Solo los estúpidos no cambian de opinión.
Teodoro Petkoff
Hubo un tiempo en el que el mapa de América Latina estaba teñido de rojo: Cuba, Argentina, México, Bolivia, Honduras, Nicaragua, Venezuela, Chile, Colombia, Brasil. También estuvo Uruguay de Tabaré Vásquez y José Mujica y Ecuador de Rafael Correa. Eso ha cambiado en forma de péndulo, unos han salido y han regresado y otros recién comienzan gobiernos de signos diferentes, como son los casos de Ecuador, Argentina y actualmente Bolivia.
Ahora bien ninguna de esas experiencias que se autocalificaron como “expresiones de izquierda y revoluciones socialistas” en el poder ha cumplido no solo con lo que muchos habían soñados que sería una revolución mas humana y justa, sino que tampoco cumplieron y han cumplido con un baremo mínimo que podría reforzar su imagen identitaria como fórmulas de izquierda: no ha habido una política social consistente para los sectores históricamente excluidos, que solo son interpelados como “masa de maniobra” mediante una política de dádivas que no atienden estructuralmente la desigualdad reinante y su consecuencia ha sido la destrucción de lo poco que había quedado del Estado de Bienestar y es que la ruindad de los países ha sido lo que siempre la izquierda, devenida en gobierno, por lo general mediante la instalación de regímenes autoritario, ha hecho en lugar, del progreso y la felicidad prometida.
Este es el caso de Cuba, Nicaragua y Venezuela, cuya nomenclatura grita a pleno pulmón una supuesta condición revolucionaria, socialista, profundamente humana y justa, pero que, la deriva autoritaria que han experimentado los retrata como dictaduras retrógradas, violatoria de derechos humanos y que ha consolidado una nueva elite económicamente dominante que ha acumulado enormes riquezas por la vía bastarda de la corrupción.
Los procesos de cambio vividos por cada uno de estos países que provocaron en su momento gran admiración y prestigio, hablo de los inicios de la revolución cubana, que introdujo un antes y un después en América Latina, la revolución sandinista que derrotó militarmente a la dictadura somocista y la llamada “revolución bolivariana” de Hugo Chávez,
Hoy, la realidad les pide cuentas de los estropicios producidos en estos países que ha hecho que la reputación de todas ellas está revolcándose en el más podrido de los barros, señaladas de crímenes de Lesa Humanidad y corrupción y, en el caso venezolano, a los delitos anteriores se le suman la de narcoterrorista, traficante de oro, de minerales y metales estratégicos, delitos ecológicos (destructor del llamado Arco minero y de todo el ecosistema guayanés). Delitos de los cuales no tienen conciencia criminal y por eso se irritan cuando sectores de la investigación, de organizaciones ambientales y universitarias los señalan abiertamente denunciando estos delitos.
La repuesta del régimen es arremeter y perseguir a sectores que, desde la sociedad civil organizada, la academia e institutos de investigación e investigadores, incluso de filiación en la izquierda y en su momento simpatizantes, militantes y puntos de apoyo de la “revolución bolivariana” se han desencantado del proyecto chavista y en consecuencia han pasado a ser calificado de enemigos del régimen. Hoy el régimen tiene en la mira a un número nada despreciables de científicos sociales, especialmente, sociólogos.
Por cierto, el apoyo que sectores intelectuales dieron en un inicio al proceso chavista, siempre me pareció interesante.
Y es que uno miraba -no sin asombro- el gran viraje político que vivimos los venezolanos con el advenimiento del chavismo y como, con él, reaparecieron las viejas narrativas, categorías, conceptos y nociones de la izquierda de los años sesenta que habían sido superadas por la realidad político-social de esta parte del mundo:
La “revolución” reemplazando a la democracia, el concepto “clase social” sustituyendo al concepto de “actor social”, el de “pueblo” sustituyendo al de “ciudadano” y el Estado desplazando al de sociedad civil.
