El año de 1945 dio una tragedia pujante para la Venezuela posterior. La riqueza petrolera llovía en nuestra tierra: dólares se contaban con grandes ojos en las arcas de la nación.
Un golpe rápido hizo del poder a quienes ostentaban “el uso de la razón” a favor de los desfavorecidos: habitantes pobres de esta tierra hasta entonces agricultora, productora de caña de azúcar, de cacao y de café. Jamás en nuestra historia se experimentó un cambio tan radical de proezas.
Ya no hacía falta producir nada en el campo ni tampoco hacía falta la logística de la ciudad, el petróleo da para todo eso y para más.
Nuestra economía no fue un proceso lento de progreso, no creció de manera plausible y controlada, nuestra economía petrolera fue un golpe de negra suerte. De repente tuvimos cantidades exorbitantes de dinero del que solo supieron hacer fiestas inacabables. Pasamos de producir con nuestras manos y dependemos de esa producción a la dependencia de la producción de alguien más.
En algo más de cien años aquel pueblo modesto solo había visto guerras y caudillos al poder. Un partido naciente y un grupo de Militares en mutuo acuerdo se hicieron del poder en octubre de 1945. El pueblo atendió a los medios no solo reclamaba atención, sino también participación. El problema de que muchos se sintieran excluidos se facilitó con la gran cantidad de dinero que llegaba, inclusión al estado. Acababa de nacer el Pater Familiae.
Aquella población casi analfabeta, tenía en aquella figura providencial un representante que no fuera militar o caudillo en el gobierno y que había logrado las masas gracias a un partido, alguien que lo representaba, uno de codo a codo, el gran fundador. La riqueza recién descubierta no merecía que solo los de uniforme la controlaran.
Había un mensaje intrínseco en el acto, el pueblo era la víctima, siempre. Con la llegada del voto popular esta victimización se convierte en acción. El pueblo va a estar representado por civiles, rompiendo con el esquema caudillista a través de la sucesión pacífica amparada en el voto libre y se tiene por último una riqueza caída del cielo que viene a ser como un premio al sacrificio, a tantos años de sufrimiento y de pobreza.
En la engañosa idea de facilitarle la vida a los habitantes del país, se les dijo que era provechoso, en vista de la riqueza abundante, que dependíamos del Estado. La realidad es que la pobreza de la que se venía, la falta de representación en el Estado gobernante y la falta de Gobierno democrático fueron los ingredientes de la planta enredadera que hasta ahora nos consume.
No hubo nunca, después de esto, un límite al crecimiento del Estado y fue desde este momento el quid de los gobernantes de turno. El Estado nunca dejo de crecer ni si quiera en los momentos de mayor inflación. La dependencia del Estado fue un mensaje catastrófico para el país.
Hubo que converger en estas circunstancias únicas hasta ese entonces.
Uno de los comportamientos característicos de la izquierda del momento era pretendiente que el estado todopoderoso podía defender a todos sus gobernados y mantenerlos en igualdad de condiciones con aquella promesa de Justicia Social y Redistribución de la Riqueza. Si se comparan estos estatutos con los implementados en el primer trienio adeco, podemos considerar que se empezó a gobernar desde la izquierda.
Con esta apertura a un Sistema democrático, iniciado desde Juan Vicente Gómez, se rompen los esquemas conocidos por los venezolanos hasta ese entonces, bien desde el Gobierno y bien desde la población. Esa coalición militar-civil no forzada, hasta ahora nunca vista, que permitió a los civiles tomar el mando a largo plazo trajo una visión completamente diferente y nueva de los modos de gobernar.
Y esto lo sabía don Rómulo Betancourt.
En primera instancia necesitaba pagar favores a quienes lo ayudaron a posicionarse, en segundo lugar, necesitaba hacer un equilibrio en contra de la fuerza militar. El resultado estaba a la vista de todos: en el 1945 había 252 sindicatos legalizados en el país. Después de un año de gobierno de la Junta, habían aumentado a 773 y para finales de 1948 había en Venezuela 1014 sindicatos. Un crecimiento del 400%. La semilla estaba plantada. El germen había iniciado.
El poder acumulado al término del 1948 era tal, que Don Rómulo expresaba en sus mítines el alcance de su presencia en las Cámaras Legislativas nacionales, legislaturas regionales, concejos municipales y organismos estadales. “Estamos en condiciones de realizar en toda la República lo que realizamos en Caracas; estamos en condiciones de lograr que no se dé un solo martillazo sobre un yunque, que no se mueva una sola polea, que no camine por las carreteras un solo camión, que no salga una gota de petróleo del subsuelo del país”, dijo.
A razón de esto, su caída ocurrió en manos de quien en otrora fuera su aliado.
Con la visión de un profeta Uslar lanzó la advertencia, hay que eliminar al minotauro y acabar con la fiesta.
¿Pero qué dice Uslar? Si esto apenas empieza.
La avaricia se disfraza cuando hay poder detrás de la puerta.
El instinto marcaba que con dinero se celebra, sin importar las consecuencias.
Vuelve Uslar otra vez: La razón dicta que no hay que depender del negro suelo, esta única dependencia nos hace cada vez más tercos. Menos pensantes, menos buenos.
Hay que buscar salidas alternas a la lujuria que provoca tanto dinero.
Calla de nuevo Uslar, que esto lo merecemos, solo caudillos tuvimos, militares al gobierno, por 100 años sufrimos las consecuencias de tormentos,
Por primera vez podemos disfrutar sin algún freno.
Si somos venezolanos, si el petróleo es nuestro, porque no podemos entonces gozarlo, a ver, maestro.
Desplazado fue entonces el querido intelecto, aunque dando siempre luces desde su humilde puesto.
Ing. Willian Bravo
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