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Opinión por Juan Carlos Gabaldón: El dilema de la estrategia contra el COVID-19

Todavía hay muchas preguntas sin responder en los distintos esquemas de atención sanitaria de la crisis global del nuevo coronavirus. Venezuela parece unirse a la opinión mayoritaria

La lógica detrás del enfoque mayoritario de aplanar la curva es aplicar distancia social para evitar que se rebase la capacidad sanitaria para atender casos graves

El coronavirus ya es oficialmente una pandemia. Más de 160.000 casos han sido reportados en 140 países. La situación en Europa, particularmente en Italia y España, está empezando a parecerse a la película Contagion, y la enfermedad ya ha alcanzado la mayor parte del mundo, incluyendo por supuesto Venezuela. Las estrategias para luchar contra la pandemia, en cambio, varían considerablemente entre los territorios, lo que crea dudas sobre cuál es la mejor manera de proceder. Tristemente, estamos pisando un terreno desconocido y habrá errores, incluso entre los gobiernos mejor preparados.

Lo único que la mayoría de las posiciones ante la crisis tienen en común es que pretenden “aplastar la curva” de la extensión de la enfermedad. Esto significa que están tratando de reducir el número de gente infectada durante un periodo particular, de modo que el número de casos graves en la población sea lo suficientemente bajo como para que pueda manejarse por el sistema de salud.

La curva se puede aplastar al reducir la probabilidad de transmisión de los individuos afectados a los sanos, y para hacer esto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y muchas autoridades sanitarias de todo el mundo recomiendan las mismas estrategias: lavarse regular y frecuentemente las manos con jabón o gel antibacterial, aislarse y practicar la “distancia social”.

Mientras que las dos primeras estrategias son simples y relativamente fáciles de implementar, la distancia social es algo más complejo. Consiste en todas aquellas medidas que reduzcan la exposición de los individuos sanos a los infectados. En la práctica, esto significa cancelar los eventos concurridos, trabajar desde casa y cerrar las instituciones educativas, los centros comerciales, los bares y restaurantes, y eventualmente los supermercados y las tiendas en general, todo lo que limite en lo posible el tiempo que la gente pueda pasar fuera de casa. Esto puede servir para bajar el ritmo de progreso de la epidemia (y por tanto, aplastar la curva), como lo explica de modo  excelente The Washington Post en esta pieza, pero también tiene sus limitaciones.

La distancia social, junto a las pruebas en pacientes asintomáticos para detectar a los portadores, probó ser muy efectiva en el manejo de la epidemia en Corea del Sur. A mitad de febrero, un paciente que había estado presentando los síntomas por día regó la enfermedad a través de una congregación religiosa en la ciudad de Daegu, con lo que desató un brote que hizo saltar los casos de 30 a 5.000 en dos semanas. No obstante, Corea del Sur ha hecho pruebas a más de 200.000 personas, con lo que ha podido identificar a muchos pacientes antes de que desarrollaran los síntomas, lo que fue crucial para limitar la velocidad del contagio.

Los beneficios de la distancia social son incuestionables, pero esta medida tampoco es una varita mágica. Italia acaba de convertirse en el país con el mayor número de casos y de muertes fuera de China. El 31 de enero, una pareja de turistas chinos en Roma se convirtieron en los primeros pacientes en ese país, lo que llevó al país a suspender inmediatamente los vuelos desde China y a declarar el estado de emergencia. 

Un núcleo independiente de transmisión, que inició aparentemente un paciente que había permanecido asintomático por semanas, fue detectado el 20 de febrero, en el norte de Italia. Dos días después, el gobierno puso a 11 municipalidades en cuarentena y suspendió los eventos públicos y la mayoría de las actividades comerciales. Las medidas iniciales fracasaron en cuanto a contener la epidemia, que llegó a más de 7.000 el 9 de marzo, lo que obligó al gobierno a endurecer las restricciones y a expandirlas a la totalidad del país. Para el 15 de marzo, Italia ya reportada más de 21.000 casos y más de 1.400 decesos.

Lo que sí está muy claro es que algunas de estas disposiciones representan una ruptura severa del funcionamiento normal de una sociedad y son, por tanto, realmente difíciles de mantener por periodos prolongados: la gente no querrá o no podrá permanecer aislada durante mucho tiempo. Esto sin mencionar el colosal impacto económico que pueden tener.

La inmunidad del rebaño

Este razonamiento llevó al gobierno del Reino Unido a asumir un enfoque mucho más controversial, considerablemente más relajado respecto a la distancia social que en el resto de Europa, aunque se han tomado algunas medidas similares (las universidades pasaron a las clases online y los grandes eventos y los partidos se suspendieron la semana pasada).

Esta estrategia ha sido hasta ahora justificada por la premisa de que la exposición al virus crea un cierto grado de inmunidad, como demuestran algunas pruebas anteriores con animales, pero eso no ha sido confirmado en humanos. La idea es que si tratamos de que parte de la población cree esa inmunidad, podremos reducir las posibilidades de que se enfermen los más susceptibles. Este concepto, conocido como herd immunity (inmunidad de rebaño), usualmente se logra mediante campañas públicas de vacunación. Probarlo con un nuevo virus es muy riesgoso, como han dicho sin ambages el vocero de la OMS y varios científicos.

No obstante, hay una lógica aquí. Las medidas de distancia social no se pueden mantener indefinidamente y por definición no contribuyen a la inmunidad de rebaño, así que una vez levantadas, la epidemia puede simplemente reaparecer. Además, adoptar esta estrategia demasiado temprano puede llevar al agotamiento del recurso del aislamiento, con gente negándose a quedarse en casa mientras la epidemia alcanza su pico. Algunas proyecciones indican también que las intervenciones tempranas no necesariamente se traducen en mejores resultados si no se sostienen por largos periodos. 

