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La espiritualidad, realidad que nos envuelve Por Robert Alvarado


“La fe no es la creencia de que todo saldrá bien, sino la certeza de que todo tiene sentido, sin importar cómo termine.” Dietrich Bonhoeffer

 En estos días donde la incertidumbre parece ser la constante en la vida de quienes habitamos esta Tierra de gracia, la espiritualidad emerge no como un refugio efímero, sino como una fuerza vital que impregna cada aspecto de nuestra existencia, incluso el político. Más allá de las apariencias, esta dimensión del ser humano nos una quimera inventada para consolar almas atribuladas; es una realidad tangible que nos envuelve a todos, aunque algunos la nieguen o la oculten tras capas de escepticismo o “ateísmo”.

En Venezuela, esta Tierra de gracia bendecida por la diversidad y gente resiliente, la fe en Dios se manifiesta en cada rincón, en cada oración susurrada en la intimidad de los hogares o en las multitudes que acuden a los templos. Es hora de reconocer su sentido, su valor y pertinencia, especialmente ahora que nuestro país celebra un hito histórico: la canonización de los dos primeros santos venezolanos: el Dr. José Gregorio Hernández y la Madre Carmen Rendiles.

Comencemos por el sentido de espiritualidad en nuestra cotidianidad. En un mundo acelerado y lleno de desafíos, por no decir, calamidades, la espiritualidad nos invita a conectar con algo mayor que nosotros mismos. No se trata solo de rituales o dogmas, sino de una búsqueda interior que da propósito a la vida. La oración, en particular, actúa como un puente entre lo humano y lo divino, permitiéndonos expresar gratitud, pedir guía o simplemente encontrar paz en el silencio. En Venezuela, donde las tradiciones católicas se entretejen con creencias populares, esta práctica es un ancla que nos recuerda nuestra esencia.

¿Cuántas veces hemos visto a una abuela rezando el rosario por la salud de su familia o a un joven invocando protección antes de emprender un viaje? Esta conexión espiritual no es abstracta, es el hilo que une generaciones y fortalece la identidad nacional.

El valor de la espiritualidad radica en su capacidad para transformar la adversidad en oportunidad de crecimiento. En tiempos de incertidumbre, como los que estamos viviendo, ya sea por altibajos económicos, desastres naturales (climáticos, dice ahora) o crisis personales, la fe ofrece herramientas invaluables.

La oración, por ejemplo, no es un acto pasivo, es una disciplina que cultiva la resiliencia emocional y mental. Estudios psicológicos, algunos de la Universidad de Harvard, han demostrado que prácticas espirituales como la meditación orante reducen el estrés y fomentan la empatía, ayudando a las personas a enfrentar lo impredecible con mayor serenidad.

En nuestro contexto venezolano, donde la solidaridad es un pilar, la espiritualidad fomenta comunidades de apoyo. Es esta fe compartida la que nos permite ver luz en la oscuridad, recordándonos que no estamos solos. Dios, en su infinita misericordia, se revela en los gestos cotidianos de bondad, en la sonrisa de un vecino o en la belleza de nuestros paisajes, desde los Andes hasta el Orinoco.

Pero ¿por qué es pertinente la espiritualidad hoy más que nunca? Porque es una era dominada por el materialismo y la tecnología, donde las respuestas parecen estar en un clic, la incertidumbre nos obliga a mirar hacia adentro. Esta Tierra de gracia, con su rica herencia cultural, ha sido siempre un bastión de devoción.

Sin embargo, muchos ocultan esta fe por temor al juicio o por influencia de corrientes seculares. No obstante, en el fondo de cada venezolano late una creencia innata en lo trascendente.

En esa “fe del pueblo” que se expresa en las velas encendidas ante imágenes sagradas, en las promesas cumplidas o en las bendiciones diarias. Negarla sería ignorar la esencia de nuestra “Tierra de gracia”.

La espiritualidad no es opcional, es inherente al ser humano, una realidad que nos envuelve como el aire que respiramos, proporcionando consuelo y dirección cuando el camino se nubla.

Este panorama se ilumina aún más con la canonización de José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, un evento que marca un antes y un después en la religiosidad venezolana. El Dr. José Gregorio Hernández como el “médico de los pobres», representa la fusión perfecta entre ciencia y fe. Su vida dedicada al servicio, curando cuerpos y almas en las barriadas caraqueñas, culmina su elevación a los altares, reconociendo su santidad en 2024.

Por su parte, la Madre Carmen Rendiles, fundadora de las Siervas de Jesús, encarna la entrega total al prójimo, especialmente a los más vulnerables, superando incluso su discapacidad física con una fe inquebrantable.

Estos dos santos, los primeros nacidos en suelo venezolano, no son figuras lejanas, son espejos de nuestra propia potencialidad espiritual. Su canonización, aprobada por el Papa Francisco, es un hito que valida la profunda devoción del pueblo venezolano, atrayendo miradas internacionales y fomentando un renacer espiritual.

Para muchos, este acontecimiento anticipa nuevos derroteros para el país. Imaginen, con santos propios, Venezuela se posiciona como faro de esperanza en la región. Podría inspirar un aumento de vocaciones religiosas, un mayor énfasis en la educación espiritual en escuelas y comunidades, y hasta un turismo devocional que resalte sitios como el Santuario de Isnotú.

Es un llamado a redescubrir nuestra fe compartida desde tiempos ancestrales, a integrar la oración en la vida diaria como herramienta de transformación personal y social. Es un momento donde la incertidumbre podría dividir, estos santos nos unen en una narrativa de santidad accesible, recordándonos que la gracia divina fluye abundantemente en nuestra nación.

Para concluir, la espiritualidad, con la oración como su expresión más pura, no es vana ilusión en tiempos difíciles, es la realidad que nos envuelve y nos eleva. En Venezuela, esta fe en Dios es palpable en cada persona, en cada acto de resiliencia y amor.

La canonización de José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles no solo celebra nuestro patrimonio religioso, sino que abre puertas a un futuro donde la espiritualidad guíe nuestros pasos hacia derroteros de paz y prosperidad.

Invito a todos a abrazar esta dimensión sin rodeos, a orar con confianza, sabiendo que en ella reside la verdadera gracia de nuestra tierra.

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