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Opinión: Una tarea cuesta arriba, Por Alfredo Toro Hardy

En relación al Mar del Sur de China si la distancia no fuese considerada por Washington como un factor suficiente disuasivo, el firme control del teatro de operaciones por parte de China si debería serlo…

Estados Unidos aspira a seguir jugando un papel fundamental frente a Pekín, no sólo en el Mar del Sur de China sino en relación a su protección a Taiwán. Ello constituye una tarea cuesta arriba para la cual Washington se encuentra mal preparado.

Por un lado, la distancia desde California hasta al Mar del Sur de China es de 7.400 millas, y de 7.000 hasta Taiwán, mientras que la de Hawái al Mar del Sur de China es de casi 6.000 millas y de alrededor de 5.300 en relación Taiwán. A la inversa, parte de las costas chinas dan al Mar del Sur de China, mientras que la distancia de Taiwán a sus costas es de sólo 90 millas (81 millas en su punto más próximo). Ello configura, en relación a Estados Unidos, lo que John Mearsheimer califica como el poder paralizante de las grandes distancias marítimas. Es decir, la distancia entre dos costas como factor disuasivo a cualquier ataque militar (The Tragedy of Great Power Politics, New York, 2001).

Sin embargo, hay más. En relación al Mar del Sur de China si la distancia no fuese considerada por Washington como un factor suficiente disuasivo, el firme control del teatro de operaciones por parte de China si debería serlo. Tal control no sólo es producto de las cortas distancias desde tierra firme, sino de su combinación con dos factores adicionales.

En primer lugar, la construcción y militarización de veintisiete islas artificiales en los archipiélagos Paracel y Spratly. En segundo lugar, la concentración del grueso de la armada china en esa zona. Las construcciones y militarización realizadas en los archipiélagos citados, incluyen tres puertos militares del tamaño de Pearl-Harbor, pistas de aterrizaje aptas para bombarderos y aviones de combate e instalaciones de misiles altamente sofisticados. Estas últimas incluyen la presencia de misiles DF21/CSS-5, susceptibles de hundir portaviones a más de 1.500 millas de distancia. Por lo demás, el grueso de la armada de guerra y de la fuerza submarina de China, que hoy constituyen las mayores del mundo, se encuentra desplegado en esa región. Todo ello genera una sinergia anti acceso y de denegación de espacio mayúsculos, susceptible de ser activada en cualquier momento contra fuerzas marítimas hostiles (M.R. Auslin, Asia’s New Geopolitics, Stanford, 2020; J. Hendrix, “Filling the Seams in U.S. Long-Range Penetrating Strike”, Center for a New American Security, September 10, 2018).

Estados Unidos se encuentra particularmente mal preparado para prevalecer militarmente en un escenario de esa naturaleza. No sólo su Armada y su Fuerza Aérea dejaron de trabajar en equipo desde el fin de la Guerra Fría, sino que ambas fuerzas han dado prioridad a las misiones de corta distancia por sobre las de larga distancia.

La Fuerza Aérea cambió su énfasis desde los bombarderos estratégicos hacia los aviones de combate de corto radio de acción. La Armada, por su parte, abandonó por completo las misiones de bombardeo de larga distancia. Las campañas en Kuwait y en Kosovo, en la década de los noventa, determinaron la puesta en práctica de esta nueva política. En base a la misma, sus aviones de combate pasaron a enfatizar ataques de precisión, alto volumen de despegue y vuelos de corta distancia a partir de portaviones o pistas de aterrizaje terrestres. En adición a ello, sus aviones de combate F-22 y F-35A son por diseño aviones de corto radio de acción. Por otro lado, sus aviones sigilosos de quinta generación, sólo pueden volar distancias largas si son aprovisionados por aviones tanqueros de alas largas. Estos últimos resultan particularmente vulnerables a la detección y destrucción (J. Hendrix, citado).

Si China desease instrumentar su control sobre el terreno, cosa que hasta ahora no ha hecho, Estados Unidos se las vería difíciles. Cualquier intento estadounidense por desafiar el empuje hacia fuera de China requeriría que sus portaviones se aproximaran a sus objetivos. Ello los convertiría en presa fácil de destrucción.

En relación a Taiwán, junto a la diferencia en las distancias marítimas y la cercanía con el grueso de las fuerzas militares de la República Popular China, habría un factor adicional: El significado asimétrico que esa isla asume para ambas partes. Para Pekín, la reunificación con Taiwán tiene carácter existencial. Ello entrañaría una restitución histórica y un acto de afirmación soberana. Se trataría del último cabo por atar resultante del “siglo de humillación” sufrido ente 1842 y 1945. Para materializar lo que considera como su derecho natural sobre esa isla, el régimen comunista estaría dispuesto a asumir cualquier costo, por elevado que este fuese. Para Washington, en cambio, sólo su reputación estaría involucrada.

Lo que está en juego para ambas partes se movería a niveles completamente distintos. Mientras Pekín estaría dispuesto a sacrificar hasta el último de sus combatientes por ese propósito, sería irracional hacerlo por preservar la reputación.

altohar@hotmail.com

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