“El que no vote no come” dijeron. Y millones de venezolanos, aún pasando hambre, se abstuvieron de votar. Tremenda lección de dignidad e hidalguía.
En ningún país existe elección sin posterior celebración. Siempre la mayoría que gana la elección celebra, es natural e incluso inevitable. Y más aún en venezuela en donde nos encanta celebrar por todo. Por eso en la noche del domingo estaba esperando ver reportes de júbilo en todo el país. Pero me quedé esperando. No hubo celebración. Ni a punta de billete el régimen logró fingir algún tipo de normalidad. Todo lo contrario. Fue una noche lúgubre en la cual sólo hubo perdedores.
Maduro fracasó en sus principales objetivos de ayer: los venezolanos lo rechazaron de forma abrumadoramente mayoritaria, al igual que la comunidad internacional.
Por cierto, Maduro no se atrevió a ir a votar en Catia, y se tuvo que quedar refugiado en Fuerte Tiuna. Hizo bien en no retar al pueblo. Pero el detalle es revelador. Ah, y el CNE le echó una ayudaíta y lo trasladó de centro el mismo día de las elecciones, cosa que imagino Zapatero, Correa y demás “observadores” aplaudieron con furia.
Pero al final del día, nuestra tragedia continúa. Antes de este proceso la salida electoral estaba muerta. Y después de esta farsa de hoy, sigue muerta. Y ni la oposición ni la comunidad internacional tienen la fuerza para obligar a Maduro a someterse a elecciones verdaderas. Por favor perdonen lo crudo del comentario. Si no es así por favor corríjanme.
Ahora el mundo y los medios se enfocarán en la Consulta del próximo 12 de diciembre porque, a pesar de todo, aún seguimos siendo el foco de atención.
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