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Todos los caminos conducen a Rusia Opinión por Gina Montaner

En estos momentos merecería la pena ver de nuevo la última temporada de la serie Homeland. En ella su protagonista, la inestable y brillante agente de la CIA Carrie Mathison, cumple una última y fallida misión en Afganistán para garantizar el acuerdo de paz entre Washington y los talibanes. Como sucedió en temporadas anteriores de la famosa serie de Showtime, los rusos se inmiscuyen en los asuntos de Washington con el propósito de sacar rédito político en el avispero de la interminable guerra en Afganistán.

Siempre sorprendió el paralelismo de los guiones con los acontecimientos políticos reales. Eran tantas las similitudes que el ex presidente Barack Obama llegó a seguir fielmente la serie, tal vez fascinado por una semejanza que parecía adelantarse a los hechos con los que se tropezaba su propia administración.

Si el presidente Donald Trump hubiera prestado atención a las peripecias ficticias de la agente Mathison y Saul Berenson, su mentor en la CIA, es posible que hoy no mostrara tanto estupor.

Al menos así se ha comportado ante las informaciones que apuntan a que Rusia podría haber ofrecido recompensas económicas a facciones talibanes a cambio de matar a soldados estadounidenses destacados en Afganistán. Se habría tratado de una maniobra para enturbiar las negociaciones que la actual administración encabezaba para terminar un conflicto bélico que se ha prolongado casi dos décadas.

Citando fuentes de Inteligencia, el New York Times (NYT) publicó la primicia, señalando que en 2019 funcionarios de la CIA notificaron a Trump de estos posibles sobornos. De inmediato el presidente aseguró que nunca fue informado de ello. A pesar de que uno de los desempeños de los funcionarios de la CIA asignados a la Casa Blanca es comunicar diariamente al mandatario informes de Inteligencia, Trump ha afirmado que por tratarse de algo que no había sido verificado no llegaron a compartirlo con él.

En medio de la opacidad de la Casa Blanca, no queda claro si el presidente y sus asesores de seguridad nacional llegaron a tener conocimiento de ello. Tampoco si se hizo algo al respecto para poner freno a la presunta operación de los servicios de Inteligencia rusos. Por lo pronto, más que aclarar los numerosos interrogantes y mostrar alguna intención de llegar al fondo del asunto, Trump se ha limitado a proclamar en Twitter que las informaciones del NYT no son nada más que “noticias falsas”.

Una vez más se repite un patrón inquietante: el mandatario le quita hierro a la posibilidad de que el Kremlin estuviera dispuesto a mandar a matar militares estadounidenses y no parece dispuesto a exigirle explicaciones a su homólogo ruso.

La afinidad de Trump con Putin se remonta a la campaña electoral de 2016. En aquel entonces conminó públicamente a Putin a que hackeara el servidor de su contendiente Hillary Clinton. Sin perder tiempo, el gobierno ruso echó a andar una trama parainterferir en las elecciones presidenciales con el fin de beneficiar la victoria de Trump.

Cuatro años han transcurrido desde que se cimentara el singular bromance político de Trump y Putin. A pesar de que sobran las evidencias de que la prioridad del Kremlin es debilitar la democracia en Estados Unidos (y otras democracias de Occidente), Trump ha elegido comer mansamente de su mano.

Su propio ex asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, señala en el libro que acaba de publicar (The room where it all happened), la debilidad manifiesta del presidente por gobernantes autoritarios. Sobre las alegaciones que ha destapado el New York Times en relación al presunto complot de Rusia, Bolton ha reiterado que el ambiente en la Casa Blanca, con un mandatario indiferente a informaciones relevantes, es caótico y representa un peligro para la seguridad nacional.

Mientras Trump se muestra más inclinado a arremeter contra los medios en Estados Unidos, en Rusia Putin avanza en su afán por perpetuarse en el poder.

El pasado miércoles se celebró una consulta para reformar la Constitución que le abre el camino para presidir otros dos mandatos. El antiguo agente de la KGB podría gobernar hasta 2036.

Sobre personajes como él, en su libro Bolton afirma que durante los tormentosos 17 meses que sirvió en la Casa Blanca le llegaron a preocupar los supuestos favores que Trump hacía a “líderes autócratas”.

Con las elecciones de noviembre cada vez más cerca, nuevamente todos los caminos conducen a Rusia. Las alarmas vuelven a sonar.

Tomado de El Nuevo Herald por Gina Montaner

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