La izquierda del cono sur, en la ardua tarea política y humana de sobrevivir dentro de dictaduras sangrientas, hizo una revisión profunda del viejo esquema de la izquierda de los años sesenta concluyendo que los viejos conceptos manejados por la izquierda hasta entonces eran la base de un concepto de sociedad que impedían el retorno de la política y de la democracia. Así que, rompiendo con el paradigma marxista, saldaron cuenta con los conceptos de “revolución”, “Clase social” y “Estado” y construyeron una nueva matriz paradigmática, a la que ya hecho referencia en el párrafo anterior.
En nuestro caso, la intelectualidad de la izquierda que trabajaba en los centros académicos y universitarios, más allá de la crisis de nuestro sistema político, acompañado de una crisis económica de enorme envergadura a mediados de los ochenta, de la crisis de las mediaciones democráticas, habíamos vivido una experiencia democrática que mantenía cierta valoración por la disciplinas sociales que estatalmente nunca fueron estigmatizadas como había sucedido en las dictaduras del cono sur.
Pero, entonces, sin ejercer la menor crítica, ese sector intelectual, que había hecho una fructífera actividad académica y de investigación fue seducida por la narrativa chavista que recuperó las viejas categorías que, reafirmaban una concepción de la política basada en una concepción estado-centrista.
Era una narrativa más emparentada con las viejas consignas esbozadas por la izquierda de los años sesenta que con las nuevas expresiones teóricas y paradigmáticas que leían de manera más adecuada la realidad social y política venezolana.
Hay que advertir, que, en nuestro caso, se trata de un sector intelectual de excelente formación. Un ejemplo, para nombrar solo a dos que han realizado una enorme producción intelectual, sumamente valorados, me atrevo a decir, por todos los sociólogos del país: Margarita López Maya y Edgardo Lander.
Pero, sin lugar a duda, hoy, después de 26 años de destrucción del país, ese sector, que mantiene una permanente lectura de lo que pasa en el país ha dado por terminada su apoyo al régimen y, como dice Sebastián de la Nuez en su nota de en la Gran Aldea (Los izquierdistas del Cendes, a la picota por pensar y preocuparse):
“Ya han tenido suficiente escarmiento en la realidad cotidiana”.
Hasta ahora, el régimen los había ignorados, seguramente, porque en el chavismo nadie lee, más allá de los balances de sus cuentas bancarias en los paraísos fiscales. Pero en sus desesperación y soledad el régimen ha iniciado una cruzada mediática contra sociólogos (ya lo ha hecho contra los economistas y los historiadores), que “que se distanciaron del chavismo y han expresado críticas a las políticas gubernamentales”. Los sociólogos en cuestión son: Alexandra Martínez, Emiliano Terán Mantovani, Edgardo Lander, Francisco Javier Velasco y Santiago Arconada. Son señalados por el régimen “de operar bajo una fachada académica y ambientalista para actuar como instrumentos de injerencia política y articulación internacional contra el Estado venezolano». Es la misma vaina de siempre, cuando el caso llegue a manos de Tarek William Saab, el guion ya está escrito, serán acusados, qué duda cabe, de: “traición a la patria”
Para seguir apoyando al régimen hay que ser muy estúpidos, y estos sociólogos no lo son o se cansaron de serlo.
Y tienen razón como las tiene todo el país, hoy desilusionado, desesperanzado, pero que alguna vez votó por ellos y lloró la muerte de Chávez.
Lo increíble es que todavía quedan algunos intelectuales, señalan que ha habido diferencias entre un Chávez, que era otra cosa y hasta bueno y Maduro que es un perverso dictador.
Que se les puede decir a estos sectores que se niegan ver los estropicios producido por el “bueno” (Chávez), el “malo” (Maduro) y el “feo” (Diosdado) Solo me queda decirle que Chávez, ¡No vive! ya está muerto y es tan responsable, o más, que Maduro y Cabello en el actual desastre que vive el país. Obviamente, como Chávez, Maduro y Diosdado también morirán, pues todos vamos para allá. Y tanto, el “bueno” como el “malo” y el “feo” se pudrirán merecidamente. Pues, por todos es sabido que la putrefacción de la carne no discrimina entre los buenos, los malos y tampoco de los feos.
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