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#OPINION Por Antonio José Monagas: La revolución del (des)conocimiento

Indiscutiblemente, el mundo es movido por el conocimiento. No necesariamente, esta realidad es producto de lo que se llamó la Revolución Industrial causada por la aparición de la máquina de vapor cuyo resultado transformó la vida al proporcionarle, transcurrida la primera mitad del siglo XVIII, razones tecnológicas que se tradujeron en beneficios económicos y sociales para aquellas naciones que se esforzaron en incorporar el correspondiente valor agregado a todo lo que refería la industria en su plano más extenso.

El cambio que se dio en la producción y consumo de bienes, revolucionó la manera de atender y entender la vida. Tanto se incorporaron nuevos esquemas de organización del trabajo aplicados a mecanismos dirigidos a incrementar el rendimiento de procesos que requerían de la dinámica del movimiento, y que posteriormente exaltaron nuevas causas que dirigieron el apogeo del capitalismo. O sea, un cambio en el mundo de las finanzas. Así, comenzó a soportarse y garantizarse los elevados costos determinados por la incidencia de una revolucionaria economía. 

Sacudidas realidades

Fue así como la contundencia de emprendimientos de mayúscula tendencia, devino en posteriores revoluciones industriales marcadas por la innovación asociada al denodado trabajo de atrevidos genios que se dispusieron a concebir un mundo a tono con las exigencias de sociedades ilustradas. 

Hoy se habla, incluso, de la revolución 5.0. Es decir, una nueva revolución industrial caracterizada por la presencia e incidencia de novedosas tecnologías de la información y comunicación. Aunque son riesgosas. 

En el ámbito de lo que dichos eventos determinan, el mundo vuelve a verse sacudido por nuevas formas de relacionar no sólo al hombre con tendencias digitales. Sino también, y más importante aún, al hombre consigo mismo. Incluso, de cara a su salud.

Pero si estas realidades se llevan al campo de la política, la política habrá de ser objeto de conmovedores cambios, como en efecto ya están sucediendo. Aunque lejos de países todavía insertados en el oscurantismo que depara el populismo dictatorial. O, mejor dicho, el tecnopopulismo por cuanto es posible reconocer que, si bien las tecnologías digitales lo alcanzaron, asimismo debe decirse que no ha sido para hacer de la política un medio habilitador de talentos. 

Por lo contrario, y he ahí lo contradictorio de dicha realidad. La demagogia hizo al populismo su más incondicional y leal aliado para hacer sucumbir las oportunidades de desarrollo de la política. Particularmente, en espacios ocupados por la democracia.

De manera que si esto es así, luce imposible creer que Venezuela, según lo señala el carcomido Plan de la Patria, pueda convertirse en “un país potencia en lo social, lo económico y lo político (…)”. Más, cuando refiere que dicha propuesta “histórica”, considera el objetivo estratégico de “desarrollar el poderío económico nacional aprovechando de manera óptima las potencialidades que ofrecen nuestros recursos (…)”. En consecuencia, “propone ampliar el poderío militar para la defensa de la Patria, fortaleciendo la industria militar venezolana y profundizando la nueva doctrina militar bolivariana y el desarrollo geopolítico nacional”

Perturbaciones de cuidado

El perverso afán por usufructuar el poder, ha llevado a los actuales gobernantes a valerse de los más temerarios fraudes para enquistarse en el ejercicio del gobierno al margen de lo que rezan las leyes nacionales. Siguen desatendiendo que la economía está reservada al conocimiento. Es así que, en sus predios, el trabajo intelectual supera en valor al trabajo manual. Al igual que la materia prima, cuyo valor fue desplazado por el valor de la inteligencia. 

Sin embargo, el populismo demagógico sigue ilusionando a muchedumbres con el cuento de que el desarrollo económico de una nación depende del trabajo corporal o manual alcanzado. Habida cuenta, es entendido como mecanismo de aporte al Producto Interno Bruto. Pero las realidades reflejan otra cosa. Su politizada presunción, se ha visto rebatida por el paradigma que habla de la sociedad del conocimiento como pivote del progreso posible. 

Esto es fácil de observar si se compara el valor de mercado de una transnacional ubicada en la cima de la innovación, con el valor monetario de la producción de bienes y servicios de demanda final (PIB) de cualquier país situado en el coso del subdesarrollo o por su única condición de productor de materia prima. Resulta pues difícil aceptar el parangón dada la inmensa diferencia entre ambos valores. 

Al cierre

No obstante, las realidades expuestas por la cruel situación que padece Venezuela, son atrozmente reveladoras de las contradicciones animadas por la ignorancia, el idealismo, la obcecación o por la obstinación de cuadros gubernamentales empeñados en torcer la historia política a instancia de la deformación que sobrelleva el desarrollo nacional pretendido y pautado por engañosos planes de la Nación. Ellos, inspirados en criterios bastante superados por países que alcanzaron la condición de verdaderas potencias. 

Pero la desvergüenza de tan inicuos gobernantes, transita por un espacio estropeado sin conciencia ni decencia alguna. Tanto, que optaron por gobernar justificando su atrevimiento en lo que ha sido y es ahora: la revolución del (des)conocimiento.

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