Foto: El reverendo Michel Briand, secuestrado en abril con otras nueve personas, en Puerto Príncipe, Haití, en octubre de 2021. Credit…Adriana Zehbrauskas para The New York Times
Un sacerdote francés en Haití recuerda el secuestro que sufrió a manos de 400 Mawozo, la misma pandilla que ha privado de la libertad a 17 extranjeros, incluidos un bebé y un infante.
Por Maria Abi-Habib y Constant Méheut26 de octubre de 2021
PUERTO PRÍNCIPE, Haití — La pandilla, que los retuvo durante diecinueve días, les dio a los cautivos casi todo lo que pidieron: jabón, comida decente e incluso Gatorade. Pero a medida que pasaba el tiempo, la pandilla se puso más nerviosa, y rasgó las túnicas de los sacerdotes para vendarles los ojos y esposarlos con los jirones. Cuando temieron que no se pagaría el rescate, retuvieron la comida como táctica de presión para acelerar el pago.
La semana pasada, en Puerto Príncipe, el reverendo Michel Briand, un ciudadano francés, recordó cuando fue secuestrado en abril por 400 Mawozo, la misma banda que mantiene como rehenes a dieciséis estadounidenses y un canadiense. Mientras describía las casi tres semanas que pasó en cautiverio con otras nueve personas se escucharon disparos cerca de ahí, pero el reverendo no se inmutó ante el estallido de las balas. En cambio, expresó su preocupación de que Haití, el país al que ha llamado hogar durante 35 años, se enfrenta a su capítulo más duro hasta el momento debido a desastres naturales, agitación política y una pobreza paralizante.
En un país donde la delincuencia prolifera y los empleos escasean, un número creciente de hombres jóvenes se está uniendo a las pandillas, dijo el padre Briand. Y a medida que estas organizaciones criminales recurren a los secuestros para recaudar fondos, incluso la Iglesia, una institución que durante mucho tiempo ha sido un pilar de la sociedad haitiana, con una historia de apoyo a la población en tiempos difíciles, se ha convertido en blanco de esta práctica. El secuestro desvergonzado de diecisiete personas, que forman parte de un grupo misionero con sede en Estados Unidos, recalcó ese cambio, pues 400 Mawozo amenaza con matarlos si no recibe 17 millones de dólares por su liberación.
Cada rescate pagado fomenta más bandidaje, dijo Briand.
“Puedes intentar hablar con estas personas, darles una linda charla”, comentó, con el cabello hasta los hombros recogido detrás de las orejas y una cruz de madera colgando hasta el pecho. “Pero nunca los recuperaremos. Moralmente, están perdidos”.
Al menos 40 miembros de la Iglesia, tanto haitianos como extranjeros, han sido secuestrados desde principios de año, según Gèdèon Jean, director ejecutivo del Centro de Análisis e Investigación en Derechos Humanos, un grupo de apoyo en Puerto Príncipe.
“La Iglesia cristiana está en el ojo de la tormenta de secuestros”, dijo Jean.
La pandilla 400 Mawozo está negociando con Christian Aid Ministries, el grupo misionero menonita con sede en Ohio al que están afiliados los adultos. Entre los cautivos hay un niño de 8 meses y otro de 3 años.
Un alto funcionario de seguridad de la región con conocimiento del secuestro dijo que, hasta el momento, ninguno de los cautivos había resultado herido. Christian Aid Ministries está recolectando el dinero del rescate, agregó el funcionario.
Lo único que buscan los pandilleros es dinero, dijo Briand, y agregó que dejarán ir ilesos a los misioneros si lo reciben. Pero a otros detenidos por el grupo no les ha ido tan bien y han relatado episodios de violencia sexual y palizas.
Cuando Briand fue secuestrado junto con otras nueve personas —cinco integrantes del clero haitiano, una monja francesa y tres civiles haitianos— la banda 400 Mawozo solicitó un rescate mucho más modesto de 1 millón de dólares por todos. No está claro si se pagó un rescate y, de ser así, de cuánto fue.
“Es porque en este grupo todos son blancs”, dijo Briand sobre la solicitud de 17 millones de dólares por la liberación de los misioneros, usando la palabra francesa que los haitianos usan para describir a los caucásicos. “Nuestro secuestro los animó a secuestrar más, a pedir más”.
El reciente aumento de secuestros de miembros de la Iglesia en Haití es un síntoma de “una ruptura de las relaciones sociales en el país”, dijo Laënnec Hurbon, sociólogo e investigador haitiano del Centro Nacional Francés para la Investigación Científica.
La Iglesia se había librado durante mucho tiempo de la violencia de las pandillas en Haití, beneficiándose de su posición como una de las últimas instituciones estables en un entorno marcado por la violencia y la corrupción desenfrenadas.
Las organizaciones eclesiásticas en Haití, como en muchos otros países, también se relacionan con acusaciones de abuso, y estas incluyen a Christian Aid Ministries. En 2020, el grupo anunció un arreglo ante una demanda civil en Haití, e indicó que había pagado 420.000 dólares en restitución y asistencia a las víctimas. Un año antes, otras organizaciones religiosas también llegaron a acuerdos por 60 millones de dólares en casos de abuso que involucraron a unas 130 víctimas.