Los modelos computacionales sugieren que Gran Bretaña ya está cerca de entrar a su pico de casos, una etapa crítica en la que las medidas más duras deberán tomarse. Sin embargo, el rápido incremento en los casos y muertes durante el fin de semana han obligado al gobierno a comenzar a aplicar algunas de estas medidas. En una rueda de prensa el 16 de marzo, el Primer Ministro Boris Johnson anunció que las personas con cualquier sintomatología que pueda ser COVID-19, así como sus familiares, deberían permanecer en cuarentena en sus casas por un período de 14 días. También instó a la población a evitar las aglomeraciones, grandes o pequeñas de gente, a no ir a los bares ni cines y evitar viajes innecesarios. Aseguró que aunque el gobierno tiene la capacidad de imponer estas medidas por la fuerza, no cree que eso será necesario.

Cerrar las escuelas, como se ha hecho en tantos países incluyendo Venezuela, aún no se hará en el Reino Unido, aunque sus asesores anunciaron que pronto se llegará a ese punto. La renuencia a cerrar las escuelas se basa en la hipótesis de que los niños parecieran cumplir un rol menor en la transmisión del COVID-19, así como la mayor carga que esto representaría para algunos trabajadores sanitarios que podrían verse forzados a cuidar a sus hijos en las casas.

En cualquier caso, el enfoque británico se basa en supuestos, y es un enfoque riesgoso cuyos resultados solo se verán en semanas. El país hasta ahora ha confirmado 1.551 casos y 53 muertes.

La gerencia de la crisis del régimen de Maduro

En Venezuela, la situación es aún más incierta, con 17 casos de coronavirus confirmados. El régimen de Nicolás Maduro emprendió chequeos aeroportuarios hace un par de semanas, como muchos otros países, una estrategia tranquilizadora pero que ahora se considera inconducente, ya que no puede detectar a la mayoría de los pacientes infectados. Fue de hecho lo que ocurrió en Venezuela, donde los dos primeros casos entraron en un vuelo desde Europa, pasando sin problemas por el chequeo de temperatura. 

Luego de que se detectaron los primeros casos, Maduro anunció que los vuelos desde Europa, Colombia, Panamá, Irán y la República Dominicana se suspendían, aislando en la práctica al país del mundo exterior. Todos los pasajeros del vuelo de Iberia 6673, en el que habían llegado los dos primeros pacientes, debían pasar a cuarentena, mientras que también se confirmaba la transmisión local. Ahí comenzaron las medidas de distancia social, con la suspensión de las actividades escolares y de la mayoría de los centros de educación superior, y el cierre de cines y parques. En un transmisión posterior, Maduro anunció la cuarentena parcial de Caracas y los estados Miranda, La Guaira (Vargas), Zulia, Táchira, Apure y Cojedes, donde toda la actividad económica no esencial debía detenerse.

Esto es un rarísimo momento de sensatez en la catastrófica gestión de Maduro, ya que se trata de un enfoque lógico. De todos modos, el gobierno no había hecho nada en cuanto a lo que es realmente grave aquí: que Venezuela carece de la infraestructura de salud para enfrentar una pandemia, resultado de 21 años de corrupción masiva y mal gobierno.

Un día antes de que se reportaran los primeros casos en Venezuela, Maduro dijo que hacía recibido una medicación cubana para tratar la enfermedad. La droga, el Interferon 2ab, aunque se usa en China, no ha demostrado tener efecto contra el virus y no está incluido en ningún protocolo de tratamiento. 

Por otro lado, aunque el régimen designó a 46 hospitales en todo el país como “centinelas” para tratar a los pacientes de COVID-19, la mayoría no tiene ni siquiera servicio confiable de agua. Otro aspecto preocupante es la limitada capacidad de Venezuela para practicar pruebas, dado que todas las muestras que se recojan en el país deben ser transportadas al laboratorio del Instituto Nacional de Higiene en Caracas. La falta de equipos de prueba ha sido clave en el manejo de la epidemia, incluso en países desarrollados como Estados Unidos.

El régimen también ordenó la limpieza del Metro de Caracas, una buena medida que tendrá que ser sostenida para que tenga efecto. Decretó el uso obligatorio de las escasas y costosas mascarillas para entrar al transporte público o a los mercados, pero al menos aceptó que la gente se haga mascarillas caseras, que no ofrecen en realidad protección alguna.

Al mismo tiempo, el presidente encargado Juan Guaidó designó una comisión de expertos para diseñar una estrategia y pidió a Maduro que deje entrar ayuda humanitaria al país para que sea distribuida en los hospitales. Otra situación que destaca una incómoda verdad sobre la oposición: su incapacidad operativa para gobernar, no hablemos de encarar una pandemia.

Como muchos ya han señalado, Venezuela es extremadamente vulnerable a la pandemia de COVID-19 y los problemas estructurales de su sistema de salud son demasiado profundos como para que puedan ser resueltos ante esta coyuntura. Pero un primer paso sería garantizar al menos las condiciones básicas, como tener agua, jabón y suministros hospitalarios, y trabajar con los laboratorios privados para incrementar las capacidades en el corto plazo, mientras se sostienen las medidas de distancia social.

El hecho de que los países más desarrollados están viéndoselas tan mal en el manejo de este virus solo hace más sombrías las perspectivas de una nación en las condiciones en que está Venezuela.

Juan Carlos Gabaldón

Médico merideño que estudia una maestría en Parasitología en la London School of Hygiene and Tropical Medicine

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