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Opinión

¿Universidades sin universitarios? Por Antonio José Monagas @AJMonagas

Cada tiempo, tiene sus problemas. Los mismos están por doquier. Aunque el problema que plantea su solución, no radica en atenderlos. Pero sí, en entenderlos. Justamente, con miras a dominarlo. Sólo así es posible superarlo. Aunque luego vendrá otros a los que igual, habrá que enfrentar. Y así, sucesivamente. Sin embargo en el fragor de tal sucesión, no siempre se encuentra la solución exacta del problema más inmediato o mediato a la situación en cuestión. Pero aún así, el hecho de no comprender que la vida se pasea por parajes cundidos de dificultades, facilita la presencia de más problemas. O porque se vive la tentación de darle forma a otro de mayor magnitud. Tanto así que, Charles Chaplin, celebrado comediante del cine mudo, decía que “Nada es permanente en este mundo, ni siquiera nuestros problemas”.

Así se desarrolla la vida. Pero no sólo la vida personal. También, la de instituciones y organizaciones de todo tenor. Especialmente, de aquellas cuya estructura funcional consiste en el manejo del pensamiento cuyas cuotas de sensibilidad y emotividad se hallan profundamente apegadas a las capacidades y potencialidades del ser humano. Vale decir, por ejemplo, la Universidad. 

Desde su creación, la universidad se afianzó en la espiritualidad de quienes hacían de ella su pasión para convertirla en la fortaleza que mejor sirviera de escudo contra la opresión y represión que blandían desde espacios o focos de poder que pudieran ver amenazados sus fueros de intemperancia, arrogancia y dominación. Por eso se dice de la Universidad, “la Casa que vence las sombras(…)”

El autoritarismo, valiéndose del tapujo que le ha permitido actuar desde la dictadura y la tiranía, ha sido, entre otros estamentos de la política furibunda, al factor que más ha urdido complicidades, intrigas y ataques contra la libertad de ideas y de conciencia. Incluso, con la libertad de expresión. Libertades éstas que se pregonan en todo recinto universitario que se precie de la autonomía para criticar cualquier modelo o esquema de gestión que pretenda reducir y agredir la naturaleza del hombre en términos de su condición biopsicosocial en el plano de su contribución al crecimiento de las naciones y desarrollo de la vida. O también, para construir espacios para el desarrollo. 

Cuando la universidad venezolana ha sobrevivido más de dos largos siglos, entre problemas de distinta índole, muchos de ellos se repiten. Aunque no siempre, obviamente, con las mismas excusas. Pero si, por las mismas razones. O sea, las de evitar que las verdades encontradas en las investigaciones procuradas, o en la conciencia moldeada por la docencia universitaria en quienes egresan con el compromiso de servir a las libertades, sean dichas. O porque se tornen en factor de incomodidad a los procesos fraguados a fuerza de refinación y enquistamiento del poder político y de sus correspondientes enredos encubiertos, taimados y socarrones. 

La imperiosa necesidad de conjurar cualquier acción de violencia mampuesta o solapada, con el fin de transformar la universidad en bastión de pillerías y tramposerías para entonces justificar las felonías que requiere el régimen autoritario venezolano para engrosar su dominio, además soportado en el uso inconveniente de las armas de la República, es la razón para ordenar a su justicia amañada y subordinada, confinar la autonomía universitaria mediante imposición a la fuerza, vía decreto judicializado. 

Independientemente del procedimiento formalizado en el decreto 0324, emitido el pasado Agosto (2019) por el tribunal supremo de justicia, el régimen usurpador busca lo que por elecciones libres y democráticas le resultaría imposible conseguir. O sea, ganar en buena lid cargos de autoridades rectorales y decanales de las universidades nacionales autónomas venezolanas. De esa manera, el régimen oprobioso no sería molestado por universitarios formados para actuar con capacidad crítica del análisis. Tampoco, por universitarios preparados para trabajar con la curiosidad irrespetuosa frente a dogmas, necedades o credos absurdos. O por universitarios moldeados para proceder con el sentido de razonamiento lógico frente a las adversidades incitadas por el resentimiento y el odio de funcionarios envalentonados y advenedizos.

En fin, el régimen injurioso no sería importunado por universitarios dispuestos a conducirse con la visión de conjunto ante el panorama del saber o de la producción de conocimientos. 

Por consiguiente, el régimen se ha empeñado en desembarazarse de universitarios formados para ejercer sus profesiones con el sentimiento y el coraje necesario para valorar las más elevadas realizaciones del espíritu humano. Por eso, la Ley de Universidades define a la Universidad como “(…) comunidades de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre” (Artículo 1°)

Y que un régimen autoritario, dada su pretensión de superioridad, pero sobre todo con capacidad para destrozar lo que consiga a su paso “de vencedores”, admita tan significativo e íntegro cuerpo de realizaciones y compromisos, no es probable. Mucho menos, creíble y realizable. La historia universal, lo corrobora. Igual, la historia nacional. 

Cabría preguntarse ¿cómo hacer que quienes buscan valerse de la prepotencia que el régimen se arroga por el poder que ha secuestrado, comprendan que el problema que busca generar su absurda pretensión de aplastar la autonomía universitaria, lo único que puede causar es más horror y decadencia que la que hasta ahora ha resistido Venezuela? Y que de lograrse semejante barbaridad, además atentatoria de las libertades que necesita la academia universitaria para cumplir su misión Rectora en la educación, la ciencia y la cultura, sería atrasar más todavía el crecimiento y progreso del país tal como lo merece por antonomasia y derecho de vida nacional y regional. Tan retrógrada intención, es demostración del carácter conspirador del régimen toda vez que actúa al margen del espíritu de la justicia social, de la solidaridad humana y de la dignidad que reclama el desarrollo del hombre. 

No hay pues razón alguna, ni excusa válida, para aceptar que el régimen quiera arrebatarle al tiempo, circunstancias que si bien pueden configurar un problema determinado, no es tampoco la vía expedita ni propia para presumir de resolverlo. Menos, por la vía de la violencia judicial y política. Porque de ser así, Venezuela podría estar en medio de la desvergonzada situación de lucir ante el resto del mundo tristes universidades que no serían tales. O acaso llegarían a comportarse como ¿universidades sin universitarios?

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