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Opinión

¿Qué esconde la «revolución»? Opinión por Antonio José Monagas

El manejo de la política abarca tantas consideraciones, como manifestaciones pueden darse en la vida misma. El problema estriba cuando el poder político hace sucumbir aquellos ideales sobre los cuales se depara alguna promesa que haya implicado invocar cuantas ofertas (especulativas) sean posibles. De esa manera, el ejercicio de la política, indistintamente del espacio y tiempo en que se ponga a prueba, tenderá a desfigurar las realidades donde suscriba sus ejecutorias. De ahí que el concepto de “política”, haya padecido de múltiples descréditos que, a su vez, han incitado conjeturas de todo tenor. Y asimismo, han provocado capciosas alusiones que terminaron deformando no sólo su significación. Peor aún, su praxis.

Esa desviación que ha afectado la dialéctica, semántica y hasta la epistemología y la hermenéutica de tan capital concepto, ha traído entre sus consecuencias, el desmoronamiento de su naturaleza. De ahí que se tienen leyes para las cuales, la política no simboliza la importancia que su carácter puede conferirle. Sobre todo, en situaciones donde no se haya entendido que los problemas terminales del sistema social, deban ser comprendidos y atendidos por la gran política. O sea, por la POLÍTICA (escrita en mayúscula). O en casos caracterizados por normativas cuyos preceptos exaltan la política como fundamento de lo que se concibe como “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”.

Sin embargo, habida cuenta de tan manifiesto principio jurídico, las realidades distan profundamente del discurso vociferado para exaltar objetivos “encomiables” contenidos por trillados y manipulados programas de gobierno. Y dicha praxis, compromete un ejercicio de la política impidiéndole depurarlo en todas sus dimensiones, consideraciones y condiciones,

El caso Venezuela, es ejemplo de tan enmarañada y oscura realidad. O sea, un mal ejemplo de todo lo que dispone la teoría política en cuanto a cómo gobernar en dirección del progreso social y del desarrollo económico. Precisamente, ha sido la razón de la cual se ha valido el régimen político venezolano para infundir sus presunciones, tanto como para acoquinar a la población con intimidaciones de toda índole. Y para que su narrativa esté estructurada sobre el sustantivo “revolución”. Ello, sin mayor conocimiento de las implicaciones que hay detrás de tan gruesa palabra. O por lo contrario. A sabiendas que bajo tan impresionable y aprehensivo término, pueda encubrirse lo que públicamente no debe ser revelado, dado lo azaroso, precipitado y delicado de su repercusión.

Hacer del conocimiento público lo que puede ocultarse bajo el manejo subversivo y sigiloso de lo que el oprobioso régimen ha denominado “revolución”, puede comprometerle, un costo político de tal magnitud que ni siquiera ha logrado calcular. Podría derivar en una pronunciada caída del poder cuyos resultados serían inimaginables a la luz de las tendencias actuales.

Los excesos y frustraciones de una revolución, a decir de la historia política, revelan el carácter violento que acompaña sus acciones. Por tanto, no resulta convincente a la hora de suponer lo que sus planteamientos comprometen. E inclusive, que auguran en nombre de ideologías y doctrinas políticas que lucen confusas en relación con su contenido.

El caso Venezuela, es particularmente insólito. Si bien la crisis que acució la antipolítica incitó el arribo de un militarismo oportunista, debe reconocerse que como fenómeno social provocó la animadversión del país político con los partidos políticos y todo lo que sus procesos y procedimientos implicaban para la funcionalidad del país y los poderes públicos correspondientes. Pero igualmente, dicha crisis indujo una serie de cambios en la política que exacerbaron su aplicación. Eso hizo que buena parte de dichos cambios, se dieran infundidos por el radicalismo concebido a ese respecto. Y que además, exaltó el poder en manos de advenedizos, militares y operadores políticos sin mayor exactitud y conocimiento de lo que, para entonces, requería el país. Y que sigue clamando. Sobre todo, cuando el país se ha visto zarandeado por los efectos de la crisis de salud que padece por causa de la temida pandemia del Corona-virus.

La noción de cambio se transfiguró en consideraciones del más rancio y dogmático acervo. Fue entonces, ámbito de pretensiones que se tradujeron en definiciones sin contenido. Su enunciación o narrativa, provocaba el temor necesario propio para establecer un esquema de actuación política que estaría acompañado por la coerción y la represión. Tan controvertida situación fue capaz de fraguar una distancia entre el poder dominante y los estamentos oprimidos, tal como resultó. Véase hoy, por ejemplo, cómo ha “politizado” el trato de la pandemia en ciernes.

Desde hace tiempo, el régimen comenzó a configurar su modelo de subyugación apoyándose en la palabra “revolución”. Así, se sirvió de la misma para encubrir -de manera persuasiva- y con la aprehensión que inspiraba cada medida de radicalización anunciada por el régimen, toda una cadena de aducciones, substracciones, supresiones y exclusiones de las que se ha valido para maniobrar al país a su entera discreción. Pero asimismo, para imponer decisiones que trabaron la democracia, pervirtieron la institucionalidad y corrompieron la constitucionalidad. Objetivos principales que en fin, son la esencia de su menjurje político-ideológico.

Esto, naturalmente, se ha acompañado por acciones de fuerza adelantadas por la irrupción de envalentonados colectivos armados. Al lado de contingentes de “milicianos” forjados como presunto componente de la Fuerza Armada Nacional. Su creación y funcionamiento, violatorio del artículo 329 constitucional, responde al imaginario o ficticio revolucionario según el cual, su desempeño es representativo de una instancia de apoyo y resguardo al estamento político acomodado a nivel de la alta jerarquía política nacional. Decisión ésta que, además, contradice groseramente lo establecido por el artículo 328 constitucional.

Así, el régimen pudo asegurarse la necesaria desviación de expectativas y de capacidades potenciales. Pero también, la decadencia de la clase media y la aniquilación de una economía productiva y constructiva. De modo que las decisiones que siguió elaborando para su inmediata y opresiva aplicación, sólo pueden tomarse al amparo de lo que infunde el desvirtuado y temido vocablo: “revolución”. Particularmente, bajo lo que la extorsión, mencionada con el mote de “socialismo del siglo XXI”, representa y compromete.  Por eso hubo que edulcorarla endosándole el adjetivo de “bolivariana”. 

De esa manera, le ha sido fácil inyectarlo como complemento y recurso político a la sangre de un iluso pueblo cegado por el discurso trapacero del régimen usurpador venezolano. Por ahí puede ventilarse la respuesta a la pregunta: ¿Qué esconde la “revolución”?

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