, la ingeniera, la jueza, la ministra, etc. No veo cuál es el empeño en seguirlas tratando como si tuviesen barba y bigotes.

Pero como no todo es adverso, no debo dejar pasar inadvertido el razonamiento del periodista, escritor y catedrático mexicano Teodoro Rentería Arróyave, quien se mostró partidario de mi opinión respecto de presidenta, además de que aportó un elemento fundamental para disipar cualquier duda al respecto, y es que Rentería Arróyabe señala que la Real Academia Española resolvió el asunto hace muchísimo tiempo, pues lo registró en su diccionario en 1803, por lo cual, sin ánimo de ofender, puedo afirmar que sostener lo contrario, es una terquedad, a juzgar por los ejemplos arbitrarios y aun estólidos a los que algunos opinadores apelan para imponer su criterio.

Al connotado periodista y catedrático de la historia y la geografía le agradezco la deferencia de estimarme como uno de los más reconocidos correctores de estilo de habla castellana. Nunca me había imaginado haberme hecho acreedor de ese calificativo, el cual, lejos de inflarme el ego, me compromete más en esta tarea en la que me he mantenido por más de veinte años, y que, como es lógico, he encontrado seguidores y detractores, siempre convencido de que solo soy un aficionado del buen decir. Afortunadamente, los seguidores son más, y por esa razón trato de no faltar a la cita de los sábados. En este asunto no hay que ahondar más.

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