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Emigrar es morir un poco Por el Sociólogo Ender Arenas Barrios

El martes, 11 de febrero, me disponía a escribir sobre el blanqueo electoral, promovido por el régimen y algunos sectores de la oposición, tanto la funcional, como algunos partidos que integran la Plataforma Unitaria. Sin embargo, varios motivos me hicieron desistir de hacerlo. Creo que lo haré en algún momento antes del 27 de abril.

Los motivos que me hicieron desistir de hacerlo ahora, está, en primer lugar, el buen artículo de Víctor A. Bolívar: “Blanqueo electoral y cambio político”, publicado en EL Nacional del día miércoles, 12 de febrero. En segundo lugar, las emergencias y miedos que hoy viven miles de venezolanos amenazados de deportación por el régimen que encabeza Donald Trump.

Así que, opté por hacer uso de la expresión de Alejandro Gonzales Iñarritu para titular esta nota: “emigrar es morir un poco”. Esta frase constituye uno de los ejes narrativos de su película “Bardo”.

Les confieso que salí del país hace tres años con miedo. Uno va en el avión con incertidumbre. Fue mi caso. Otros han pasado peores momentos atravesando el Darién. Se siente una rara sensación que le hace a uno un hueco en el estómago. Entonces, mientras dura el vuelo, llegan en tropel los recuerdos.

Recordé mi niñez, reúno todas las imágenes que pude, reconstruyo toda mi historia familiar. Esto, no me resultó difícil, es la historia de una familia que al desaparecer el último de los Arenas (que soy yo) nadie la recordará.

Llegué a Canadá que, a diferencia de los EEUU, nadie me ha hecho pensar sobre mi identidad, el racismo o el clasismo con comentarios xenófobos. Puede que en su fuero interno habrá uno que otro resentido, pero nadie te lo echa en cara. Mi hija ha sufrido mucho más que yo todo el proceso de salir del país. Ella me dice que aquí la gente es distinta a los norteamericanos medios. Aquí la gente te mira con los ojos del alma. Yo le digo, solo para sacarle una sonrisa con ironía, que “no sé si el alma existe, pero de lo que sí estoy seguro es que ella no tiene ojos”.

La mayoría de los inmigrantes venezolanos y de otras nacionalidades llegaron con la firme convicción de “renacer de nuevo” y de reinventarse. Como la gran mayoría ya lo ha hecho. Como dice Isabel Allende, los inmigrantes miran hacia el futuro y están dispuestos a aprovechar las oportunidades a su alcance. Esto los diferencia de los exiliados que permanentemente miramos el pasado, la mayor parte del tiempo lamiendo nuestras heridas.

Pero con la llegada de Trump al poder, éste, a pesar del amor que dice tenernos, nos ha utilizado tanto en su campaña electoral como en sus primeros días en el poder. Nos ha tratado como “cabezas de turco”.

Claro, como dice Siegmund Ginzberg en su trabajo: “Síndrome 1933”, Trump no es Hitler. Pero, agrega el autor, que hay elementos idénticos entre Hitler que llegó a la cancillería alemana en 1933 y este Trump de 2025. Las palabras, la cólera, los eslóganes, los objetivos, las cabezas de turcos (con Hitler fueron los judíos y con Trump son los inmigrantes), la paranoia, las conspiraciones, la incomprensión. Un verdadero calco a lo que sucedió entonces.

 Durante la campaña electoral norteamericana, sentado frente al televisor sintonizado en los canales de televisoras venezolanas en Miami, sobreviví a duras penas con el afecto y el entusiasmo, nada disimulado, de las anclas de esos canales por la opción Donald Trump. Estos se expresan de muchas maneras. Pero, sobre todo la emoción que despertó el anuncio de Marco Rubio como secretario de Estado. Y más aún cuando se conoció los nombres del equipo de seguridad e inteligencia de la administración Trump. Según estos comunicadores, ellos se la tenían jurada a Nicolás Maduro. Y eso aseguraba su salida del poder.

 La mayoría de los venezolanos mayameros y los que hoy se conocen como los MAGAzolanos, según Trump, votaron en su totalidad por él. Eso fue porque, según ellos, los venezolanos lo adoran. Eso dijo después del convenio con Maduro por la deportación de venezolanos. Y eso fue antes de la suspensión del TPS para los venezolanos con la excusa de que buena parte de la diáspora venezolana que reside en los Estados Unidos forman parte de la banda del “Tren de Aragua”.

¡Ah! Que los venezolanos adoren a Trump no debería sorprendernos. En 1992 y, especialmente, en 1998, la mayoría del país fue seducida por el relato cuartelario de Chávez que nos transportaba a los años de las dictaduras de la primera mitad del siglo XX. Y hoy, otra vez, los que han parado en Estados Unidos, que son los mismos que salieron huyendo del país, han sido seducidos por quien es portador de un proyecto fascista.

Trump ha entronizado el desasosiego y el miedo en la comunidad venezolana. Esto también en la totalidad de los inmigrantes de otras nacionalidades, especialmente en los hispanoamericanos. Les molesta el color de la piel y el idioma.

Sin lugar a dudas, estamos frente a un proyecto que esconde cosas que son menos confesables. Se orienta a un paradigma social racista supremacista, sexista y que contiene elementos de aporofobia.

Temo que la idea que empieza a ser mayoritaria de que Trump usa amenazas grandilocuentes para luego negociar mejor es una ingenuidad total. Aquí coincido con Ginzberg. Él señala que es imposible que, apelando a la amistad, a las buenas relaciones personales o las afinidades electivas, en este caso con Trump y su Secretario de Estado, Marco Rubio, se le iba a dar una patada por el trasero a Maduro y a su dictadura. Hasta ahora eso no ha funcionado. Y, como dice el autor, eso nunca ha funcionado.

En Canadá conozco a otros venezolanos y a muchos colombianos. Sin excepción, todos son buenas gentes y trabajadores. Han renacido de nuevo y se han reinventado. No soy amigo de ninguno excepto de un colombiano que me ha dado un apoyo incondicional. Pero, confieso que los envidio pues, yo no tengo esos talentos (el de volver a renacer de nuevo y reinventarse).

Yo no sé quiénes de los que hoy han regresado al país, obligados por la política migratoria de Trump, lo podrán hacer sin ahondar en las heridas que les dejó el país que abandonaron. Ahora los obligan a regresar. No sé quién lo hará sin remover las nostalgias por lo que lograron construir en los destinos que les deparó la inmigración. Hoy volverán a su país que ya no es el mismo.

Canadá ha sido un destino amigable. A diferencia de la vivida en los EEUU. Eso hace de la estadía aquí una vivencia más apacible y sin las ansiedades que hoy viven la mayoría que está en los EEUU.

Claro, la extrañeza por la tierra de donde uno viene sale por todos lados, a veces sin querer. Por ejemplo, les cuento un sueño que reiterativamente tengo: sueño que estoy en un sitio totalmente oscuro. Lo único que siento y percibo es un olor. Esto me convierte en la única persona en el mundo que ha soñado con olores. Ya saben, los sueños son visuales. Pero, yo soñé con un olor conocido, un sutil olor a pan. Entonces, supe, a pesar de no ver absolutamente nada, que estaba en Maracaibo, en la esquina de la avenida Bella Vista con la avenida 5 de Julio de Maracaibo.

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