“Los ancianos son depositarios de la memoria colectiva y, por eso, intérpretes privilegiados del conjunto de ideales y valores comunes que rigen y guían la convivencia social. Excluirlos es como rechazar el pasado, en el cual hunde sus raíces el presente”.
Juan Pablo II
No son todos los que están ni están todos los que son. Esa es una triste verdad de quienes hoy en este país están ubicados en la categoría social de la llamada tercera edad, adultos mayores o en lo que coloquialmente los más jóvenes identifican como “los pures”, “viejos” o “mayores” quienes en los últimos años han llevado más palo que una gata ladrona en nombre de una “Revolución Bonita”, cuando por el contrario debería ser una etapa de la vida en la que la llamada edad de oro de hombres y mujeres tendría que culminar su paso terrenal en condiciones óptimas de cuidados por parte del Estado venezolano, pero muy contrariamente la realidad es que han sufrido segregación, aniquilamiento y abandono.
Hoy “los pures” luchan por lograr un mejor derecho social de alimentación, salud y otros cuidados pese a que dieron lo mejor de sus vidas llegando a la ancianidad forjando una gran nación.
El último domingo de mayo el calendario lo dedicó a conmemorar el “Día del Adulto Mayor” en nuestra nación. Vimos, leímos y escuchamos las noticias que corrieron por las redes sociales de “viejitos” o “viejitas” caminando, concentrados en una plaza o gritando en distintas ciudades del país su derecho a disfrutar de una mejor pensión que reciben del Instituto Venezolano del Seguro Social, Ivss, o de lo que entrega el gobierno nacional a través de alguna misión cual si se tratara de una dádiva o regalo del desaparecido expresidente Hugo Chávez Frías o de su sucesor, Nicolás Maduro, en Miraflores, cuando no es verdad.
Lo cierto, lo verdadero es que en la tierra de Simón Bolívar, el mismo Padre de la Patria de ricos y pobres que los revolucionarios gustan mencionar a cada rato, el 87 por ciento de los adultos mayores están en situación de extrema pobreza, pasándola en muy mala situación y decidiendo si la migaja o la burusa de la moneda devaluada que cobran de la pensión, la gastan en comida o medicamentos. Una de dos. ¿Comen o compran el medicamento de la vida? Ambas necesidades son imposibles.
Cruda verdad de la ruleta rusa mental que padece el venezolano ya pasado en años de estos tiempos, quien creyó en un discurso de mejoras y cambios cuando dos décadas atrás un populismo de izquierda pidió la confianza para sanar la deuda social de la satanizada IV República. No obstante, resultó ser como dicen los “viejos” peor la medicina que la enfermedad.
Testigos son hombres y mujeres que en su momento hicieron uso al derecho a una jubilación digna sin diferenciar que salían de Pdvsa, alguna de sus filiales, de cualquier universidad, pública o privada o de algún despacho como el Ministerio de Educación que le permitía al jubilado (a) no sólo comer bien, tener sus medicamentos seguros y hasta a viajar merecidamente alguna vez al año. Francelia Ruiz, directora de proyectos de Convite, explicó que las personas mayores en Venezuela “están envejeciendo en condiciones de precariedad debido a una combinación de elementos como la pensión, el acceso a servicios públicos de calidad, el incremento de los bienes y servicios, el sistema de salud y mucho más”.
Debido a esto, reconoció que «las personas mayores se enfrentan a una situación de pobreza, precariedad y vulnerabilidad”.
En Venezuela llegar a la vejez no sólo debe atribuirse a la edad biológica, sino que en el caso que nos ocupa la aparición prematura de canas, arrugas y los “achaques” adelantan su llegada a circunstancias por el mal manejo del Estado y a la ausencia de gerencia eficiente que garantice la prestación de servicios públicos y una mejor atención a este segmento de la población —no por falta de recursos devorados por la corrupción—si no que el estrés por los cortes eléctricos sin importar la condición física, carencia de agua, madrugar y desfilar en colas bancarias, carestía de alimentos, medicamentos, caminar largos trayectos por escasez de efectivo, en fin, deterioro en la seguridad social o la partida obligada que los separa de algún familiar, confeccionan el mejor cóctel que los venezolanos tenemos servido a diario.
Según el estudio de Convite un alto porcentaje de los adultos mayores venezolanos por encima de su edad laboral, por razones obvias de sobrevivencia continúan cumpliendo actividades que van desde jardinería, barrenderos, cuidado de niños, mandaderos, maestros a domicilio hasta de chofer cuando poseen un vehículo propio o que les es facilitado por un familiar o amigo para que se rebusque con entradas extras a la mísera pensión otorgada por el Estado. A todo esto se suma el impacto en la salud mental de los adultos mayores después de la pandemia del Covid-19.
La migración ha modificado la estructura y las rutinas familiares. La crisis económica llevó a la hiperinflación originando la desaparición del ahorro. El monto de una pensión de un profesor universitario no llega a 10 dólares y el de un obrero es menos de un dólar diario.
La salida de millones de personas ha convertido al país en el de ancianos huérfanos. Muchos son monitoreados en la distancia por familiares y amigos. Otros han quedado a cargo de nietos, mientras los adultos jóvenes se establecen en otros países. En resumen seguirá anocheciendo y amaneciendo. Lo seguro es que el adulto mayor no dormirá ni descansará hasta lograr que en Venezuela no sea un delito llegar a “viejo”.
Por:
José Aranguibel Carrasco
CNP-5003
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