Los pacientes con condiciones neurodegenerativas que reciben terapias a través de clases de música logran hacer conexión con los recuerdos más felices de sus vidas.
“Desde un principio me dijeron que los objetivos aquí no son musicales, en el sentido de que las personas no iban a salir tocando un instrumento. Me alertaron que ellos no recuerdan nada, que cada vez que llegara un jueves me preguntarían mi nombre”, expresó Maximiliano Catoni, el profesor de música de la residencia y centro integral para adultos mayores Hogar La Ponderosa.
Pero un jueves llegó y uno de los huéspedes dijo: “ahí está Max, el profesor de música”.
Desde hace medio año, Catoni llegó con sus acordes a la residencia y centro integral para adultos mayores Hogar la Ponderosa y hoy escribe las notas musicales de otra historia aleccionadora.
¿Será que la música se almacena de forma diferente en nuestros cerebros? Una melodía, una estrofa, el sonido de un instrumento nos transporta en el tiempo a un espacio de relajación, a una conexión con los amores y recuerdos, nos vincula con los aromas, con el placer, con la risa.
La música rehabilita
La Organización Mundial de la Salud (OMS), realizó un estudio a gran escala sobre los lazos entre el arte, la salud y el bienestar, con resultados que apuntan a exaltar esos beneficios, entre los que destacan el control del estado de ánimo.
Escuchar música controla el nivel de glucosa en la sangre, mejora el sistema inmunológico y la gestión del estrés. Mientras bailar proporciona beneficios en todo el cuerpo y la mente.
Los científicos dicen que el sonido es lo primero que percibe el ser humano con tan solo 16 semanas de gestación, y también lo último que se deja de percibir al final de la vida. Se usa incluso en las unidades de niños prematuros, para modular parámetros como el ritmo de la respiración, la frecuencia cardíaca, la calidad del sueño o la propia temperatura del bebé.
Técnica que es aprovechada por Catoni, profesor de música del Hogar La Ponderosa, quien durante 90 minutos a la semana se reúne con los huéspedes de la institución y los hace viajar hacia esos recuerdos desaparecidos por el Alzheimer. También los ayuda a recuperar esas destrezas motrices afectadas por el Parkinson.
Maximiliano diseñó unas clases que van de 60 a 90 minutos todos los jueves. Primero les lleva a escuchar adagios y les explica que se trata de composiciones musicales, cuyas velocidades se pueden comparar con los latidos de nuestros corazones cuando están en reposo.
Esa técnica puede durar cerca de 10 minutos. Luego, al tiempo que respiran, hacen movimientos con los brazos para estirar los músculos.
“Les digo que lo hagan como si estuvieran peinándose, primero con el brazo derecho, luego con el izquierdo y, posteriormente, con los dos. Eso lo vamos haciendo al compás de la música”.
Una vez terminados estos ejercicios, hacen los movimientos de coordinación, siempre con música clásica. Son aplausos en varias formas, en el aire o en las piernas, siguiendo el ritmo de la canción. Con este calentamiento, Maximiliano les entrega instrumentos de percusión, maracas y panderetas. Él saca su guitarra y ellos tienen que seguir y acompañar en las tonadas.
“Hemos armado un repertorio con boleros como Bésame mucho, Dos gardenias. Me impresiona que se sepan las letras, olvidan cuál canción cantaron y a los cinco minutos la piden, pero se saben cada estrofa completa, usan los instrumentos y hasta las bailan”.
“En eso les vienen recuerdos, hasta de la infancia. Uno dice que si mamá escuchaba ese bolero. Es algo que reconforta, porque si bien no sanan por completo, se sienten tranquilos y estables”.
Entre canción y canción, hacen juegos rítmicos. No con la idea de que lo comprendan, sino para que compartan y sigan las reglas.
Ya son varios meses que Maximiliano tiene yendo al Hogar La Ponderosa y, aunque él no es especialista médico para evaluar los cambios, tiene en sus manos una prueba exacta del poder de la música en pacientes con trastornos cognitivos.
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