Entre tantos conceptos que refiere la política en su praxis, esta toca el fascismo. Por cierto, un concepto bastante zarandeado y objeto de múltiples manipulaciones con fines no siempre transparentes. Menos, constructivos. Sin embargo, vale dedicarle algunas líneas en pos de una breve revisión conceptual y metodológica.
Podría comenzarse por aludir al fascismo frente a cualquier respuesta que suponga un comportamiento que raye con el fanatismo, o con alguna extraña conducta individual o colectiva. Pero dicho propósito debe transitar por la contextualización de una acepción de “fascismo”. Ello, a pesar de que prevalezca una multiplicidad de definiciones que se han ocupado de rastrear los rasgos más significativos que hayan descrito la explicación del referido término.
No hay dudas de las contrariedades que radican entre los distintos conceptos que han intentado desenredar la complejidad que envuelve la correspondiente pluralidad conceptual. Aunque debe reconocerse que todos apuntan a precisar su naturaleza medular. De manera que afirmar lo que escasamente puede recogerse desde estas líneas periodísticas, no es sencillo. Particularmente, por cuanto el concepto de “fascismo” ha vivido bajo el influjo variadas condiciones socio-históricas y sociopolíticas las cuales han trazado distintas formalidades que marcan el enfoque que reviste su definición.
Concepto de varias acepciones
El tiempo ha mellado y reconfigurado su acepción. Así que, en principio, podría pensarse en aquel concepto que, según Renzo de Felice, lo reduce al contexto italiano. (Fascismo: sus interpretaciones. Paidós. México, 1970). Sólo por la conveniencia metodológica de analizarlo desde la perspectiva de movimiento y como régimen político.
La idea del ejercicio metodológico seguido por de Felice, enfocó la revaloración de las diferencias de los distintos conceptos de fascismos concebidos hasta mediados del siglo XX. Así pudo ponerse en tela de juicio, la pretensión de un concepto unitario o único. No obstante, la necesidad de hacer análisis político de fondo por parte de críticos politólogos, requirió generalizar un concepto que tuviera el mayor alcance posible en las realidades donde se tuviese alguna señal a dicho respecto.
De esa manera se infirió una noción de fascismo avalado entre reconocidos estudiosos de la Ciencia Política. Por ejemplo, el filósofo e historiador alemán, Ernst Nolte, lo caracterizó como “(…) un sistema de dominación autoritario activado por un monopolio de la representación política de un partido único y de masas organizado jerárquicamente” (Fascismo. Plaza y Janés Editores, Barcelona, 1970)
Ante una dimensión política de vileza
La necesidad de un análisis de cara a las realidades que comportan sistemas políticos ahogados en graves conflictos y serias crisis, ponen de bulto la condición de ideología política que marca el fascismo.
Dada su incidencia ideológica, faculta razones y condiciones para estructurar formas de gobierno de extrema derecha o extrema izquierda cuyos manejos del poder requieren de mecanismos y recursos que se expresen a través del culto a la violencia. Pues en la violencia, consigue formas de intimidar a quienes no reconocen el rechazo a las instancias políticas que propugna el liberalismo económico como condición sine qua non del desarrollo independiente políticamente concebido.
A paso sigiloso
La doctrina del fascismo (documento firmado por Benito Mussolini, publicado en 1932), fungió de guía para modelar sistemas políticos manifiestamente contrarios a la democracia liberal. A ese respecto, la susodicha pauta señala que “el fascismo se opone definitiva y absolutamente a las doctrinas del liberalismo, tanto en las esferas política como en la económica”.
A decir de la misma doctrina fascista, “(…) el concepto fascista de Estado lo abarca todo. Fuera de él, no pueden existir valores humanos o espirituales. Mucho menos, tener «valor”.
Aunque luego deja ver la crudeza de sus consideraciones. Sobre todo, cuando plantea que “(…) el fascismo es totalitario y el Estado fascista -una síntesis y unidad inclusiva de todo valor- interpreta, desarrolla y potencia la vida entera de una nación. (En: Lecturas de Fascismo y Socialismo Nacional; Swallow Press, Athens, Ohio, 1984).
No es difícil inferir que la denominada doctrina fascista, descarta el pacifismo. Más aún, al suponerlo como “reugio de cobardes”. Quizás, podría decirse que prefiere la “guerra” pues exalta la “nobleza” de los países que tienen el “coraje” de enfrentarla.
Todo esto, visto desde el enfoque que permite el siglo XXI en su institucionalidad, incita exaltadas controversias que deben fundamentarse en serias discusiones y pertinentes revisiones de todo tenor.
Aunque no cabe duda de que el fascismo busca afianzarse como mecanismo político toda vez que ha pretendido arrogarse la facultad de representar y personificar el ejercicio del poder por vía de la represión. Ello, procurado desde un ejercicio de gobierno enfocado a abatir derechos humanos, a perseguir ideales democráticos inhabilitando a sus líderes. Es decir, buscando la exclusión de quienes contraríen el sentido fascista infundido a través de medidas disfrazadas desde el poder.
A manera de epílogo
Podría finalizar asintiéndose que, en lo sucesivo, debe hablarse de un “nuevo fascismo”. Que si bien, luce intacto en cuanto a la vileza que políticamente le ha caracterizado, igualmente ha sabido confundirse entre estándares de poder encubiertos de programas de gobierno. Indiscutiblemente, este “nuevo fascismo” (o de nuevo cuño) ha sabido adaptarse y ajustarse a las realidades. Indistintamente de sus resguardos.
Actúa, por supuesto, en función de los intereses y conveniencias que determinan sus ideólogos y estrategas. Sus incursiones, son cuidadosamente calculadas mediante giros o medidas administrativas adaptadas y ajustadas a momentos y espacios previamente manipulados.
Entre sus engañosas formalidades, el “nuevo fascismo” ha popularizado el manejo de una narrativa política bastante maniquea. En consecuencia, pareciera actuar al mejor ritmo de alguna “moda de marras” toda vez que, sin identificarse como tal, vaga cual inerte y sombría proyección de fuerza discrepante u disociadora de sueños de democracia.
Lo arriba referido, configura la razón que ha incitado al ejercicio de la política a beneficiarse de nuevas propuestas injustas y opresoras. Desde luego, aprovechándose del caos político, social y económico que actualmente está padeciéndose a nivel global. O sea, un embrollo de conceptos (políticos) que terminan violentando realidades. Sólo por la razón que incita el embrollo de un concepto “testarudo”.
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