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El Esequibo: la traición original Por Humberto González Briceño

Hugo Chávez solía regalar petróleo, pero terminó entregando territorio. Hoy, dos décadas después de aquellas concesiones disfrazadas de “cooperación energética”, Venezuela está a punto de perder el Esequibo. Y no será —como repite el discurso oficial— por culpa de ExxonMobil, de la CIA o del imperialismo trasnacional, sino por la temeraria irresponsabilidad con la que el difunto comandante decidió, en nombre de la integración bolivariana, poner los recursos en disputa a disposición de Guyana.

Corría el año 2004 —apenas cinco años después del Acuerdo de Ginebra de 1966 que pautaba la negociación bajo el formato de buenos oficios— cuando Chávez, en uno de sus arrebatos diplomáticos, declaró que no tenía intención de oponerse a los planes de Guyana para explotar la zona del Esequibo. En un acto de fraternal rendición, el entonces presidente venezolano bendijo la exploración conjunta en el área en reclamación, no sin antes regañar públicamente a sus diplomáticos por insistir en una disputa que, según él, obstaculizaba la “unión de los pueblos”.

Desde entonces, el país vecino dejó de comportarse como parte de una controversia bilateral para asumirse como propietario legítimo.

Chávez le dio a Georgetown lo que no pudo conseguir en décadas de reclamos: reconocimiento tácito y legitimidad práctica. Y lo hizo sin disparar un tiro, sin firmar un tratado, pero con una declaración política que resultó más eficaz que cualquier sentencia judicial.

Esa cesión simbólica —pero letal— fue el punto de quiebre que permitió a Guyana abandonar el mecanismo de buenos oficios de la ONU y llevar el caso a la Corte Internacional de Justicia (CIJ), donde, sobra decirlo, la balanza no se inclina precisamente a favor de los Estados con gobiernos sancionados, aislados o conducidos por autócratas.

El caso ha entrado en su fase final. La fase escrita ha concluido. Venezuela presentó su dúplica —“50 tomos con la verdad histórica”, según Delcy Rodríguez— sin reconocer la jurisdicción del tribunal, lo cual equivale a decir: participo, pero no acepto el resultado. Es un acto de prestidigitación jurídica que ni los jueces de La Haya ni los mercados energéticos se toman en serio.

Las audiencias orales se celebrarán en los próximos meses y todo indica que en 2026 se dictará la sentencia definitiva. Pero los dados ya están lanzados. Guyana ha hecho lo que Venezuela no: asumir el proceso, consolidar alianzas, ganar legitimidad. Mientras Caracas nombra gobernadores imaginarios en territorios que no controla y celebra referendos de cartón, Georgetown adjudica licencias petroleras, compra radares franceses y denuncia ante la ONU las “amenazas de anexión” del régimen chavista.

La paradoja es grotesca: mientras Venezuela niega la jurisdicción de la CIJ, es parte activa del proceso; y mientras denuncia la existencia de un laudo colonial de 1899, ha incumplido todas las órdenes cautelares de la Corte, como la prohibición de realizar elecciones en el Esequibo. No hay forma de ganar una partida que se juega en una mesa que se desprecia.

Maduro insiste, en tono mesiánico, en que “el Esequibo volverá”. Pero sus acciones, lejos de consolidar soberanía, la diluyen. El régimen ha transformado un reclamo legítimo en una cruzada de propaganda. Y lo peor: le ha regalado a Guyana todas las pruebas que necesita para argumentar ante la CIJ que Venezuela no solo abandonó el terreno diplomático, sino que ha violado el principio de buena fe reiteradamente.

Mientras tanto, Guyana continúa fortaleciendo su posición, apelando al derecho internacional y —sobre todo— a la geopolítica. Porque no nos engañemos: esta no será una decisión estrictamente jurídica. Será una sentencia dictada bajo la lógica del orden global. Y Venezuela, gobernada por una dictadura que hace negocios con Rusia, expulsa a la ONU y secuestra opositores en el extranjero, no tiene aliados que salgan a defenderla.

¿Quién respaldará a un país que desprecia las instituciones internacionales, pero luego llora en sus puertas?

Es posible que Venezuela esté a punto de perder el Esequibo. Pero no será por la traición de ExxonMobil ni por las maquinaciones de la Commonwealth. Será por la traición originaria de Hugo Chávez, quien regaló soberanía a cambio de aplausos. Y por la continuidad de un régimen que ha confundido la propaganda con la diplomacia y la arrogancia con estrategia.

Quizás el Esequibo no se pierda en La Haya. Quizás, simplemente, ya lo hayamos perdido hace años, cuando decidimos que la patria era un show de variedades transmitido por cadena nacional.

@humbertotweets

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