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Opinión

“Verdades” que estremecen Por Antonio José Monagas

Muchas veces, resulta difícil entender que “nada es para siempre”. El apego suele desvirtuar valores tan trascendentes como la libertad. Libertad para elegir o decidir lo que mejor prefiera el individuo. O para encaminar su vida por el rumbo cuyo horizonte se observe más profuso y alentador. 

Vale este exordio a propósito de provocar una reflexión que induzca la motivación que más aproxime al hombre a desprenderse de cuanto vicio pueda consumir sus mejores energías. Y eso no representa otra cosa distinta de lo que las libertades pueden proveer o brindar.

El hombre libre hace volar su pensamiento tan alto que no teme asumir una actitud que se oponga a la fatalidad. ¿Cuántas tonterías se cometen en nombre de ideologías que ostentan premisas incitadas por el poder político? Sobre todo, cuando son pronunciadas sin siquiera haber comprendido el abuso y la precariedad que encierran sus contenidos. 

Repetidas veces, las realidades se tornan obscenamente arbitrarias respecto del ejercicio de valores. Hay contextos legales que tienden a esclavizar al ser humano para adueñarse de libertades que permiten viajar hasta el tope de los sueños.

Es el problema que se sucede en el fragor de toda dictadura. Más, cuando presume que su poder será eterno. Sin advertir que la política funciona como una “tómbola”. Aunque es probable que tan absurda presunción, la cual es defendida a costa de cualquier precio político, social y hasta económico, no resulta de algún análisis político ecuánime. Sino de una obsesión que nubla toda visión y reflexión abordadas a conciencia.

Toda dictadura asumida con base en engañifas, casi siempre termina defenestrada más rápido que lo que la imaginación permite calcular. Este problema ya lo había presagiado Eduard Punset, publicista y político, cuando  para justificar la obstinación propia del hombre, dijo que “una vez que el ser humano ha tomado una decisión, tiende a busca razones que la apoyen, ignorando todo lo demás”. Así, tal cual, reacciona quien -encandilado por la postura que ofrece el poder político- presume que todos sus objetivos serán alcanzados.

La perspicacia contenida en esta reflexión trae a colación la incidencia de problemas surgidos al amparo de la arrogancia que suele caracterizar la actitud de numerosos gobernantes. Sobre todo, en el caso del trazado de pretensiones canalizadas sobre una línea de tiempo arbitrariamente propuesta. Este problema se ha convertido en uno de los tantos criterios de gobierno mediante el cual, el gobernante se arroga la suficiente potestad para imponer lo que su tosquedad, imbecilidad y despotismo le dictan.

Estos gobernantes consiguen en la situación arriba expuesta, la excusa perfecta para lucir el poder que su cargo le permite desplegar. Así logra imponer lo que esconde “bajo la manga”. Busca sobreponerse a todo obstáculo que pueda impedirle el logro de su plan. Indistintamente del carácter de la imposición elaborada. De esta forma obliga a compaginar el contenido de su propósito, a que se asuma como “verdad”. Verdad de pacotilla.

En política, una falsedad de cínico y divulgado argumento, no exige más palabras que las que son pronunciadas desde la cúpula del poder. Sin embargo, una falsedad tiene la capacidad de sacrificar cualquier “verdad”. Por eso, cuesta más mantener a flote una verdad ganada en todo su sentido, que una “verdad” construida con infamia. Y a propósito de obtener una ganancia. Aunque pírrica.

Es la situación que padecen países con sistemas verticales, donde cualquier razón es suscrita por el decálogo que insta las circunstancias promovidas por la improvisación y la arbitrariedad. En medio de tan perturbadas realidades, caben las tergiversaciones de las que se vale esos regímenes políticos para consumar sus necedades y pataletas Siempre de la mano de un militarismo prestado a las coyunturas o ambiente donde cualquier falsedad sirve para validar lo que supone quien detenta el poder. Y aún peor, sin medir sus efectos.

Así suelen forzarse realidades con la intención de mostrar una apariencia. Pero que sólo es reflejo del calco de alguna imagen que pinta condiciones utópicas. Es como esos regímenes argumentan sus falsas verdades (“falsos positivos”, en el léxico jurídico) en contraposición con lo que las realidades alcanzar a exhibir. Esto se conjuga con la indiferencia y el egoísmo, condiciones éstas de las cuales se vale la política para infundir barbaridades que sus medios de comunicación hacen pasar por verdades.

Además, resulta tan ridículo como imposible, seguir el susodicho juego político. Más, al pretender que la población asuma la actitud del avestruz al momento de conocer el horrible tamaño de aquellas realidades que enredan cualquier mentira o cualquier verdad. Aunque estos problemas son cada vez más insidiosos. Especialmente, cuando las realidades muestran la magnitud de lo acaecido al amparo de regímenes que (des)gobiernan deformando lo posible. Es la situación que se da, cuando hay “verdades” que estremecen.

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