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Opinión

¿Libertades políticas en cuarentena? Opinión por Antonio José Monagas

El ejercicio de la política, pareciera no tener contemplaciones frente a nada. Menos, a un universo de individuos capaces de evaluar y objetar cuanta decisión pueda tomarse. Sobre todo, aquellas elaboradas entre “gallos y medianoche”. O sea, en la oscuridad.  En aras de afianzar un sistema político. Sobre todo, en aquellos formulados a instancia de intereses disfrazados con principios y valores “democráticos”. 

Es lo que confunde a quienes esperan algo mejor de una gestión política que ha ofertado objetivos trazados ante un horizonte, supuestamente, despejado de imprecisiones. Sólo que en política, cualquier propuesta puede recibirse o rechazarse. Acogerse o impugnarse. El problema se suscita cuando los derechos que exaltan libertades, no son siempre acogidos como argumentos políticos válidos por quienes ejercen el poder.

Es ahí donde comienzan a crearse discrepancias que se convierten en razones políticas a partir de las cuales se enquistan tendencias representativas de posturas. Que si bien pudieran comulgar propósitos comunes, se apostan en colocaciones diferenciadas. Muchas veces, con base en propuestas ideológicas conflictivas dado el carácter enjundioso que asumen. Y que defienden, repetidos momentos, sin el debido conocimiento de causa que podría reivindicar el proyecto político. Aunque, la falta de evidencia se convierte en la evidencia de lo que se carece.

El proyecto político soportado sobre la charada ideológica de “socialismo del siglo XXI”, sólo ha servido para esconder postulados políticos que fundamentan valores morales y principios de ética y ciudadanía. Pero como hasta ahí llegó la gestión política del “revolucionario” gobierno militarista venezolano, solamente le quedó valerse del impulso inicial para cubrirse de cuantos pretextos fueron posible. Tanto, que le permitieran, en el largo plazo, justificarse ante la insensatez de una población cuya incultura política le ha servido de argucia para ganar el espacio necesario que demanda su codicia como criterio de mezquindad y egoísmo político.

Sin embargo, el oprobioso régimen no calculó los avatares por los que atravesaría en medio de sus atropelladas andanzas. No sólo ante el factor tiempo, pues los hechos se dieron sin mayor objeción. Tampoco previó los problemas que su mismo proyecto político, de razón cívico-militar, generó. Todo ello se condensó en las crisis que derivaron de la torcida suerte que se fijó a la oferta electoral que vendieron los partidos y movimientos políticos, en diciembre 1998. Y que trece años luego, forzó mediante trampa elaborada para continuar sosteniendo el proyecto político-militar gubernamental. Y que seguramente, terminará de dar al traste el remedo de gobierno que ahora se encuentra atrapado. Esta vez, bajo los estertores causados por crisis tan letales como las que han abollado a Venezuela. Y que, sin duda, serán razones de innegable defenestración de “gobernantes” perseguidos por la justicia internacional.

¿Cómo se explica el caos actual?

He ahí el detalle a partir del cual puede entenderse la razón del serio conflicto que tiene hundida a Venezuela. Primeramente, se hace difícil inculcarle a quienes no reconocen en la política la más excelsa filosofía de vida. Es el caso de militares cuyo uniforme es más un disfraz, que el signo de una institucionalidad al servicio de los más elevados intereses de una sociedad. En política, esto se resume en lo que se define como “la pluralidad de los hombres”. Es decir, en la convergencia entre individuos que comparten una geografía. O que se hallan sujetos a los dictados de las circunstancias. El hecho de actuar al margen de lo que esto implica, ha desatado agudos problemas en la convivencia humana. Y que han terminado, despotricando el concepto de política. Peor aún, su ejercicio.