No obstante, las organizaciones religiosas siguen gozando de mucha popularidad y a menudo llenan el vacío que ha dejado un Estado debilitado al proporcionar asistencia y comida a los necesitados y fungir como una fuerza social que, dicen algunos habitantes, ha evitado que Haití se derrumbe.
El 20 de octubre, algunos haitianos salieron a las calles a exigir la liberación de los misioneros y elogiaron a Christian Aid Ministries por ofrecer los servicios básicos que su propio gobierno no brindaba.
Pero el secuestro reciente ha mostrado que no hay nadie intocable y que la deferencia histórica reservada para la Iglesia ya no es suficiente para mantener a sus integrantes a salvo de las pandillas.
“El colapso del Estado condujo a la destrucción de todos los lazos sociales”, dijo Hurbon. Y añadió que a través de estos secuestros “se han violado todos los tabús sociales”.
Hurbon dijo que la Iglesia había sido desde hace mucho una “salvaguarda” en la sociedad haitiana, al proveer educación y estabilidad y en ocasiones hasta sirviendo como actor político frente a gobiernos históricamente débiles y corruptos.
Muchos integrantes de la Iglesia se han sorprendido y entristecido por el empeoramiento de las condiciones que los han convertido en blanco.
“De un tiempo para acá hemos atestiguado la caída de la sociedad haitiana en el infierno”, dijo en un comunicado de abril la arquidiócesis de Puerto Príncipe tras el secuestro del padre Briand.
Briand y sus colegas fueron capturados mientras conducían por Croix-des-Bouquet, que alguna vez fue un bullicioso suburbio de Puerto Príncipe y ahora es el bastión de la pandilla 400 Mawozo. Algunas partes del vecindario parecen una ciudad fantasma porque la pandilla ganó más terreno durante el año pasado, secuestrando a ricos y pobres. Vendedores ambulantes, niños de escuelas e incluso sacerdotes mientras daban su sermón, nadie se ha librado.
Muchos han huido del vecindario y prefieren convertirse en refugiados, en su propia ciudad, en vez de quedarse.
En abril, cuando el vehículo circulaba por las calles transitadas repletas de tráfico, Briand vio a varios hombres armados y enmascarados en medio del camino. Uno saltó al automóvil y lo obligó a entrar en un recinto donde estaban retenidos otros vehículos, a los pasajeros se les dijo que bajaran del automóvil y depositaran sus pertenencias en una mochila.
Cuando los pandilleros se dieron cuenta del valor que podían tener los cautivos, ordenaron a los rehenes que permanecieran en el automóvil, luego uno de los pandilleros se subió al asiento del conductor y condujo a toda velocidad alejándose del lugar.
A Briand lo mantuvieron en un matorral bajo la sombra de un árbol grande, el grupo durmió en planchas de cartón antes de que los trasladaran a dos casas de seguridad, la última fue una casa con piso de lodo y sin ventanas, según relató el sacerdote. Todo lo que pidieron él y los otros cautivos, lo recibieron, recordó. Pero uno de los curas era diabético y no recibió la medicina que necesitaba.
La Iglesia se movilizó con rapidez para exigir la liberación de Briand y sus colegas, mientras las campanas de la iglesia repicaban en todo Puerto Príncipe todos los días al mediodía y las escuelas y universidades católicas cerraban como parte de las protestas generalizadas. Las misas se llenaron con cientos de feligreses en toda la ciudad que oraban por su regreso.
Cuando el secuestro llegó a los titulares internacionales, los pandilleros se alarmaron, relató Briand, y trataron de romper las estolas de los sacerdotes, una parte de su vestimenta eclesiástica que cuelga sobre el hombro, para usarlas como vendas de los ojos y esposas. Pero los sacerdotes protestaron por la profanación de sus estolas sagradas y en su lugar ofrecieron sus albas o túnicas.
Los guardias se apiadaron de ellos, dijo Briand. Les quitaban las vendas de los ojos y liberaban sus manos cada vez que el líder de los pandilleros se iba.
Al cabo de dos semanas de cautiverio, cuando las negociaciones del rescate se estancaron, la pandilla retuvo la comida. Cuando los cautivos se quejaron de tener hambre, uno de los guardias les dio, a escondidas, un poco de comida.
A medida que se acercaban a su tercera semana de cautiverio, los miembros del grupo fueron despertados a empujones en medio de la noche. Era la hora de ser liberados.
Uno de los líderes de 400 Mawozo se despidió con un abrazo de cada uno de los cautivos antes de separarse para hacer una petición.
“Nos pidió que oráramos por él”, dijo Briand.
“Y yo le respondí: ‘Hemos estado orando por ti desde el principio. No tenías que pedirlo’”.
Andre Paultre colaboró con este reportaje desde Puerto Príncipe, Haití.
Fuente:
TheNewYorkTimes.com
Maria Abi-Habib es la jefa de la corresponsalía para México, Centroamérica y el Caribe. Ha reportado para The New York Times desde el sur de Asia y el Medio Oriente. Encuéntrala en Twitter: @abihabib
Constant Méheut reporta desde Francia. Se unió a la corresponsalía en París en enero de 2002. @ConstantMeheut
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