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Crisis y caída de Vensoc XXI Por el Soc. Ender Arenas Barrios

Antes de llamarse Vensoc XXI, tenía otro nombre, pero han pasado tres décadas, suficientes para haber olvidado su nombre original.

Pero, sí recordamos que era un país más o menos ordenado. Por ejemplo, podemos recordar que, políticamente hablando, cada cinco años votábamos contra quien lo había hecho mal como era la costumbre de los gobernantes que se habían elegido.

¡Ja! Que bueno era tener la libertad de elegir, aunque fuese, en la mayoría de los casos, entre uno malo y otro menos malo. Entonces éramos un país democrático, régimen que se había instalado con un pacto social que había permitido libertades. Muchos hablan de sus vicios posteriores, pero aun así podíamos vivir todos dentro de él.

Económicamente y socialmente, independientemente de las críticas sobre la naturaleza rentística de su economía, se había avanzado mucho, por ejemplo, la matrícula escolar, que durante, la penúltima dictadura (pensábamos que era la última, pero no, después descubrimos que era la penúltima… por ahora) era realmente baja, con la democracia se incrementó desde el preescolar hasta la universidad en 6 millones 100 mil estudiantes. Las universidades que eran apenas 6 se incrementaron a partir de 1958 a 136 universidades y el total de escolarización se elevó de 24% a 64%., sin mencionar salud, porque sería demasiado aburrido para esta nota semanal, sí lo haremos con el servicio eléctrico que de 602 megavatios de electrificación del país y 36% de sus habitantes con servicio eléctrico para 1998 se alcanzó a 21.636 megavatios y el 96% de sus habitantes gozaban del servicio eléctrico, he escrito “gozaban”, en pretérito imperfecto, pues esta es una de las “gozaderas” de las cuales no contamos hoy.

Para a finales de los ochenta ese país que más o menos funcionaba bien, que se había erigido en modelo de democracia en la región entró en colapso y apareció Chávez y el chavismo que ofreció la felicidad absoluta, pero que produjo todo lo contrario y en lugar de materializar la utopía de un mundo mejor con la que todos habíamos soñado, construyó un  país de horror que pasó a ser de un país rico con una población que había conocido el éxito y niveles importantes de ascensos y bienestar a esta especie de distopia, en la que, hoy predomina una organización criminal que ha devorado al Estado usurpando el poder político mediante la más fuerte represión política y social desde los oscuros tiempos del gomecismo.

Claro, advertimos que la población, en su momento constatando que “el pueblo” también se equivoca (a menudo), contribuyó a su instalación.

Seducido por la voz de un seductor vestido de verde, el venezolano actuó, durante mucho tiempo, como si hubiera sido hipnotizado, tomando lo terriblemente existente como un orden normal. Acompañó ese proyecto por el tiempo que se tardó en destruir lo que había sido construido y se convirtió en su rehén. En su prisionero.

Pero, hoy, la crisis ha destacado el estado de su descontento y, si es verdad que el prisionero no sabe de su condición de encarcelado cuando lo acostumbran (y lo obligan) a caminar en círculo, ahora, por fin, ha dado con su cabeza con los muros de la cárcel y ha percibido los límites impuestos y ha empezado a trascenderla.

Aún no está libre, pero, a partir del 28 de julio, ha comenzado a experimentar la existencia de la libertad (y su consecuencia, la democracia).

Ahora, la dictadura, se presenta con el viejo proyecto de orden vs caos (si cae Maduro, vendrá el caos, casi tres décadas anteriores, Chávez había convertido en mantra que antes de que ellos llegaran al poder el país era la Nada y el soberano se la comió), una narrativa alimentada con el apoyo de lo que ahora llamamos “los normalizadores” tanto internos como externos que presentan la lucha por el orden político como una guerra y para lo cual proyectan “la puesta en evidencia de la ley de conmoción externa”, el entrecomillado se debe a que desde hace más de dos décadas los venezolanos vivimos bajo la presión de la “conmoción externa” puesto que el chavismo, la FAN y sus aliados han actuado casi como un ejército de ocupación y han violentado, todas las “Garantías Constitucionales” que la Constitución contempla que se mantendrían siempre vigentes, aún en el caso de poner en marcha una “ley de conmoción externa”, tal como lo señala el artículo 337 de la Constitución:

“podrán ser restringidas temporalmente las garantías consagradas en esta Constitución, salvo las referidas a los derechos a la vida, prohibición de incomunicación o tortura, el derecho al debido proceso, el derecho a la información y los demás derechos humanos intangibles”. Todas, precisamente, violadas rutinariamente, diariamente, por el régimen.

Todas las respuestas que hoy proyecta la dictadura nos está hablando de su crisis.

Por primera vez, después de tantas frustraciones, la recuperación de la democracia parece estar “a la vuelta de la esquina”.

No es fácil y no será fácil.

Lo interesante es que empiezan a esbozarse con mayor claridad el diagnóstico de la actual situación (La nota de Walter Molina Galdi: “Anatomía de la narcotiranía- y porqué su final es condición necesaria para la reconstrucción- publicada en “La Gran Aldea) y delinearse programas para gobernar el cambio democrático, por ejemplo, el presentado por Carlos Blanco en El Nacional y en La Gran Aldea:

“El Estado que viene”, junto con otros, que han proliferado esta semana. En ellos se esbozan líneas para gobernar necesarias, pero, les confieso, que no se si serán suficientes.

 La construcción de un orden democrático pasa por la necesidad determinante de un pacto democrático.

En mi nota anterior lo señalé como la expresión de los nuevos actores sociales que hoy hacen oír su voz y que deben ser uno de los acordantes principales del pacto democrático que está por venir, un pacto para construir un orden para todos que significa, nada menos, que un orden donde todos podamos vivir.

En lo leído hasta ahora está planteado esa idea de orden.

Presumo que, después de todo, los sectores opositores que hoy han asumido la posición de “normalizar” la situación actual del país, se decanten por un nuevo pacto democrático, donde su papel, en principio, será secundario con respecto a otros, que, hoy, lideran las fuerzas opositoras.

Ahora bien, la transición democrática se enfrenta a un país de escasez, escasez de todo, y en este contexto no todas las necesidades acumuladas que han golpeado a la gente por más de una década y que han obligado a 9.1 millones de personas a huir del país pueden ser satisfechas.

Presumo, que vendrán conflictos reivindicativos que amenazan desbordar el nuevo estatus quo de la transición.

Por lo tanto, el liderazgo que encabeza el proceso político durante la transición deberá ofrecer un programa claro para encarar la crisis y gerenciarla con eficiencia donde el peso de ella no recaiga, brutalmente, sobre los hombros de los más vulnerables.

En este contexto solo espero que todos los habitantes del país, devenidos en los nuevos actores hayan escarmentado después de haber experimentado la dura dictadura vivida y que sea capaz “de sentarse a la mesa a conversar”, en lugar de ir a “la bodega de la esquina” a reeditar lo que en febrero de 1989 hizo y que fue el prólogo de lo vivido durante casi treinta años.

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