Cuando era todavía un muchacho y andaba por los pasillos de la universidad (nunca fue más literal esa afirmación), había sido seducido, junto otros muchos, por la lectura de Antonio Gramsci y, en general, por toda la reflexión surgida a partir del eurocomunismo, pero fue Gramsci y no tanto Santiago Carrillo (Partido Comunista Español), Georges Marchais (Partido Comunista Francés) y Enrico Berlinguer (Partido Comunista Italiano), aunque en ellos, nos nutrimos de los elementos que nos condujeron desde la izquierda a promover la democracia y la pluralidad y sobre todo distanciarse de la Unión Soviética.
Fue así como nos hicimos militantes del ¨MAS de mis tormentos”, como dijo, alguna vez, José Ignacio Cabrujas.
Pero fue con Gramsci, que pudimos desarrollar la idea que contraponía “el occidente” de estructuras estatales complejas y sociedades civiles desarrolladas contra el “oriente” donde las estructuras estatales lo eran todo y la sociedad civil tenía un desarrollo precario o inexistente.
En ambos tipos de sociedades, las estrategias para la toma del poder eran, obviamente, diferentes: en sociedades donde el Estado lo era todo y la sociedad civil de desarrollo precario la estrategia para la toma del poder era a través de lo que Gramsci llamó “la guerra de movimientos”, esto es, el ataque frontal, desde afuera al Estado.
En “Occidente” la toma del poder se plantea desde la construcción y el ejercicio de la hegemonía. Él la llamó “Guerra de posiciones”
Con esa idea paradigmática enfrentamos la lectura de la realidad venezolana de entonces, para afirmar, que en Venezuela estaba cerrada cualquier intento de llegar al poder por la vía insurreccional o a través de un golpe de Estado.
En efecto, Estábamos en presencia de un Estado que había asumido desde 1958 la forma de democrática de gobernar, con una poderosa sociedad política donde habitaban partidos políticos consolidados y estructurados y una sociedad civil compleja: con una red importante de medios de comunicación masivos (radio y televisión), sindicatos fortalecidos, una fuerte clase media con colegios profesionales como expresiones de una fuerza mediadora enorme, universidades, las loterías nacionales, las carreras de caballo con su célebre 5y 6, una iglesia importante, a pesar del rápido proceso de secularización experimentado con la democracia y el desarrollo económico.
Todavía había fe.
En términos de Gramsci “la sociedad civil (venezolana) era un «poderoso sistema de fortalezas v casamatas», cuyas complejas estructuras podían resistir las sísmicas crisis económicas y políticas del estado”
Con ese enfoque, en lo personal, yo abordaba la derrota militar del golpe de 1992, dirigido por Hugo Chávez quien se quedó mirando desde el “Cuartel de la Montaña” como su madrugonazo se estrellaba en la pantalla de Venevisión cuando, un descolocado y sorprendido, Carlos Andrés Pérez afirmaba que el golpe había sido controlado y sofocado por las tropas leales al gobierno.
Pensé en la utilidad del esquema gramsciano, pues hasta el grito de ¡Mueran los golpistas! Había enmudecido, porque el sistema político venezolano (Estado + sociedad política) era de una fuerte convicción democrática y de respeto por la vida de los otros.
Me hizo feliz que el paradigma gramsciano, era una herramienta tan fuerte que no había dejado de ser oportuna para explicar, lo que después, sería el triunfo político de Chávez cuando, en lugar de insistir en los tiros y cañonazos, se rindió y (no podía faltar, un general “inteligente”, bueno, a lo mejor, era un complotado infiltrado) lo presentó en TV y, con aquello de que él era el responsable de la intentona golpista, lo cambió todo. Chávez trastocó la derrota militar en un triunfo político y descubrió el poder de los medios.
Pero, hay dictaduras que llenan de cárceles y sangre sus sociedades, pero modernizantes, por ejemplo, la dictadura sangrienta de Pinochet. Podría agregar, una dictadura tradicional, igualmente criminal, es el caso del régimen dirigido por Marcos Pérez Jiménez, que también modernizó al país.
No ha sido así, con la dictadura que más temprano que tarde, terminó imponiéndose con el chavismo, lejos de modernizar al país lo retrotrajo a tiempos premodernos.
El aspecto más relevante de este retroceso premoderno remite a la nueva fisonomía que revestirá el Estado y el sistema político desde entonces. La dictadura chavista formaliza su poder en un Estado que “lo es todo”. El poder, la política y el Estado se confunde como una sola entidad.
