La política es la configuradora de los Estados, y en gran medida las sociedades son espejos de sus propios políticos, cada cuál con sus luces y sombras, con su arrojo o sus demonios.
Un número mayor de ciudadanos se distancia del interés por los temas colectivos que configuran la agenda pública, a menudo identificada con la política. Esta palabra, «política«, ha sido objeto de calificativos innombrables, desde «prostituta» hasta «basura«.
Hay un refrán popular que aplica perfectamente aquí: «la culpa no es del ciego, sino de quien le da el garrote».
Y aunque el desprecio por ejercer la política se asentó en la sociedad, hemos sido capaces de creer en el acto democrático de una elección, aunque la vulneración de sus reglas se haya convertido en un síntoma claro de decadencia.
La responsabilidad del rumbo de la política recae única y exclusivamente en los ciudadanos.
Es crucial que asumamos nuestra parte, sin imputar todos los males a terceros.
Hemos descuidado la política, la hemos subestimado, no la hemos valorado, nos hemos desentendido de ella e incluso hemos visto como se juega con ella para sembrar la corrupción y el ventajismo.
Lo más grave ha sido no concientizar lo que la política realmente representa en nuestras vidas personales, familiares, sociales y en todo nuestro entorno.
¿Es la política basura?
¡Claro que no!
Entonces, ¿qué nos da la política?
¡Todo!
La política es la configuradora de los Estados, y en gran medida las sociedades son espejos de sus propios políticos, cada cuál con sus luces y sombras, con su arrojo o sus demonios.
El día que comprendamos esta verdad, nuestra realidad comenzará a cambiar.
La política es la herramienta que nos permite concebir ideales para un municipio, una región e incluso una nación.
El destino está en nuestras manos, no solo en la política o en quienes la ejercen.
El país debe ser entendido como nuestra casa común, el hogar de todos los venezolanos, y claro que es fundamental entender que los gestores deben representar lo mejor.
Pero hemos fallado, cometimos errores históricos que ahora se pagan con la destrucción del sistema democrático.
La sociedad no fue capaz de ver que el juego democrático abrió las puertas a sus propios destructores quienes capitalizaron abrumadoramente la confianza de la mayoría de los electores.
Pese a ello, la política sigue siendo el único camino para transformar al país.
El reto está en hacerla y hacerla bien. Solo así podremos erradicar el populismo, la corrupción, la mediocridad y la pobreza intelectual de muchos políticos.
Carlos Alaimo
Presidente-Editor
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