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Opinión

Cuando la dignidad no cabe como valor político Opinión por Antonio José Monagas @AJMonagas

La ignorancia política del venezolano común es tan escurridiza, que lo exime de saber responder ante responsabilidades que no termina de asumir y cumplir. Pero también, lo incita a comportarse con la inteligencia propia de quien sabe convertirse en función de los intereses que mejor se ajustan a su avidez por escalar posiciones sin los méritos que justifiquen tal ascenso. Dicha actitud advenediza, además de desvergonzada, es impúdica. Por eso, tiende a ser insensible ante la necesidad ajena que circunda en su ámbito de vida. 

Es lo que la jerga popular califica de “pícaro”. Y que el lenguaje culto, refiere de “perspicaz”. Pero ¿de qué vale tener la perspicacia de un valiente, decidido y arriesgado individuo, si carece de la “dignidad” propia de quien sabe exhibir decorosamente cualidades de excelente y destacado “ciudadano” en todas las manifestaciones de vida?

A la hora de buscar razones que expliquen tan grave ausencia, es posible que algunas puedan hallarse en el modelo de vida que el ejercicio del populismo demagógico, en esta Venezuela salpicada de vicios y cundida de problemas, ha inculcado en el venezolano. Y es que los reveses que adquirieron forma y consistencia a través del ejemplo de gobernantes insulsos, militaristas y corruptos, lograron modelar un perfil de venezolano bastante apartado de la idiosincrasia del individuo sano socialmente y consecuente políticamente. 

Entonces, ¿qué fue lo que motivó tan repugnante cambio de la cultura tradicional en el venezolano? Habría que comenzar por revisar las causas que indujeron la crisis en la que se hundió el país en los años que van de siglo XXI. Podría inferirse, en términos de la brevedad a la que obliga esta corta disertación, que el país fue secuestrado. Lo despojaron de su historia. También, de valores que afianzaron condiciones de respeto y dignidad en el venezolano. Esto permitió que el régimen secuestrara la verdad y así se pervirtieran las instituciones que garantizaban derechos ciudadanos. 

En consecuencia, el ejercicio de la política terminó convirtiéndose en excusa para sortear compromisos que apuntaban a satisfacer necesidades populares nunca atendidas. Esto facilitó que se extraviaran conceptos de capital utilidad para el fortalecimiento de la República como en efecto sucedió con “soberanía”, “autonomía” e “independencia”. Tales conceptos sirvieron para un juego de oportunidades en el cual siempre perdió Venezuela. 

Lo peor ocurrió  cuando se advirtió que el texto constitucional, ni siquiera fue considerado en su justo valor como configuración del orden jurídico y político que sus preceptos siguen señalando. Y aunque lo arriba indicado no es de novedosa referencia. Su fondo contiene la fuerza para dejar en claro el dilema que, en medio de tanto desarreglo, pudo fraguarse. Al punto que se somatizó en la piel del venezolano lo que hizo que viviera de migaja en migaja. Sobre todo, cuando su tiempo de calidad y su calidad de vida, fue permutada por promesas que nunca se concretaron. Eran promesas elaboradas sobre porciones de indisoluble mezclado. Jamás se cimentarían cuales fundaciones de piedra del período cretáceo o del paleozoico. Es decir, de dureza insospechada.

El régimen antidemocrático y además usurpador de garantías, postulados y criterios que expone el Derecho Público y el Derecho Constitucional, sólo entendió que la función pública comenzaba y terminaba brindando minúsculas asignaciones de poder (así justificó el nombre de “Poder Popular” en toda su organización). Al mismo tiempo que se ufanaba de su perorata pues ha creído que sus discursos conmovían y convencían al pueblo. (Craso error)

Mientras tan cruda crisis penetraba y continúa hurgando humanidades tanto como esquilmando proyectos de vida, las esperanzas no dejaron de aferrarse a cuanta oportunidad conseguían a su paso. Pues es ley de vida que el hombre nació para vivir en libertad. Y bajo tan trascendental argumento, habrá de cultivarse la política en su mejor acepción. Aunque el problema de fondo tiene que ver con la inconsistencia de valores que, por ratos, se insuflan ante la exaltación de emociones que procuran avivar expectativas de democracia. Fundamentalmente, al momento de reconocerse la pérdida sufrida por la dignidad de muchos que, por rastreros y acomodaticios, cayeron en lo más profundo de la desvergüenza. O sea, perdieron la dignidad por someterse o subordinarse al circunstancial poder político. Aunque el impudor no ha dejado de ser el criterio para actuar cuales politiqueros mamarrachos. Y todo ha sido incitado desde el mismo momento en que confundieron “gimnasia con magnesia” Todo este caos de infinito tamaño, es porque dentro del proceder del régimen la dignidad no cabe como valor político.

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