Algunos analistas hablan hoy de que sustancialmente, el Estado dictatorial, es un Estado débil y fragmentado por las luchas internas por el poder: Maduro vs Diosdado Cabello, Los hermanos Rodríguez vs Cabello, etc. Pero, el caso es que aun cuando esto sea cierto, el poder es quien cementa la precaria unidad de las diferentes fracciones del chavismo.
¿Y la sociedad civil? Se trastocó en una sociedad civil “gelatinosa y (hasta) primitiva”: de la anteriormente fuerte estructura comunicacional propia de una sociedad civil compleja, esta quedó reducida a aparatos de propaganda del régimen, el régimen subsumió la organización sindical y la organización empresarial destruyendo los aparatos que monopolizaban la capacidad negociadora de los actores fundamentales de la estructura económica:
Los trabajadores y los empresarios, estrangularon financieramente a las universidades, el sistema educativo es hoy un verdadero estropicio, destruyeron las mediaciones naturales entre la sociedad y el Estado. En fin, han privatizado el Estado.
Qué debe hacerse para enfrentar a una minoría que gobierna despreciando a las mayorías y que se cargaron las instituciones, precisamente, las mismas que le permitieron llegar al poder.
En resumen, qué pueden hacer los sectores que luchan por recuperar la democracia contra un sistema, y a los que lo gobiernan, que desprecian la democracia.
Tal vez buscando las repuestas, es que en esta nota he invocado a Gramsci y la dicotomía que el propuso, en sus “Cuadernos de la Cárcel”, de el “Occidente” de estructuras políticas y sociedades complejas frente al “Oriente” caracterizadas por sociedades de Estado y sociedad abigarradas.
Un verdadero clavo caliente, pues lo traigo a colación, para pensar que la estrategia para la toma del poder, y la transición a la democracia estaría enmarcada, dada la naturaleza de la forma dictatorial del Estado y del régimen, en su desorganización desde afuera.
¿Un ataque frontal a la estructura dictatorial del Estado?
En verdad, no lo sé, He expuesto en notas anteriormente y lo he hecho reiterativo, que tal cuestión solo sería posible mediante una insurrección cívica como núcleo hegemónico que obligue a factores de las fuerzas armadas a acompañar la sublevación multitudinaria, una especie de reedición de los eventos de abril de 2002, superando las agendas ocultas que algunos sectores todavía mantienen y alimentan.
Esto último, es un riesgo. Siempre va a ser un riesgo. Lo vimos con el decreto Carmona que consagraba “el poder de los suyos”.
La democracia tiene un enemigo jurado, obviamente, el régimen, “pero también hay falsos amigos”.
No veo, no advierto, como horizonte de salida que rompa la unidad interna de la estructura estatal de la dictadura invocando cada vez que el régimen lo requiera para “normalizar” la situación política, con actores desconectados de la realidad y de los sentimientos de la gente que, hoy, tienen escaza representatividad y son usados por el régimen.
De allí, lo reiterativo de mi propuesta, en situaciones donde el “Estado lo es todo”, especialmente su lado represivo y la sociedad civil, ha sido reducida e intervenida, autoritariamente por el régimen, introduciendo en su seno “enclaves de poder autoritario” la salida sería una estrategia de “guerra de movimientos”, es decir, enfrentar al sistema político y estatal desde afuera.
No se trata de creer que se estaría “tomando el cielo por asalto”, el resultado es más modesto: recuperar lo que no debimos haber perdido, la Democracia y sus instituciones.
Cuando digo desde afuera estoy subrayando la vía insurreccional, mediante, la formación de un vasto movimiento de masas que incluya todos los sectores, incluyendo, a lo que queda de los sectores de las fuerzas armadas que dicen orientarse democráticamente, y ejercer nuestro derecho de rebeldía, construyendo nuestra “Primavera”
Para terminar esta nota, pues tal parece que me excedí, hago una especie de pedimento, claro todo pasa, si a estas alturas yo fuera un locutor autorizado, entonces, les pediría a quienes ejercen hoy el liderazgo indiscutible, que, en aras de la lucha autentica por la recuperación de la democracia, superen la creencia de que disponen de la autoridad para calificar como enemigos de la democracia y de la lucha por su recuperación a otros. Eso es altamente peligroso, sobre todo si queremos construir verdaderamente una democracia.
¡Ah! como me gustaría pensar a Venezuela como “Occidente”, pero el régimen nos retrotrajo a “Oriente”
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