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El chavismo recibirá garrote y luego zanahorias Por Humberto González Briceño

El gobierno de Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump —reelecto y ya en funciones desde enero de 2025— evalúa una posible acción militar limitada dentro del territorio venezolano contra objetivos vinculados al narcotráfico. Lo reveló NBC News, y la noticia circuló como advertencia sin firma, pero con todos los códigos estratégicos que Washington suele usar cuando quiere ser escuchado sin necesidad de comunicados oficiales.

No se trataría de una intervención masiva, ni de una reedición de los delirios neoconservadores de principios de siglo. No hay tropas listas para cruzar la frontera, ni se ha planteado la remoción directa del régimen chavista. La lógica es otra, más calibrada y de vieja data: una versión refinada de la política del “garrote y la zanahoria”, ahora aplicada con pragmatismo quirúrgico por la administración Trump. Primero, el golpe preciso; luego, la oferta. Castigo limitado, incentivo mayor.

Lo que se evalúa —y fuentes confiables confirman— es una operación militar puntual, dirigida a desarticular infraestructuras criminales operativas en la frontera colombo-venezolana o en el Arco Minero del Orinoco. Laboratorios de drogas, rutas clandestinas, campamentos logísticos: objetivos concretos, sin vocación de permanencia ni dramatismo hollywoodense. Se entra, se golpea, se sale.

Es el garrote. Pero no uno improvisado, sino selectivo y milimétrico. En un contexto donde Venezuela se ha convertido en santuario de redes criminales transnacionales, el mensaje va más allá de Caracas. Colombia —con un presidente cada vez más errático en su política exterior— también recibe una señal: Washington sigue vigilante y puede actuar sin consultar.

Y al régimen chavista, por supuesto, le habla en su idioma: el de la fuerza. No para tumbarlo, sino para trazar un límite. No para cambiar el mapa político, sino para recordarle que sus márgenes no son infinitos. Una advertencia que no busca humillar, sino disuadir.

Pero sería un error leer esta posible incursión como preludio de un conflicto prolongado. Todo indica lo contrario. Si el garrote se aplica, la zanahoria vendrá después. Una oferta de negociación bajo nuevas condiciones: con Maduro en pie, pero con menos poder de maniobra; con el chavismo intacto, pero más permeable a acuerdos funcionales.

Ya lo insinúan los canales diplomáticos oficiosos. La visita de Richard Grenell a Caracas en enero de este año, la reactivación de contactos discretos y los gestos unilaterales (liberaciones, repatriaciones, concesiones migratorias) forman parte de un tablero en el que la presión no elimina al interlocutor, sino que lo condiciona. Si el régimen acepta las nuevas reglas, habrá incentivos. Si no, sabrá que el garrote puede reaparecer.

Lo que Trump propone —más con hechos que con discursos— es una política exterior sin pretensiones morales, pero con eficacia operativa. No quiere “democratizar” Venezuela, sino estabilizarla dentro de límites aceptables. Que deje de ser un dolor de cabeza, un santuario del crimen, un vector de desestabilización regional. Que funcione lo justo. Y para eso, antes del trato, viene el golpe.

En Venezuela, el efecto de una acción de este tipo no será menor. Las FANB —estructura clave del régimen— recibirán el mensaje con atención. No porque teman una invasión, sino porque entienden el lenguaje militar. Una operación quirúrgica cambia el cálculo interno: los incentivos, los riesgos, las lealtades. El chavismo sobrevive por su capacidad de control y por los negocios que reparte. Si uno de esos pilares es tocado desde el exterior, habrá reacomodo, aunque no se note en la superficie.

Colombia, por su parte, no podrá ignorar que su frontera caliente ha vuelto a ser escenario de juegos mayores. Petro, que en su momento se atrevió a pedir en suelo estadounidense la “inhabilitación” de Trump, sabrá ahora que Washington responde más con hechos que con notas diplomáticas.

Y para los aliados de la región —algunos incómodos, otros resignados— será un recordatorio incómodo: Estados Unidos sigue teniendo la capacidad de actuar cuando los equilibrios se rompen. Aunque no lo anuncie, aunque lo niegue, aunque luego ofrezca flores.

Lo que se vislumbra no es el inicio de una confrontación, sino la apertura de un ciclo más controlado. Una Venezuela contenida, con menos margen para el desorden, puede ser un socio incómodo, pero aceptable. Mientras no desborde. Mientras entienda que el garrote existe, aunque se esconda detrás de una zanahoria.

Y si después del primer golpe, los enviados especiales regresan a Caracas, los acuerdos migratorios se reactivan, y los canales informales siguen abiertos, entonces el mensaje estará completo: Trump no busca tumbar al régimen, sino ponerle límites. Y premiarlo si los respeta.

No será una estrategia elegante, pero sí funcional. Menos épica, más efectiva. Y a fin de cuentas, eso es lo que Washington ha aprendido de Venezuela: que para que algo cambie, primero hay que golpear.-

@humbertotweets

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