Tengo frente a mí la página en blanco.
No es por falta de noticias o eventos para reseñar, estas abundan, desde un atentado contra un senador y precandidato presidencial colombiano y la declaración de inocencia del victimario, después de disparar nueve veces y meterle dos tiros en la cabeza a su víctima, pasando por las protestas en los Ángeles que enfrentan la política fascista de Trump contra los inmigrantes hasta las nuestras, como es la sanción a Venezuela por la UE por lavado de activos, el caso de los las curules asignadas al sector opositor, el famoso caso del mercenario trinitario detenido por el régimen, la misteriosa aparición de un alijo de cocaína en alta mar, la crítica de Falcón a MCM y las opiniones de Capriles, la lamentable situación de los presos políticos venezolanos que sufren por la injusticia “revolucionaria”, etc.
Por noticias no es que la página que hoy tengo frente a mis ojos está en blanco.
El problema es que temo repetirme, cuestión que es difícil y a estas alturas me siento monotemático.
He revisado lo que he escrito desde que estoy en Canadá y son variaciones de un mismo tema, un tema que es mi absoluto:
La situación de Venezuela y, creo que eso me ha salvado a mí, pero no sé si por haber leído mis notas ha salvado a mis lectores.
Tres años fuera del país, son muchos, pues, están llenos de “muchos días, horas y minutos”, de muchas pérdidas y soledades también. Pero sigo escribiendo acercándome, a mi manera, al país. No me resigno. En alguna parte, que ahora no recuerdo, leí que ella (la resignación) era indolora y neutra.
Dos párrafos y todavía no doy con el tema de esta nota semanal.
Ahora, doy, por casualidad, con una nota de Rodolfo Izaguirre. Diserta sobre un tema, que siempre me ha gustado. Habla de las dos frustraciones que el país tiene:
“… Una, no haber enterrado lo suficiente al Gral. Gómez y, dos, que quiere ser moderno y no lo logra. Cada vez que intenta la modernidad algo surge, alguna circunstancia política, económica o lo que sea, y el país echa para atrás”.
Hay mucho de verdad en esta aproximación que hace Rodolfo Izaguirre, pues, durante, los 40 años anteriores a la llegada del chavismo el país vivió un proceso de modernización socioeconómica desde los primeros años de la democracia, marcados por dos elementos claves de un proyecto de modernidad, que no logró alcanzarse:
En primer lugar, la revalorización de la secularización, con esfuerzos grandes, especialmente, de Betancourt y Leoni, por desvincular la legitimidad de la verdad y refundar el ámbito de la política como espacio para la construcción de procedimientos y formalidades democráticas: separación de poderes, libertad de asociación, libertad de expresión, elección universal directa y secreta y mecanismos de negociación política y, en segundo lugar, la superación en la política de una visión heroica de la vida y su resultante “el enfoque mesiánico”.
La paradoja es que por razones socioeconómicas este proceso que, parecía encaminar al país hacia la modernidad, empezó a interrumpirse.
Dando la razón a Izaguirre, “no hemos enterrado lo suficiente a Gómez”, hasta el punto que hemos tenido a Chávez, todavía insepulto y a Maduro, que nos amenaza de morirse en el poder, probablemente, de un cáncer de próstata.
Pero, bueno, ya, todo es historia sabida: el modelo venezolano dependía, fundamentalmente, del excedente petrolero y su crisis a partir de la década de los ochenta marcan el declive del modelo de sociedad que se había instalado con el advenimiento de la democracia, por supuesto, la caída de la renta petrolera vino acompañada de la caída de las expectativas societales y una crisis de la representación de las organizaciones, que no se enteraron que sus representados ya no se sentían ni representados ni interpelados por las organizaciones que decían representarlos.
Pues bien, todo el proceso vivido durante cuarenta años entró, definitivamente, a su final con la llegada del chavismo y el país no solo no alcanzó la modernidad, sino que vivó un proceso de rápida involución instalándose en la más crasa premodernidad.
Una vez más, Izaguirre, tiene toda la razón.
Efectivamente, el país retrocedió y emergió la revalorización de paradigmas y mediaciones que habían sido superados por la experiencia democrática y que eran más propio de la Venezuela del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Con Chávez, el país, vivió la sacralización de los principios de la política del bolivarianismo como verdad absoluta, fundándose una suerte de religión civil y se regresó a algo que Betancourt, por ejemplo, se había empeñado en establecer:
El “des-compromiso” de la política con los afectos y las motivaciones irracionales.
Que la narrativa chavista ha tenido la fuerza para convertirse en una narrativa dominante, por lo menos durante un largo período dentro de los casi treinta que tiene en el poder, no cabe ninguna duda y, tampoco, que se ha apoderado de la narrativa asumida por todos los actores políticos, inclusos, de aquellos tenido como radicales.
Aguas abajo, no solo los chavistas-maduristas, hablan el neolenguaje chavista, sectores significativos de la sociedad, también lo hablan y sectores opositores, se hacen del proceso reactivo a la modernidad que ha caracterizado al chavismo, de tal manera, que el viejo mesianismo ha regresado con la envoltura que Chávez le asignó.
Hoy Venezuela es un país dominado (no dirigido) por una dictadura premoderna, proceso que Maduro ha profundizado y, en consecuencia, vivimos la agonía de haber desperdiciado, perdido, lo vivido en esos cuarenta años antes de su llegada al poder.
Regresando a Rodolfo Izaguirre, creo recordar una cita que él hace de un autor que ahora no recuerdo y que palabras más, palabras menos, dice:
“Murió Atila, pero dejó al caballo” y que parafraseado para una lectura del caso venezolano “murió Chávez (es decir Atila) pero dejó a Maduro (o sea al caballo).
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