“Mejor que el hombre que sabe lo que es justo es el hombre que ama lo justo.” Confucio
El relato de los dictadores sigue un patrón conocido: se presentan con un rostro democrático, pero terminan oprimiendo al pueblo que los eligió, rechazando cualquier crítica a su régimen, muchas veces bajo una ideología comunista. Esta dinámica parecía haberse superado tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética a finales de los años 80. Aquellos países regidos por teorías comunistas, donde el Estado controlaba todo, fueron desplazados por la democracia, un proceso emblemático en la reunificación de Alemania, una nación dividida por un muro ideológico. El papel del Papa Juan Pablo II y la Perestroika impulsada por Mijail Gorbachov fueron decisivos en estos cambios.
Estos movimientos no quedaron confinados a Europa, sino que llegaron a América Latina, evidenciando transformaciones como la salida democrática de Daniel Ortega en Nicaragua y ciertas debilidades en el sistema cubano, ambos obligados a ajustarse a la globalización. Así las cosas, a comienzos de los años 90, nació el Foro de Sao Paulo, una alianza de partidos comunistas latinoamericanos que se presentaron como antiimperialistas y contrarios a Estados Unidos, ocultando su verdadera identidad castro-comunista. Su objetivo fue acceder y mantenerse en el poder en varios países de la región, comenzando por Hugo Chávez en Venezuela y extendiéndose a Bolivia, Brasil, Ecuador, Argentina, Uruguay, Cuba y Nicaragua.
Alejandro Peña Esclusa alertó sobre este foro macabro, aunque no fue escuchado. Algo que no debe sorprendernos. Como Jesús dijo, “no hay profeta sin honra sino en su propia tierra”, mejor dicho, nadie es profeta en su terruño. Esta realidad afectó también a Carlos Andrés Pérez en Venezuela, a quien tampoco le hicieron caso, por más que se esforzó en darnos a entender lo que vendría con el oriundo de Sabaneta. Sin embargo, a pesar del descalabro, los pueblos cambian, a menudo tras golpes y crisis, y hoy en América Latina se ve esa búsqueda persistente de libertad.
Un claro ejemplo es Bolivia, donde Evo Morales intentó reelegirse por un tercer periodo electoral a pesar de que la Constitución lo prohibía. El pueblo salió a las calles para desconocer esos comicios y tras fuertes protestas, el jefe de las Fuerzas Armadas, Williams Kaliman, le pidió renunciar para desbloquear la crisis política. Evo, quien había permanecido 13 años, 9 meses y 18 días en el poder, abandonó el país, dejando un vacío que la Constitución y el Tribunal Constitucional cubrieron con la asunción de Jeanine Áñez, entonces segunda vicepresidenta del Senado. Áñez tuvo la valentía de cumplir la Constitución, pacificar el país y convocar a elecciones tras el fraude de 2019, pero ese coraje le costó la prisión, violando sus derechos y sometiéndola a abuso político.
Es por ello que hoy se le pide a Rodrigo Paz, presidente electo de Bolivia e hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, que otorgue la libertad a los presos políticos, que suman alrededor de 303 en su país, incluyendo menores y personas de diversos sectores como civiles, campesinos, activistas, policías, militares y, por supuesto, políticos. Entre estos presos está también Fernando Camacho, líder y exgobernador de Santa Cruz, quien fue clave en las protestas contra el fraude electoral de 2019. Actualmente se encuentra en la cárcel de máxima seguridad Chonchocoro, un lugar antes reservado para criminales peligrosos. Su representante legal denunció recientemente que Camacho tiene acceso limitado a agua y atención médica, y que sus visitas conyugales son vigiladas con cámaras espías.
Asimismo, Jeanine Áñez lleva más de cuatro años detenida por razones políticas. Sentenciada a 10 años, enfrenta también un juicio por terrorismo y otros argos con graves irregularidades y falta de independencia judicial. Sin embargo, ha venido obteniendo significativos avances con su estrategia de defensa. En este contexto, Rodrigo Paz, que vivió en exilio en Chacao, Venezuela, debe comprender esta realidad y, al asumir el cargo, liberar a estos presos políticos. Se le hace este pedido con la esperanza y fue en el amor de Dios, por el bienestar de un pueblo oprimido que se viene abriendo paso hacia la justicia y la libertad.
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