En segundo lugar. Este problema que se ha armado ante un concepto de política y su perturbada praxis, es razón para advertir otras complicaciones de igual o mayor trascendencia. Y tienen que ver con otro concepto también de significativa ascendencia ética y moral. Es el concepto de “igualdad”. Término éste bastante manido por todo discurso político. Pero sucede que la diferencia que establece el escalafón económico, aviva un distanciamiento político y social que no se corresponde con lo que la “política” asoma desde esa perspectiva. Entonces, sigue sin conocerse que el ejercicio de la democracia, basa su fundamento en el reconocimiento de la “igualdad” como condición suprema para su construcción.

Aunque esta explicación podría continuar, el problema que se arraiga en una situación que como la venezolana, pone al descubierto “libertades políticas en cuarentena”. Y este problema, además de ciertamente verdadero, tiene asfixiado a todo el país. Particularmente, si se advierte que en medio del mayúsculo caos desatado por la pandemia en curso, dada la incidencia del Convid-19, la jefatura del régimen político venezolano ha presumido de un manejo político asumido de modo único y exclusivo.

De problema en problema

La obstinación demostrada por el régimen, arrogándose ridículamente una superioridad por encima de la propia ciencia médica, desplegada con tal furia (bolivariana), que la terquedad soportada en la represión y el hostigamiento, ha sido el criterio adoptado para que militares -investidos como gobernantes- al lado de politiqueros de oficio, mantengan una creencia absolutamente disparatada. Este otro problema es lo que evidencia el momento cuando la obstinación se asocia con el poder político para conspirar contra la posibilidad de hacer de la racionalidad la palanca capaz de irradiar la fuerza de la conciencia para superar contingencias. Además, que deja ver la brutalidad de quienes se embadurnan de inútiles mentiras en el ejercicio de la política.

Una emergencia humanitaria

Por esta causa, se han distorsionado y desvirtuado los conceptos y metodologías que saben lidiar con el problema científico que se encubre bajo la crisis que hoy acedia al mundo. Crisis ésta, de implicaciones médicas, farmacológicas, historiográficas, estadísticas, logísticas y tecnológicas, en lo fundamental. Y aunque sea propio que un gobierno equitativo enfrente el desafío de proteger vidas, así como el evitar cualquier devastación de la economía, no significa entonces que debe ocuparse de lo que la razón no concibe. Más, cuando el problema de la pandemia constituye una emergencia humanitaria. Y bastante compleja. Esto hace inadmisible politizar su manejo. No tanto por las implicaciones de las operaciones. Pero sí por los riesgos, ni debida ni suficientemente medidos. Ni tampoco, por los peligros incompletamente comedidos que pudieran darse.

El régimen, aparte de no contar con el conocimiento específico que demandan contingencias de tan rigurosas exigencias, no cuenta tampoco con la coherencia necesaria para coordinar responsablemente el tamaño de dicha tarea. Porque tampoco cuenta con políticas públicas en la escala del abordaje requerido. Todo esto, es consecuencia de la soberbia e intolerancia de engreídos y usurpadores gobernantes. Esta situación, ha dificultado que actores y organizaciones no gubernamentales especializadas en el manejo de problemas con tan delicado fondo, puedan prestar su mejor aporte.

No se trata de una crisis política, ni económica. Tampoco sanitaria. Es humanitaria. Por lo  que necesita una escalada de la respuesta humanitaria específica ante el escenario en cuestión. Así que lejos de asumirla por mera voracidad polítiquera, y estúpida gula,  o para rivalizar con la oposición en el plano de las impugnaciones internacionales que recaen sobre el régimen venezolano, es menester que esta pandemia sea minimizada. Y sólo podría lograrse, con la ayuda de entidades que han desarrollado fortalezas frente a emergencias de esta índole. Capaces de actuar apegadas a razones de moralidad, criterios operativos y métodos científicos, técnicos y éticos. 

Antes de finalizar el correspondiente recorrido, podría entonces inferirse que no hubo mayores daños porque en medio de la crisis se movilizaron factores de respaldo que manejaron la emergencia con sentido humanitario. Y no político. Lo contrario, infundiría más razones para cuestionar que lo que se habría realizado fue –tristemente- a costa de truncar los derechos humanos. Y tener las libertades políticas en cuarentena.

@ajmonagas

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