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#OPINION Por Antonio José Monagas: País sin ciudadanía

El concepto de ciudadanía no es aquel enunciado que incite demostraciones de amistad o de amor. Comprender el significado de ciudadanía, no es asunto de inmediato procesamiento mental. Ni tampoco de expedita aplicación instrumental y operativa. Es un proceso continuo, pedagógico y progresivo.

El inmediatismo al cual apela el populismo como criterio de solapada demagogia, además de torcer el camino del desarrollo económico y social a partir del cual es posible estructurar rutas de progreso y bienestar, busca confundir el ejercicio de la ciudadanía con mampuestas consideraciones que plantean prácticas de engañosa socialización.

De esa manera, el término “ciudadanía” ha sido grosera y maliciosamente manoseado a los fines de ensalzar condiciones imaginarias. Condiciones de dignidad y civilidad que en lo real no existen por razones asociadas a la crisis actual inducida por el (des)gobierno nacional. 

El influjo populista

Por consiguiente, la gestión gubernamental, tan descarriada como en efecto la es, utiliza el término “pueblo”, aparte de otros de abierta manipulación, a modo de consignarle a la población desorganizada, una importancia abultada que no se corresponde con el valor del exacto significado de lo que en su esencia representa. Ello contribuyó a desvirtuar el concepto de ciudadanía, llevándolo a un manejo impropio que mejor se presta al manejo malicioso de la política de coyuntura. Mejor dicho, de la politiquería. 

Es cuando el discurso populista refiere al término “ciudadanía”. Pero no utilizado en su debida acepción, sino a los fines de llevar y colocar la población en un sitial que sólo lo creen furibundos, idealistas e ingenuos. Por eso es común escuchar verborreas político-partidistas, incluso de cualquier tendencia, empleando el término “ciudadanía” por población o por colectivo. Craso error.

La ciudadanía no es eso. Implica una actitud cuya formación no se condiciona por vía de embelesos de procedencia populista. Se conciencia mediante procesos de educación o formación cívica y moral recibidos desde el hogar, la escuela, el sitio de trabajo, el lugar de reunión, o desde cualquier espacio público que inspire respeto, encanto y admiración. Ni el amor ni algún sentimiento que exalte intereses circunstanciales, vale como estado emocional que garantice la construcción y ejercicio de ciudadanía. Al menos, como valor sociopolítico que alcanza a ser. Sobre todo, porque el concepto de ciudadanía se inculca desde la infancia.

Expectativa improbable

Resulta bastante complicado y quizás improbable, pretender inducir e infundir un comportamiento de ciudadanía a grupos o colectivos de adultos deformados por el vicio, la indecencia, la inmoralidad, el desparpajo, el abuso, la retrechería, el resentimiento, el odio, la ladronería y la corrupción. 

Esto, por mencionar algunos defectos, entre muchos más, que caracteriza una población acostumbrada a prácticas sociales avivadas por el mal ejemplo de politiqueros sin escrúpulos para afectar la sociedad en todo su discurrir. Tanto ha sido así esta propensión, que deberá reconocerse, tristemente, que Venezuela se convirtió en un país sin ciudadanía

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