“La fe no es una luz que apaga la realidad, sino que la ilumina”.
Papa francisco
Si algo ha quedado claro con la elección de León XIV, antes conocido como Robert Francis Prevost, el cardenal estadounidense con corazón peruano y acento globalizado, es que la Iglesia Católica no pierde la costumbre de sorprendernos. Lo hace con líderes de perfil bajo, pero con curriculum vitae de alto kilometraje pastoral. Sin duda, su enfoque recuerda a un papa ingenioso por su habilidad para adaptarse a diferentes culturas. Su experiencia en Perú, marcada por la cercanía con comunidades humildes, el apoyo a migrantes y damnificados, y su participación en la Conferencia Episcopal Peruana, lo convierten en el candidato ideal.
Esto es en modo de proyección o juego intelectual, para actuar en el contexto venezolano. Insisto, mera imaginación, en sus posibles de cara a la realidad venezolana, en una eventual visita acciones al país. No se pierde nada con soñar.
Como se trata de imaginario. Imaginemos la escena: Maiquetía, mayo de 2025.
León XIV desciende del avión papal con una sonrisa beatifica y una sotana recién planchada, dispuesto a obrar milagros donde ni la diplomacia internacional ni las sanciones han surtido mayor efecto.
Los medios nacionales e internacionales, siempre ávidos de noticias de impacto comunicacional, titulan:
“El Papa de los pobres llega a la tierra de la arepa y el apagón”. ¿Qué acciones tomaría el Papa en nuestro contexto? Veamos.
Inspirado por su experiencia en la Conferencia Episcopal Peruana, León XIV convoca a un Sínodo especial en Caracas, en la sede de la CEV en Montalbán, al lado de la UCAB. Lo hace bajo el lema “Pan, Luz y Esperanza”. Los obispos venezolanos, acostumbrados a navegar entre la prudencia y la denuncia, concurren con entusiasmo.
El Papa, con su diplomacia habitual, como debe ser, propone un documento titulado “Luz para los que no tienen luz”. En este documento sugiere que la solución para los apagones crónicos es, por supuesto, la oración comunitaria a San Eléctrico, patrono de los generadores y las velas. También recomienda la creación de “comités parroquiales de arepa solidaria”, donde se promueva la creatividad culinaria con yuca, plátano o cualquier tubérculo disponible.
León XIV, siempre cercano a los humildes, se fotografía amasando arepas con líderes comunitarios. Mientras tanto, el gobierno y la oposición debaten sobre la legitimidad de la arepa papal.
Consciente de la tragedia migratoria venezolana, León XIV decidió exportar su modelo exitoso peruano de acompañamiento a migrantes. Así nace el “Vaticano Móvil”, una caravana de autobuses pintados de blanco y amarillo que recorre las fronteras de Colombia (sin adentrarse en el Darién por las medidas de Trump), Brasil y Ecuador. Allí reparten rosarios, bendiciones exprés y folletos titulados “Como sobrevivir en el exilio sin perder la fe (ni el pasaporte)”. El Papa, en un gesto de solidaridad sin precedentes, anuncia la creación de la “Tarjeta Pontificia del Migrante”. Esta tarjeta promete indulgencias plenarias a quienes logren cruzar la frontera sin perder la paciencia ni la esperanza. Los gobiernos vecinos agradecen el gesto, pero aclaran que la tarjeta no sustituye el pasaporte ni garantiza acceso a servicios básicos. Sin embargo, sí sirve para obtener descuentos en las penas del infierno.
León XIV, experto en navegar aguas turbulentas, convoca a un “Encuentro Nacional por la Reconciliación” en la Basílica de La Chinita. Invita a todos los actores políticos, sociales y económicos del país, prometiendo indulgencia plenarias para todos, todas y todos, si logran sentarse juntos durante una hora sin insultarse.
La reunión logra realizarse.
Por supuesto, termina en un intercambio de acusaciones y recriminaciones, pero el Papa, imperturbable, declara que el simple hecho de haber compartido el mismo espacio es ya un milagro digno de canonización.
Los medios titulan: “El Papa logra lo imposible: que los venezolanos discutan en una iglesia y no en X (Twitter)”.
Fiel a su estilo. León XIV lanza una campaña de “Pastoral del Apagón”, animando a las comunidades a ver los cortes eléctricos como oportunidades para la oración, la reflexión y el recuentro familiar.
“Donde hay oscuridad, hay oportunidad para encender una vela… o al menos para cargar el celular con el vecino”, proclama en su homilía transmitida por VTV.
Esto no resulta del agrado del régimen, pero se hacen de oídos sordos. Las parroquias organizan vigilias a la luz de las velas. Allí se reza por la pronta restitución del servicio eléctrico y, de paso, por la conversión de los responsables de Corpoelec. Los memes empiezan a proliferar, pero el Papa insiste:
“La fe mueve montañas, y quizás también transformadores”.
Reconociendo la importancia de las comunicaciones en tiempos de crisis.
León XIV impulsa la “Evangelización Digital de Emergencia”. Se crean grupos de WhatsApp parroquiales donde comparten mensajes de esperanza, cadenas de oración y, no podían faltar, memes papales.
El Vaticano lanza una aplicación especial, “PapaEnVivo” que permite recibir bendiciones personalizadas y consejos espirituales para sobrevivir a la inflación, la escasez y los discursos políticos.
Por supuesto, el Papa, siempre atento a la realidad, graba videos cortos donde anima a los venezolanos, venezolanas y venezolanes a no perder la fe. Les recuerda que “el maná cayó del cielo, pero aquí tocará hacer cola si Trump acentúa las sanciones”.
Por eso crea el “Consejo Pontificio para la Supervivencia Creativa”, integrado por expertos en economía, cocina de supervivencia y psicología del aguante.
Al final, todos en Venezuela agradecemos la visita del Papa.
Los migrantes conservan la Tarjeta Pontificia como recuerdo, y los políticos se encuentran en el Papa un aliado que les recuerda que el verdadero milagro sería que todos trabajaran por el bien común. Casi nada. Mientras tanto, León XIV regresa a Roma, convencido de que, si pudo sobrevivir a las asambleas episcopales peruanas, nada en Venezuela podía sorprenderlo. Consciente, además, de la complejidad del contexto venezolano y la dificultad de cualquier intervención, incluso de un pontífice experimentado y cercano a los humildes de este continente. Porque al final, la fe mueve montañas, pero la realidad latinoamericana suele moverlas de regreso.
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