España atraviesa la mayor crisis de mortandad de su historia reciente. Oficialmente, más de 22.000 personas han perdido la vida a causa del Covid-19. El número de fallecimientos durante el último mes y medio es muy superior, aunque es difícil estimarlo con exactitud. Una tragedia de escala nacional que se entremezcla con un confinamiento y con un parón económico donde la prioridad es evitar las aglomeraciones.
¿Cómo se conjuga? Con restricciones dramáticas.
La ley. Consciente de que uno de los focos de la epidemia fue un funeral en Vitoria, el gobierno restringió el acceso a los entierros y velatorios no en su decreto sobre el Estado de Alarma, el 14 de marzo, sino en una legislación específica posterior publicada en el BOE el 22 de marzo. En aquella semana intermedia la regulación quedó de la mano de las comunidades autónomas, que ya restringieron el acceso.
Sólo tres personas. Por lo general, y dado el confinamiento en todo el país, se permitía el acceso a familiares directos. No fue hasta el 29 de marzo, mediante orden ministerial, cuando el gobierno fijó condiciones: la participación en una comitiva «para el enterramiento o cremación» se restringía a «un máximo de tres familiares o allegados», además del «ministro de culto» de la confesión respectiva.
Además, se suspendían los velatorios. Era un detalle importante, si bien tardío. Las comunidades habían adoptado políticas dispares. Castilla-La Mancha y Aragón permitían hasta un máximo de diez personas; Andalucía los anuló a partir del 20 de marzo; Madrid, el 26;
En la práctica. Muchas funerarias paralizaron sus servicios de cara al público. El efecto legislativo fue inmediato: miles de familiares no podrían velar o despedirse de sus difuntos. Sólo tres de ellos, generalmente los más cercanos, tendrían el privilegio. Lo ilustraba ayer Emilio Morenatti con una foto: en Barcelona, tres hermanas pudieron acceder al cementerio durante el entierro de su madre; las otras tres, no.
La imagen de la desolación.
Duelo interrumpido. El fenómeno es común entre nietos, primos, tíos. Familiares de segundo grado que, en España, tienen un peso nuclear en la familia. Lo relataba el periodista López Frías tras el fallecimiento de su abuela: «¿Te parece triste recordar un entierro? Más triste todavía es que no te dejen celebrarlo». De ahí que hayan surgido grupos de ayuda digitales para negociar en compañía, y desde un punto de vista psicológico, el duelo interrumpido por el confinamiento.
Es una paradoja macabra. En el mayor pico de mortalidad de su historia, España no puede celebrar funerales.
Condiciones. Desde el primer día, los servicios funerarios protestaron por la ausencia de material sanitario recomendado por las autoridades sanitarias. «Las empresas funerarias estamos utilizando stocks de este material que no es infinito. Es imposible reponer y, si nadie lo remedia, no podremos realizar el manejo de cadáveres», protestaban el 19 de marzo. Una petición repetida días más tarde.
Como en otros casos, el sector está saturado. Ni siquiera da abasto en el número de ataúdes solicitados.
Imagen: Bernat Armangue/AP
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