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Opinión

El sol no se apaga de noche Opinión por Antonio José Monagas

El hombre nació para vivir en libertad. Aunque las realidades, por afanosas y atrevidas que sean, digan otra cosa. Sobre todo, cuando cae la noche pues es la oscuridad -muchas veces- le da por jugar un papel de cómplice-traidor. Es cuando actúa como el factor que determina que la conciencia se nuble, sin que la luz del sol pueda esclarecer la verdad. Ahí, la opresión despliega sus fuerzas en espacios donde le es fácil conculcar derechos y garantías de vida. Y quienes se guían por ese comportamiento, para proceder en política, actúan bajo arbitrariedades que violentan valores, libertades y principios. 

Hablar de libertades, en momentos en que la República (venezolana) tambalea en sus bases jurídicas y políticas, obliga a precisar ciertas consideraciones. Las horas que recién se vivieron por causas apuradas y torpes, dado el miedo de tránsfugas alienados por criterios autoritarios,  ilustran la crisis política que asedia a Venezuela. El odio y resentimiento que la gestión socialista en manos del cuestionado proceso “revolucionario” irradió, penetró todos los estamentos de la institucionalidad democrática hasta convertirlos en fragmentos de inservible articulación y funcionalidad. Toda realidad sucumbió sin que la normativa constitucional pudiera evitar la descomposición de lo expuesto a la luz del día.

Aunque todas las libertades son iguales, tienen distintos rostros. Sin embargo, lo importante de ello tiene que ver con que cada acepción se halla subordinada a las circunstancias. Es ahí cuando la razón se convierte en la condición que motiva a discernir entre circunstancias en contrario. Por ejemplo, entre el poder y el deber. Justo, en ese espacio es donde adquiere sentido la libertad. Esto hace que se sienta libre quien apegado a la razón actúa de conformidad a sus necesidades e intereses. Y aún así, no siempre toda persona se permite lo que a conciencia y responsablemente puede o debe decidir en función de lo que mejor le convenga. 

El problema que por estos días se ha suscitado en el país con lo que significa la radicalización de la dictadura, está bastante lejos de la política que delimita los espacios del respeto y la dignidad. Es razón para disertar sobre el hecho de que el país se ha visto inmerso en tiempos de traición, de desconfianza, de impudor y desconcierto. 

En el fondo ocurre que el oprobio desmesurado del régimen sólo busca hacer ver lo que le interesa asomar. Lo que no calza con sus criterios, intereses, miserias o carencias, es una herejía. Lo que no coincide con sus conveniencias, es insolencia. El tiempo se obliga a que corra sujeto al propósito que en lo personal los déspotas tienen trazado. El individualismo exacerbado se convirtió en egoísmo depravado. 

Esto hizo que el país perdiera las riendas que direccionan el rumbo a seguir en la ruta del desarrollo. La impudicia, dio paso a la desvergüenza. Asimismo, a la traición modelada a instancia del mayor disimulo posible para así escapar de cualquier acecho o acusación.

El venezolano ha comenzado a despedazarse entre sí, indistintamente de la razón y sus consecuencias. Sea política, económica, familiar, emocional, laboral, gremial. No importa. Lo que sí importa, es lo que se corresponde con lo que cada quien puede atesorar. Y de no ser así, los insultos corren de lado a lado. En consecuencia, el comportamiento del venezolano tiende a favorecer objetivos del perturbado régimen en cuanto a quebrar la resistencia nacional.

Acá, el régimen usurpador dirigió sus cañones a flancos de expuesta debilidad como aquellos donde se sitúa la institucionalidad, la soberanía o las libertades en su conjunto. Todo ello, en beneficio de simbolismos o forzados convencionalismos decretados bajo la coerción de un régimen político que confunde medios con objetivos, o recursos con necesidades. 

Justo en medio de tan desquiciada realidad, las ejecuciones del régimen incitan problemas que resultan de la no-independencia de los poderes públicos. O de la falta de transparencia de la gestión de gobierno. O de la forma que utiliza el régimen para imponer sus controles o mecanismos de adaptación de funciones a las exigencias del (des)modelo económico imperante. O del equilibrio pretendido ante coyunturas específicas. Todas esas realidades, constituyen formas de demostrar el nivel de corrupción que el régimen se plantea para movilizar sus ejecuciones e intenciones ante situaciones allanadas por la incertidumbre y la violencia inducida. Es lo que envuelve el término: “usurpación”. De ahí que es un régimen usurpador, por donde se le vea.

Y ahí está el país,. Envuelto en actitudes irascibles, contradictorias y chapuceras. La situación alcanzó tal nivel de degradación, que quienes han fungido de líderes políticos en nombre de la “democracia protagónica”, cayeron fáciles de sus propios enredos. Y la vida les ha colocado en sus frentes, el rótulo de “traidores”. De dirigentes de postín, pasaron a infortunados que sin atender lo que su visión permitía, se condenaron a sí mismos. Sus vidas, en adelante, serán cascarones de vacío contenido. Y aunque pudieran usurpar nuevas posturas en nombre de un inconsistente socialismo, sus correrías por el mundo político será como una estampida cuyo apremio hará que los dólares que la deshonestidad les proveyó, se vean esparcidos por el camino. Pero tanta patraña, no desdibujará la historia que las libertades tienen para sí en capítulos reservados en sus páginas. 

A pesar de lo sucedido, no es momento de destejer lo ganado. Cada día, se recorta el tiempo de aguante y resistencia. Lo contrario, sería colaborar con la impudicia del régimen. Impudicia mediante la cual hace que Venezuela continúe transitando la senda del caos. Sobre todo, porque en el caos se alimenta el anómalo dictatorial. Su hambre la sacia con desgarrones a dentelladas de lo que queda de sistema político democrático. Venezuela no puede ni debe prestarse por un instante a convertirse en paredón de fusilamiento de sus capacidades y potencialidades. Tampoco en cadalso. O en guillotinas que decapitan libertades y derechos. 

Aunque es el tiempo en que el cielo luce tan sólo por el fulgor de las estrellas, el Universo nunca deja de reflejar la luz y calor que le infunde vida a la conciencia y valor a las ideas de libertad. Pero cuando la oscuridad acongoja los valores del hombre en su temporal discurrir, no hay forma de que su libertad pueda fracturarse. Y es porque en Venezuela, la democracia seguirá de pie. Es porque el sol no se apaga de noche.

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