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Opinión

Pandemia y Ciudadanía Por Antonio José Monagas

Bancamiga

Es imposible dudar que la pandemia ocasionada por el surgimiento y propagación del Covid-19, ha actuado como la razón de crudos y enormes problemas que han atascado el desarrollo del planeta en casi toda su extensión. Tanto ha sido, que la pandemia ha visibilizado, amplificado y agudizado importantes dinámicas económicas, políticas y sociales. Aunque no por los precedentes de tan particulares conmociones, las mismas pudieron evitarse o descontarse entre las causas que devinieron en las crisis que siguieron luego profundizándose.  Tan cierto ha sido todo esto, que con la llegada de la pandemia los conflictos preexistentes no marcaron mayores diferencias con las controvertidas situaciones causadas por la incidencia del virus.

Las convulsiones generadas desde la irrupción del peligroso virus, en todas las instancias de la sociedad, indistintamente del tamaño de los países afectados, alcanzaron abrumadoras proporciones. Aun cuando uno de los espacios donde mayor daño indujo, tuvo que ver con lo que ostenta el ejercicio de la ciudadanía. 

Las medidas de aislamiento impuestas a la población a manera de prevención sanitaria, provocaron el resurgimiento de uno de los problemas que con más fuerza ha deshilachado las vestiduras de las libertades y de los derechos humanos. Incluso, hasta desnudarla de los principios que configuran sus consideraciones. Aquellas que escudriñan los resquicios donde se ocultan las desigualdades sociales.

Precisamente, es el tejido en el que se articulan las realidades que suscriben la ciudadanía. La ciudadanía entendida como ejercicio de la política, fundamento de la convivencia, aliciente de la pluralidad y ancla de valores morales. Y por razones que explica la teoría de la democracia, es el contexto del cual, en contraste con la igualdad o valor sobre el que se construye el Estado democrático y social de Justicia y de Derecho, brotan las desigualdades sociales. 

En el fragor de tan aberrantes contradicciones, el campo político ha sido bastión de crisis, fluctuaciones y movilizaciones que han puesto en entredicho conceptos que fundamentan la teoría de la democracia. Las limitaciones suscitadas del forzado confinamiento que ha venido viviéndose, a consecuencia de la susodicha pandemia, forman parte de la retahíla de torpezas que, en el marco de la democracia, han constreñido libertades y derechos. 

Muchas realidades se han visto incitadas a rebatir estas limitaciones que impiden el alcance de objetivos libertarios trazados a manera individual o colectivo. De hecho, la economía se vio profundamente arrollada por el ímpetu de tan excesivas imposiciones. Asimismo, las sociedades han reducido sus necesidades casi que obligadamente. Sin embargo, esto no ha sido óbice para que el ejercicio de la política se aproveche de las debilidades expuestas para radicalizar ejecutorias que rayan con el abuso que finalmente ha permitido todo tipo de revancha, improvisaciones y decisiones acusadas de intemperancia.  

Muchas de estas acciones de gobierno, pueden verse como la continuidad de las crisis que, años atrás, pusieron de manifiesto la indignación de sociedades que venían resistiéndose a problemas de todo orden y tamaño. Más aún, este problema sigue notándose o adquiriendo consistencia de toda clase.

¿Cómo se afectó la ciudadanía?

En el fragor de tan convulsivas y conmocionadas situaciones, la ciudadanía vio acentuar su crisis de desarrollo. Las condiciones que impuso la pandemia bajo el argumento del cuidado individual, con sus manipuladas medidas “preventivas”, terminaron frustrando importantes esfuerzos encaminados en la dirección de ampliar libertades y derechos del ciudadano. Es decir, esfuerzos dirigidos a validar potencialidades como personas autónomas frente al poder político. Más, cuando éste pretende mantener al ciudadano  recluido en ámbitos cerrados.

Estos esfuerzos, han buscado consolidar el concepto y sentido de ciudadanía. Tanto como se plantea su dignificación. Aunque la normativa jurídica y algunos preceptos constitucionales, han intentado afianzar políticas que construyan ciudadanía. Sólo que la oquedad del ideario político bajo la cual los Estados intentan ordenar criterios y postulados constitucionales, salvo escasas excepciones, no se corresponde con las necesidades que clama la resolución de problemas que fluyen por la dirección de la ciudadanía. El ejercicio de la política, en tales casos, contrario a lo que describen sus discursos, insufla vacíos e imprecisiones jurídicas que desvirtúan la construcción de ciudadanía. 

En el fondo, estos ha sido el “caldo de cultivo” de todo lo que evidencia una ciudadanía escasa de estructura, identidad y pertinencia. Y es el terreno proclive en donde las carencias y ausencias han adquirido la fuerza necesaria para que la concepción de ciudadanía haya sucumbido ante convencionalismos y formalismos sectarios y arbitrarios. 

Es ahí de donde emergen hechos que por, obstinados y ampulosos de mediocridad, se convierten en causales de problemas que asfixian la ciudadanía en su esencia. Sobre todo, al horadar lo que envuelve la convivencia. Particularmente, promoviendo acciones de violencia, regresivas y de la peor calaña en cuanto a sus estamentos de valores morales.

La pandemia, al concebir el confinamiento de las poblaciones de modo reactivo, sobre todo, en países con tendencias autoritarias y totalitarias, desafiantes de la institucionalidad democrática, implicó el arraigo de las crisis humanitaria y de salud que ya venían haciendo estragos en importantes grupos de población. De ahí derivaron conflictos ocasionados por la polarización entre facciones políticas, la estigmatización de comportamientos sociales, el surgimiento de mecanismos sociales de violencia, los desplazamientos y migraciones de grupos humanos, entre otros.

No hubo el apoyo necesario de esos regímenes para contrarrestar con efectividad el susodicho abanico de problemas. El impacto de una pandemia de contrariadas dimensiones y secuelas chocadas, desnaturalizó el ejercicio de la política. Tanto así, que se afectaron aquellos esfuerzos que dieron a la tarea de apalancar el desarrollo sobre lo que podía apuntalar la construcción de ciudadanía. Así ha sido esta realidad. Como la versión más afinada de la disconforme relación pronunciada entre pandemia y ciudadanía.

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