La historia de la humanidad está salpicada de hombres que encandilados con el poder, confundieron la eternidad con su mandato. Creyeron que sus tronos eran inamovibles, que su voluntad era la ley eterna, que la represión bastaba para callar la memoria de los pueblos y arrodillarlos sumisamente. Pero la música del poder absoluto tiene un final inevitable: un último vals, tenebroso y desentonado, donde los tiranos bailan solos antes de caer al vacío.
Ese vals lo han danzado déspotas, emperadores, dictadores y caudillos que pensaron estar blindados por la fuerza, el dinero mal habido, ejércitos o alianzas internacionales. Sin embargo, tarde o temprano, las luces se apagan, la mentira se vuelve imposible de mantener y la historia dicta sentencia. Quien crea que puede escapar a esa regla, ignora las leyes inexorables del destino.
El espejismo del poder absoluto

Si nos trasladamos a la Roma Imperial, la historia relata que Nerón, se veía a sí mismo como un dios viviente. Se dice que, mientras Roma ardía, él cantaba y tocaba su lira. Lo que si es cierto es que su poder era tan sólido como el mármol travertino que una vez revistió el Coliseo, poder que se hizo tan frágil como el fuego que consumía la ciudad de Roma en el año 64 D.C. Su final, un suicidio apresurado, muestra la lección eterna: la locura del mando absoluto termina devorando a su artífice.
Lo mismo ocurrió con Benito Mussolini en 1945, el gran “Duce”, que llenaba plazas con multitudes que gritaban frenéticamente su nombre mientras el estaba seguro de haber devuelto la gloria imperial a Italia. Y después de esa fortaleza y apoyo, terminó siendo fusilado y su cuerpo junto al de su amante Clara Petacci, exhibido en una plaza de Milán donde la gente lo apedreaba y hasta orinaba su cadáver.
Es fácil ver con estos ejemplos cómo el espejismo que envuelve a los tiranos de poder absoluto puede encandilar a millones, pero la marea de odio y rechazo popular irrumpe implacable cuando sus crímenes y abusos afloran. Al final, ese espejismo estalla en ruinas y sepulta al tirano bajo sus propias mentiras.
Cuando el miedo se instala
El miedo ha sido siempre el compañero de baile de los tiranos. Nicolae Ceaușescu, en Rumanía, transformó ese miedo en un sistema: discursos interminables, culto a la personalidad y una policía secreta que todo lo veía. Creyó que esa coreografía de control era infinita. Pero a finales de 1989, los rumanos, iracundos y enardecidos le retiraron su veneración y, en un juicio sumario que incluyó a su esposa Elena, lo sentenciaron a muerte. Inesperadamente, el estruendo de las balas puso fin al poderoso comunista hambreador que se creía inmortal.
Los tiranos no son muy creativos, repiten siempre la misma ecuación que consiste en rodearse de aduladores, construir propagandas populistas basadas en mentiras y usar la violencia para tratar de cercenar la libertad. Pero el miedo que siembran acaba siendo el peor de los boomerangs cuando la gente ya no tiene miedo y entiende que los déspotas son débiles cuando el anhelo de cambiar el rumbo es firme y colectivo.
El crepusculo de todo tirano
Recordemos el final de Luis XVI un tirano que ignoró las señales de hambre y miseria, confiado en que su sangre azul lo salvaría. Luis XVI fue rey de Francia desde mil setecientos setenta y cuatro hasta mil setecientos setenta y dos y heredó una corona agobiada por la deuda y la desigualdad social. Su incapacidad para reformar el sistema fiscal y aliviar el hambre popular alimentó el descontento que desembocó en la Revolución Francesa. A principios de 1793 fue ejecutado en la guillotina,y de esta manera podemos ver una vez mas, que ningún déspota se escapa a la justicia cuando el pueblo exige cambios, especialmente en este Siglo XXI donde lideres como Trump y Netanyahu están moldeando un mundo donde se hace justicia contra quienes quieren condenar al mundo a ser un lugar de odio, drogas y sangre.
También, podemos recordar cómo terminó Saddam Hussein, un narcisista que creyó que sus palacios dorados lo protegerían de la justicia. Fue sacado como una rata de un agujero en la tierra, desaliñado y sucio, muy distinto al invencible soberano todopoderoso que se creía. Acabó ahorcado, sin bienes ni palacios, y es aborrecido por “saecula saeculorum” por los iraquíes que entendieron que no existe nada más valioso que la libertad.
La soledad final de los tiranos
Por lo general, los tiranos terminan desequilibrados, aislados y muy solos. Sus grandes “amigos” los engañan y dicen apoyarlos mientras los traicionan por 3 monedas o por su propio bienestar. Los generales que juran lealtad desaparecen, los ministros que aplauden se esconden, los cortesanos callan la verdad y huyen en silencio.
El final de Adolf Hitler en un búnker oscuro, rodeado de ruinas, lo confirma: quien edifica un imperio sobre el miedo acaba condenado a escuchar únicamente su propio eco.
La historia se repite una y otra vez: en sus últimas horas, todo déspota se consume en la angustia de elegir entre la muerte o una cadena perpetua ,despojado de los tesoros que creyó eternos. Solo les aguarda el desprecio del mundo, la burla de quienes aborrecen su legado de terror y el vacío sepulcral de su gran derrota.
Dayana Cristina Duzoglou L. para Caiga Quien Caiga
X: @dduzogloul
Email: eleutheriathikis@gmail.com
Comment here