Desde cuando no lo sé, tal vez desde que apareció el petróleo y trastocó la vida de todos.
Y empezamos a creer que anclaríamos en el primer mundo. Desde entonces, nos convertimos en arrogantes, egocéntricos como prólogo de los tiempos que vendrían: seríamos uno de los centros del mundo.
Algunos van más lejos y creen que somos “El ombligo del mundo”.
Recuerdo, cuando estudiaba en México en una institución que reunía a participantes de todo el continente, estos se referían a los venezolanos que estudiábamos allí como “los argentinos del norte”.
Pero, no contábamos con los “desencantos ejecutivos” que nos ha tocado vivir a partir de la segunda mitad de los ochenta, aunque para ser justos, esos “desencantos ejecutivos”, datan de los primeros años de la república.
¿En qué nos hemos convertidos? En una anécdota, que ha sido descrita una y otra vez: Éramos (el pretérito imperfecto del verbo “Ser” es la conjugación verbal que más nos duele) un país rico, trastocado hoy en un país donde campea la pobreza, la destrucción, la desinstitucionalización, apenas diferenciado de ex países como Haití.
No somos un país único en el mundo, como solemos creer los venezolanos que contamos el viejo chiste, que ha perdido la gracia, como suelen perder los cuentos que se convierten en realidad, ¿lo recuerdan? Es aquel en el que dios puso en nuestro suelo: petróleo, oro, diamantes, uranio, tierra raras, agua abundante, sol, bosques, todo tipo de riquezas y mujeres bellísimas y cuando los ángeles sorprendidos le preguntaron a dios porque tan bondadoso con Venezuela y tan mezquino con otros países, este le contestó que no hay porque molestarse, pues, ya puse a los adecos, a los copeyanos y como guinda del pastel, les he puesto a los chavistas que terminaran convirtiendo ese paraíso en un pequeño infierno.
De verdad, no sé de dónde salió la creencia de que Venezuela y los venezolanos somos únicos en el mundo. La frase de un joven “influencer” me parece que grafica bastante bien esa creencia que, ya es un prejuicio popular: “Ser venezolano no es cualquier vaina”.
Esto viene a cuento porque al escuchar y ver los noticieros venezolanos de presentadores que están en Miami y otros en Madrid, en la que hacen reclamos porque otros conflictos en el mundo han desplazado de las noticias el caso venezolano que ha sido sustituido, ¡Válgame dios! por ejemplo, por la invasión de Rusia a Ucrania o por la intervención israelí en Gaza y la hambruna provocada que ha matado, especialmente a niños y ancianos.
Suelo ver esos noticieros bajo el sopor del primer café de la mañana, convertido en una suerte de modorra nostálgica.
Y percibo en sus conductores (bueno es decir que hay excepciones, por ejemplo, César Miguel Rodón o Gladys Gutiérrez, para nombrar dos, que son de los más objetivos y racionales) una suerte de “lógica del delirio”.
Ellos hablan entusiasmadamente del casi seguro fin de la dictadura gracias a la intervención norteamericana protagonizada por el presidente Trump y repiten una y otra vez:
“Esta vez sí, el hombre (se refieren a Donald Trump, que es el nombre del nuevo salvador de la patria) ha cambado la narrativa: de las simples sanciones va directamente al grano. ¡Ja! “La paz (en este caso sería la democracia) a través de la fuerza” o, esta que es sustancialmente lo mismo:
“Washington ha pasado del lenguaje diplomático a la narrativa de neutralización”, acto seguido enumeran las decisiones tomadas por Trump en los últimos días: “…la declaración de organización terrorista al Cártel de los Soles, la recompensa récord por información que lleve a la captura de Maduro, la orden de desplegar fuerzas militares para combatir los cárteles de la droga por tierra, mar y aire”. Un cepo para la dictadura.
Y es verdad, Maduro, parece estar cercado y parece corroborar las sentencias que algunos conductores de esos informativos exclaman:
“Algo va a pasar, algo se viene. Allí están dos buques de la marina norteamericana. Esto es el final, el régimen está cercado y Maduro ya no duerme como un bebé, ahora lo hace con un ojo abierto y el otro cerrado. Trump tiene la sartén por el mango”.
Púes no es suficiente-digo yo- Este no es un gobierno y su lógica no es el de la política.
Este es un régimen que combina peligrosamente una lógica mafiosa con la lógica militar, de tal manera, que el ser del régimen depende que todos los venezolanos no lo seamos.
Les confieso, que considero increíblemente paradójico que, por lo general, la mayoría de los comunicadores, con las excepciones ya mencionadas, terminan justificando en la acción política de Trump lo que los hace opositores al régimen de Maduro y que los mantiene en condiciones de asilados políticos: el autoritarismo, el poco respeto por los otros, el ejercicio de la mentira y la demagogia como forma de hacer política, la represión, la práctica política siempre desde la posición del ego.
Además, la política exterior de Trump que se caracteriza por un “tira y afloja” no es nada consistente y, eso, podemos verla cuando trata a Maduro, por un lado, como el capo de una organización mafia y, por la otra, negocia con él, en calidad de jefe de Estado el retorno de Chevron para producir y vender petróleo.
En realidad esta crítica a la fuerza comunicativa que ejercen personajes de la comunicación que son voces con autoridad, autoridad otorgada por un número muy significativo de venezolanos viene a cuentos, porque lo que quiero significar es que el cambio político y la recuperación de la democracia debe estar centrada en la movilización de nuestras energías nacionales, por supuesto, con el apoyo de la comunidad internacional y todo lo que se ha hecho para mantener cercado al régimen, pero, el sujeto fundamental del cambio somos los venezolanos movilizados y no mediante la intervención unilateral de los “Marines” comandados por un gobernante que tiene poco aprecio, precisamente, por la democracia y que nos ha echado de su país mediante el uso fascista de perfiles raciales y étnicos (Carajo y eso, también es justificado por algunos de estos personajes, asumiendo como suya la narrativa trumpista)
Ahora bien, yo he escrito asiduamente sobre la movilización masiva de la gente y los que alcanzan a leerme me preguntan: ¿cómo movilizar a una gente? No es fácil.
Nuestra gente parece estar paralizada e inmovilizada por la presión represiva del régimen. Repito, no es fácil, pues si de algo, también se muere la gente es de miedo.
Me gustaría introducir una cita que hace Elías Pino Iturrieta en su nota de este jueves en El Nacional (“Esbozo de un miedo que puede terminar”):
“Del miedo también puede salir una historia prometedora e inédita”, atribuida al historiador italiano Gugliemo Ferrero.
Y aún cuando no soy creyente, también, me gustaría acompañar a los que creen con la frase:
“Dios lo quiera”, pero eso depende más de la voluntad del pueblo, devenido en ciudadanos que de la voluntad de dios, que debe estar distraído en otros asuntos y, para eso, es vital primero remover los miedos, segundo que la oposición entienda que si no hay unidad es difícil derrotar al régimen y por último, el más importante de todos: convertir, la rabia, la indignación de la gente en un vasto movimiento social y este, a su vez, convertirlo en el sujeto político de la lucha política por la recuperación de la democracia.
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