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Opinión

Catolicismo y desarrollo Por Antonio José Monagas

Bancamiga

Las realidades actuales son distintas de las que dominaron el discurrir social, político y económico del siglo XX. Y mucho más del siglo XIX y atrás. Así cabe asentir que ningún momento es igual al transcurrido. Incluso, instantes antes. Sin duda, todo cambia. Y con las realidades, igual cambia la visión del hombre a partir de la cual estructura sus ideas. Compone su pensamiento. Configura su opinión. Y establece sus decisiones.

Es por eso que el conocimiento revoluciona las realidades. Así avanza el mundo. Sin embargo, no por eso surgen las contradicciones como consideraciones que validan o niegan una condición o hecho. Sin ellas, muchas ideologías y conceptos carecerían de la validez que les otorga sentido y lógica a los hechos en cuestión.

De ahí la necesidad de someter al análisis que permite cada ocasión y condiciones, (y al que concede la brevedad de esta disertación) tanto de posibilidades como realidades. De esa forma, puede hablarse de la complementación entre verdad y mentira. Aun cuando pueda sonar de difícil comprensión. Pero justamente, he ahí el valor de la contradicción. Más si esta se reconoce como la calificó el escritor y periodista francés, Bernard Werber, “el motor del pensamiento”. O en palabras propias, el fuelle que aviva al hombre en su camino hacia la libertad.

En consecuencia, sería pertinente medir el Catolicismo frente al Desarrollo, No sólo en virtud de los cambios que se han dado y seguirán reformulando condiciones de vida de toda naturaleza. Sino también, en función de las necesidades de adoptar razones (mejoradas) trazadas por el desarrollo. Esto, a manera de criterios que puedan servir de palanca al Catolicismo. Particularmente, de cara a la inmanencia de lo que la doctrina social de la Iglesia pregona desde 1891. Cuando el Papa León XIII, la hizo conocer del mundo a través de la trascendental encíclica, la Rerum Novarum.

Fundamentalmente, tan profunda y categórica encíclica marcó una división entre un Catolicismo ortodoxo y estacionario, y un Catolicismo que ha buscado ajustarse a la dinámica de los cambios. Quizás, fue la razón por la que estudiosos prelados empezaran a comprender la relación que debía establecerse entre el Catolicismo y el Desarrollo. Del desarrollo que había comenzado a asegurar sus manijas en el contexto de las revoluciones industriales vividas.

En consecuencia, se activaron importantes discusiones sobre la teología del desarrollo y de la necesidad de pautar una reforma eclesial de nuevo cuño. En principio, el término desarrollo no despertaba mayor curiosidad que no fuera la de dar por sentado y aceptado un concepto bastante genérico. Que no causó furor alguno.

Debió esperarse a que el tiempo activara otras realidades y acepciones de desarrollo para que el Catolicismo advirtiera lo que debía emprender y a movilizarse en sus predios. De esa manera, la Iglesia Católica cuestionó criterios políticos, sociales y económicos que impulsan al desarrollo. Y a este, se acogieron buen número de países del Occidente. Particularmente, de América. Aun cuando, muchos países latinoamericanos no terminaban de entender tales lineamientos.

Fue momento para que el Catolicismo comenzara a retorcerse en sus entrañas a consecuencias de medidas que chocaban con la doctrina social de la Iglesia. Importantes documentos pontificios, no cuadraban sus cuentas con las propuestas del desarrollo en curso. La Iglesia no hallaba fórmulas para insertarse dentro de lo que debía pautarse en lo que concierne al cambio conciliar, de cara a los conceptos de urbanización y revolución.

Fue razón para que se fraguaran crudas perturbaciones que dieron forma a algunas fracturas entre el Catolicismo y el desarrollismo. Numerosas naciones católicas se plegaron mucho a paradigmas dogmáticos que poco o nada se alineaban con las políticas emanadas por las instancias que buscaban orientar el desarrollo económico, político y social.

Fue la oportunidad que encontró el ejercicio de la política para imponer modelos tan sanguinarios como el socialismo, o el autoritarismo pretendido para principio y mediados del siglo XX. Y que ha pretendido renovarse solapadamente.

La Iglesia, no estuvo a la altura de la dinámica de aquellos cambios. Siguió manteniéndose al margen de dichos problemas. No advirtió que por cada período de tiempo que dejara de avanzar respecto de los cambios que se imponían, el mismo tiempo se haría cómplice del efecto remanente que luego soportaría como peso muerto sobre sus espaldas. Y en efecto, fue así como ha sucedido.

No obstante, recuperar la desidia que escarmentó respecto de las proposiciones de desarrollo dictadas por movidos organismos multilaterales especializados en la materia “desarrollo”, ha sido razón de problemas al centro del Catolicismo. Problemas que siguen haciendo mella en la funcionalidad de la Iglesia. Y que si bien, ha procurado superar a toda marcha las barreras ideológicas que fueron cimentándose y que atascaron importantes consideraciones de la doctrina social y del concepto de “justicia social” expuesto por la Rerum Novarum (Junio-1891), no le ha sido fácil.

Cada momento transcurrido, es una cortadura que soporta hidalga y valientemente. Aunque, el valor que emana de sus fuerzas internas, sabrá recorrer el camino para distanciarse de agudos problemas que de manera disfrazada se instituyeron (y hasta se han consolidado) debajo de la capital relación Catolicismo y Desarrollo.

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