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¿Intervención o disuasión? Por Humberto González Briceño

En política internacional, el lenguaje nunca es inocente y los gestos rara vez son simbólicos. A esta altura del calendario —19 de octubre de 2025—, las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela han cruzado una línea que ya no se puede ignorar: la del forcejeo con olor a pólvora.

La pregunta que flota —en los pasillos diplomáticos, en los comandos militares, en la prensa hemisférica— es tan directa como incómoda: ¿se animará Estados Unidos a intervenir en Venezuela?

En el recuento breve, los Estados Unidos han escalado su postura desde las viejas sanciones “inteligentes” hasta la presencia activa en el Caribe con buques de guerra, bombardeos de embarcaciones “sospechosas” y una narrativa de seguridad nacional que sitúa al régimen venezolano como amenaza directa para la región. Y no es retórica de campaña: el expresidente Trump, de vuelta en la Casa Blanca, ha confirmado públicamente operaciones encubiertas de la CIA en territorio venezolano y ha asumido la autoría de acciones militares, como el reciente ataque a una lancha presuntamente cargada con drogas que dejó seis muertos cerca de las costas venezolanas .

La Casa Blanca ha sido enfática: lo que ocurre en Venezuela —económicamente ruinoso, políticamente represivo y socialmente explosivo— “afecta la estabilidad del hemisferio”. Palabras mayores, sobre todo cuando son dichas desde Washington, que tiene el historial que tiene.

Mientras tanto, en Caracas, Nicolás Maduro no ha perdido la oportunidad de vestir el uniforme de víctima imperial. Ha denunciado la militarización del Caribe como un ensayo general para el derrocamiento del régimen. Y no le falta olfato: si algo ha aprendido el chavismo es a leer los movimientos de sus adversarios con paranoia… y a veces con razón.

La movilización de milicias internas, los ejercicios militares en la frontera y los gritos de “¡no pasarán!” son ya parte del folclore, pero detrás de ese teatro hay nervios reales. El régimen sabe que está solo, desgastado y más vulnerable que nunca. Su sostén ya no es popular, sino militar. Y si los vientos de cambio comienzan a soplar desde el norte con más fuerza, la lealtad de las armas podría reacomodarse con sospechosa velocidad.

No obstante, una intervención directa —con botas sobre el terreno, tanques cruzando fronteras y drones en los cielos de Caracas— sigue siendo improbable. No por falta de ganas, sino por cálculo. El costo político, militar y humanitario sería altísimo. A Estados Unidos no le interesa convertirse en ocupante, y mucho menos en salvador impopular.

Lo más plausible, en cambio, es una estrategia de asfixia total: sanciones financieras, cerco marítimo, ciberoperaciones, sabotajes puntuales y una oposición “apoyada” para organizar la presión interna. Guerra híbrida, le llaman los analistas que disfrutan poner nombres nuevos a las viejas prácticas de siempre.

Lo curioso —y lo preocupante— es que este escenario ya está en marcha. No hace falta esperar una declaración formal de guerra para constatar que la confrontación se está librando. Lo que falta por saber es si alguien, en algún cuartel o sala de crisis, se atreverá a empujar la puerta final.

Así estamos: con un régimen cada vez más cercado, una oposición más fotogénica que efectiva, y una potencia extranjera jugando al borde de la intervención. Estados Unidos ha tensado la cuerda como no lo hacía desde Panamá en 1989. ¿Está dispuesto a cortarla?

La historia nos dice que Washington sólo interviene cuando tiene todo resuelto: el enemigo debilitado, el sucesor listo, los aliados alineados. ¿Es ese el caso en Venezuela? No parece. Pero los manuales también enseñan que, cuando la política no ofrece salidas, la tentación del atajo militar se vuelve irresistible.

Tal vez no veamos tanques ni marines desembarcando en La Guaira. Tal vez el juego siga siendo de presión y no de explosión. Pero el hecho de que esa duda exista —y que sea verosímil— dice mucho del momento que vivimos.

Y quizás lo más revelador es esto:  pensar en una intervención militar en Venezuela ya no es un desvarío ni una amenaza vacía. Es, simplemente, una posibilidad que alguien está evaluando muy en serio. Y eso, en sí mismo, ya es una forma de intervención.

@humbertotweets

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